Ocho verdades sobre el crimen de Miguel Ángel que alguien intenta blanquear
Transcurridos 20 años se están impartiendo algunas especies claramente infundadas. Algunas están sirviendo para que se abra paso el camino de una cierta condescendencia con los presos de ETA
Ni García Gaztelu, alias “Txapote”, ni su novia, Irantzu Gallastagui Sodupe -si es que sigue siendo su novia que eso nos debe traer a todos por una higa- han pedido nunca perdón. No lo han pedido por sus abyectas fechorías en general, ni por la más espectacular de todas ellas: el secuestro y posterior asesinato en julio de 1997 del concejal de Ermua por el Partido Popular Miguel Ángel Blanco.
Ambos continúan en la cárcel de Huelva donde seguirán muchos años, a no ser que algún juez o más concretamente el magistrado español del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo no se dedique a convencer a sus colegas de que estos asesinos tienen que ser excarcelados porque su banda, la de los criminales de ETA, ya ha dejado de matar.
Luis López Guerra vive de la prórroga que le ha servido en bandeja el Tribunal Supremo español, que en marzo pasado tumbó la iniciativa de enviar a Estrasburgo al que ha sido hasta hace muy poco tiempo presidente del Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos. Este magistrado tampoco es que ofrezca demasiadas garantías pero alguna más que López Guerra, sí.
Y a lo que íbamos: el 10 de julio de 1997, Iranztu Gallastegui, se acercó a Blanco cuando bajaba del tren que tomaba a diario para ir a su trabajo en una gestoría en la que había encontrado acomodo laboral meses antes. “Amaia”, que por este alias atendía la asesina, encañonó a Miguel Ángel y le condujo hasta un automóvil donde se hallaba el jefe del comando terrorista, su novio, o lo que fuera, “Txapote”.
Algunas crónicas generosas con los criminales aún aseguran que la tal “Amaia” convenció al concejal para que se acercara con ella al automóvil, pero nada más lejos de realidad: la terrorista puso su pistola en la espalda de Blanco y le conminó a que fuera con él hasta el vehículo donde esperaban sus dos conmilitones. Muchos años después, “Amaia”, esa fiera de la naturaleza, relató que los secuestros de Miguel Ángel Blanco y del industrial Cosme Delclaux “me movieron las tripas de gusto”.
Por tanto, ni ella ni Gaztelu -quizá, con Juan Lorenzo Lasa Michelena “Txikierdi” en el argot el asesino más cruel en la historia sanguinaria de la banda- han pedido perdón. Es más: se han negado a solicitarlo y se han reafirmado en su satisfacción por haber infringido a las “fuerzas de ocupación” españolas, tanto dolor, tantos y tantos atentados.
Algunos colegas como José Luis Urrosolo Sistiaga sí que han obrado de otra forma. Urrosolo fue el único, el único etarra que todavía en la prisión, la misma tarde del 10 de julio cuando Miguel Ángel Blanco estaba encarcelado en una dependencia que aún sigue estando sin localizar pero que se encuentra con toda seguridad en Argoña, exigió a sus antiguos compañeros la liberación del concejal popular. Desde luego sin ningún éxito.
Los múltiples mediadores
Sobre las mediaciones de aquellos días se ha construido una gran fantasmagoría. Lo cierto es que solo algunas se presentaron por el cauce oficial, por la vía del Ministerio del Interior. Su titular de entonces, Jaime Mayor Oreja, recibió el ofrecimiento del dirigente democristiano de toda la vida, Joaquín Ruiz Jiménez, ministro que fue de Franco y que posteriormente se inclinó por una adscripción ideológica muy próxima al socialismo cristiano.
Ruiz Jiménez sí pidió a Mayor que le dejara plantear lo imposible, y el ministro le dijo sencillamente esto: “Por tu cuenta, pero no tienes el aval del Gobierno”. La misma respuesta recibió la que había sido secretaria de Estado de Interior con Juan Alberto Belloch, Margarita Robles, que en el tiempo en que ostentó la titularidad de esa Secretaría intentó por todos los medios contactar con ETA y conseguir o alguna tregua o más ambiciosamente, el cese de su actividad criminal.
Robles utilizó sistemáticamente a algunos integrantes de la Comunidad de San Egidio, una sociedad nacida al amparo del Concilio Vaticano II y dirigida por el italiano Andrea Riccardi, obsesionado siempre por lo que la comunidad siempre denominó: “Los esfuerzo por la paz y la concordia universal”.
Robles obtuvo la misma contestación del ministro que también conoció las gestiones que estaba realizando por su cuenta y riesgo Pedrojota Ramírez que incluso llegó a enviar a la prisión donde estaban “Pakito” y “Txelis” a una periodista muy destacada por su conocimiento de la actualidad vasca y, desde luego, por los entresijos de ETA.
Los dos etarras confesaron a la periodista que “no podemos hacer nada” que “esto (el secuestro) se nos ha escapado de las manos”. También intentó intervenir un movimiento terrorista internacional: los Tupamaros de Uruguay que, al mando de José Mújica, luego presidente de Uruguay, urgieron públicamente a ETA a que pusiera en libertad a Blanco. Sin resultado alguno, claro está.
Estamos olvidando que en aquellos años el PNV trataba de cerrar un acuerdo con ETA
Nadie está queriendo recordar por otra parte en estos días que en aquellos años de plomo, muy concretamente entre 1995 y 1997, el Partido Nacionalista Vasco intentaba a toda prisa un acuerdo con ETA, el acuerdo que luego, tras el asesinato de Blanco, se plasmó en el pacto de Estella. Joseba Egibar y Gorka Aguirre eran los portavoces del PNV en las negociaciones que siempre autorizó expresamente Xabier Arzalluz.
Es más: en las horas en las que Blanco permaneció secuestrado, Arzalluz tuvo que desmentir privada y públicamente que tuviera contacto alguno con los dirigentes de la banda. El día 11 transmitió directamente al Gobierno de José María Aznar que “no puedo hacer nada, que se han vuelto locos, y que no tengo posibilidad alguna de hablar con ellos”. Pero el PNV siguió negociando.
Es cierto también y así hay que escribirlo, que un par de meses antes del asesinato del edil popular, Alfredo Pérez Rubalcaba por parte del PSOE pidió expresamente a Jaime Mayor Oreja que acercara al País Vasco “a todos los presos posibles”.
Todas estas verdades vale la pena traerlas a colación porque veinte años después de aquel pavoroso asesinato, se están impartiendo algunas especies claramente infundadas, algunas de las cuales están sirviendo curiosamente para que se abra paso el camino de una cierta condescendencia con los presos de ETA, como si la banda y el propio “Txapote” ya no fueran más que un mal recuerdo, como si tuvieran derecho a estar muy cerca de sus casas para en su tierra ser, seguir siendo, presentados como unos héroes o incluso como unas víctimas de la intransigencia del Estado Español a reconocer al soberanía independiente del País Vasco. Una auténtica tropelía.