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6-D: La lección de la Historia que Sánchez desprecia e Iglesias quiere dinamitar

El Congreso ha conmemorado este miércoles el 39 cumpleaños de la Constitución. Por primera vez en su historia, el "melón" de su reforma está seriamente abierto.

Sánchez, este miércoles, en la recepción por el Día de la Constitución.

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El Congreso ha homenajeado este miércoles a la Constitución, en su 39 aniversario, como hace unos meses hizo en el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas. Un "todo" que se dio en llamar la Transición y que algunos parecen ahora obsesionados con desmantelar.

Un reconocimiento y un homenaje a nuestra Carta Magna, que este año tiene un sentido especial. En primer lugar, por que el golpe de Estado del independentismo en Cataluña ha llevado a nuestro país a la crisis institucional más grave e incierta de nuestra historia reciente, tal vez solo equiparable al intento de asonada militar del 23-F.

Claro que se puede reformar la Constitución. Y se debe. Para ponerla al día ante los nuevos retos que España afronta

Y, en segundo lugar, ya que el eterno melón de su reforma, la de la Ley de Leyes, está hoy más abierto que nunca por empeño personalísimo del líder del PSOE, Pedro Sánchez. Pero la elaboración de la Constitución, como la de los Pactos de la Moncloa en el terreno económico, fue la de una historia de éxito. Un éxito nacido de la combinación entre la altura de miras, el sentido de Estado y el talento y la ambición política.

No sólo la talla intelectual y política de líderes como Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga o Santiago Carrillo, liderados por el entonces joven rey Juan Carlos. También el de una generación de políticos mucho más jóvenes que ansiaban un objetivo prioritario: instalar la Democracia en España e incardinar definitivamente a nuestro país en la Europa moderna, abierta y próspera.

Los "Padres de la Constitución": Fraga, Cisneros, Peces Barba, Perez Llorca, Solé Tura, Herrero de Miñón y Roca.

Muchos de los representantes de la llamada nueva política piensan que la Transición y la Constitución se ejecutaron con un guión previsto, paso a paso, con acuerdos preestablecidos. Nada más lejos de la realidad.

Se improviso, y mucho. Se adoptaron las decisiones que en cada momento se pudieron adoptar. Para ello, todos sus protagonistas cedieron, buscaron los consensos de mínimos y aparcaron las exigencias propias y las posiciones maximalistas. Todos tenían claro un objetivo: la democracia y Europa. Y los márgenes de movimientos eran más bien escasos.

Seguramente, una encuesta sobre aquel proceso de construcción constitucional e institucional entre los 350 diputados que ahora se sientan en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo sería reveladora. Y, seguramente, desoladora. Pero ellos son los llamados a afrontar la primera gran puesta al día de nuestra norma máxima de convivencia.

Claro que se puede reformar la Constitución. Y se debe. Para ponerla al día ante los nuevos retos que España afronta. Solo se necesitan dos premisas: que todos tengan claro a dónde llegar y que estén dispuestos a sacrificar su interés partidista en favor del bienestar de todos, todos, los españoles. El método es bien sencillo, basta volver la vista 40 años atrás.