Los ministros, a la gresca: el 21-D agita el avispero del Gobierno y los rumores
Cuando termine el olor navideño, volverá la tensión política en un país que debería afrontar retos tan importantes como la reforma de las pensiones o el fin del Estado fiscal confiscatorio.
Este año que se agota, 2017, no ha tenido balance, balance general; el balance ha sido, es y seguirá siendo, Cataluña. Los economistas más reputados se asombran sin embargo de que la pesadilla catalana, tan latosa, tan onerosa, tan peligrosa, no haya influido para nada, o casi nada, en la recuperación del país, lo que demuestra, en trazos gruesos, la enorme capacidad de regeneración que tiene nuestra sociedad.
Releo ahora, a la vera misma del 2018, los pronósticos o mejor dicho los diagnósticos, que técnicos tan reputados como Tamames, Iranzo en su momento, Solchaga, o los ejecutivos, de los partidos, de la CEOE y de los sindicatos, realizaron en pleno apogeo de la crisis, pongámonos en 2008.
Lo más optimistas calcularon que España no se iba recuperar hasta dentro de 20 años; los pesimistas profesionales, azuzados por sus compromisos políticos o quizá por su nula capacidad de predicción, apuntaba incluso a los 50 años.
Antes, ni hablar, pronosticaban unos y otros. Pues bien: esto es lo que hay, el dolor ha durado mucho menos y encima ha coincidido con la crisis más grande que pueda soportar un Estado: su demolición. España ha aguantado, está aguantando, la vesania de un grupo de orates, entre rabiosos y estúpidos, empeñados en destrozar una herencia de siglos, pero la sociedad, el conglomerado comunitario, ha aguantado y hasta ha crecido, quizá porque ha aprendido a “convivir”, que era la receta de Ortega, con los sediciosos.
Si los sediciosos de vario pelaje, la antigua Convergencia, la Esquerra del preso Junqueras y la CUP, no logran un acuerdo, allá para el 4 de abril podemos darnos la alegría de una repetición electoral
Y en estas seguimos estando: a convivir. Un profesor universitario señalaba hace unos días ante un grupo de oyentes empantanados en el pesimismo, que: “No hay peor tratamiento que quedarse en el consabido “algo hay que hacer” y añadía: “los portavoces de esa generalización no son capaces cuando se les somete a un interrogatorio destinado a saber en que consiste ese “algo”, de aportar una sola idea nueva, un proyecto reformista interesante”.
La constancia no puede ser más acertada. Ahora, una vez pasados dos auténticos tragos: el del referéndum ilegal del 1 de octubre y el de las elecciones legales del pasado 21 de diciembre, nos topamos con esa Cataluña enervada, rota en dos mitades, que no tiene viso alguno de recomponerse en el año venidero.
La tarea más urgente en el Principado es formar un Gobierno, aunque bien visto, lo mejor que le podría ocurrir a Cataluña es que los independentistas no pudiera formar gabinete alguno. ¿Es esa una ambición imposible? Pues está por ver.
Si los sediciosos de vario pelaje, la antigua Convergencia, la Esquerra del preso Junqueras y la CUP, no logran un acuerdo, allá para el 4 de abril podemos darnos la alegría de una repetición electoral en el que se alumbrara una alternativa conjunta contra la sedición.
Rajoy, este martes, tras la firma del acuerdo entre Gobierno, CEOE y sindicatos.
Por más que parezca prematuro, en esa operación que en este momento resulta inabordable, empiezan a trabajar las mentes más lúcidas del país. Se trataría de componer la “Triple Alianza”, un acuerdo de máximos (¿qué otra cosa es impedir que Cataluña se nos vaya de las manos?) entre los tres partidos que apuestan por la constitucionalidad, o sea, por el triunfante Ciudadanos, por el disminuido PSC y por el casi marginal PP. Hagan números, dicen al cronista, y comprobarán que esta alineación podría vencer a la separatista.
Pero no hay que fundar muchas esperanzas en que los prebostes de estos tres partidos se avengan patrióticamente a guardar sus diferencias en sus respectivos trasteros y a intentar ese “algo hay que hacer” que todos los españoles, incluidos el 50% de los catalanes, querríamos ver plasmado negro sobre blanco.
Por tanto y si no nos ayuda el odio africano que a anida en las huestes de los sediciosos, lo más probable es que bastante antes de Semana Santa se componga un Gobierno de conveniencia que lleve otra vez a la crispación a toda la sociedad catalana. La verdad es que no hay imaginación suficiente que puede entrever quién será el presidente de ese grupo de facciosos.
Lo probable es que en unos días, lo verán, Junqueras, sea puesto en la calle una vez que, haciendo de tripas corazón y tras engañar al magistrado del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, se comprometa a respetar la Constitución y aceptar el 155 que, por lo demás, está ya en vías de extinción.
Junqueras volverá su pueblo y Puigdemont no ingresará, como sería aconsejable, en uno de los pocos nosódromos que existen en el país, sino que seguirá deambulando de aquí para allá en ese Estado absolutamente inútil que se llama Bélgica. No ensayará la posibilidad de regresar a España donde sería detenido de inmediato. El problema pues no estriba para los separatistas tanto en formar un Gobierno sino en encontrar quien lo presida. Pues bien, de esto, tienen que aprovecharse los constitucionalistas.
Cuando termine el olor navideño, volverá la tensión política en un país que debería afrontar retos tan importantes como la reforma de las pensiones o el fin del Estado fiscal confiscatorio.
No es fácil que un Gobierno como el de Rajoy, dividido también en dos mitades y con algunos miembros mirándose de reojo y diciendo sin decir: “Tú eres el culpable” o más bien: “Tú eres la culpable”, pueda acometer cambios de tan gran calado, pese a la insólita y comprobada capacidad de resistencia de Mariano Rajoy.
En las tertulias amicales o familiares de estas fechas, la pregunta recurrente es ésta: “¿Va a hacer Rajoy crisis del Gobierno? Pues bien, un gallego, médico muy importante que conoce bien al presidente, sentencia así: “Pues quizá sí, ¿o no?”. Está todo dicho.