El alto precio que deberá pagar España a la UE por destruir a Puigdemont
Quienes han participado en la estrategia para aislar internacionalmente al expresidente catalán tienen claro que, en esta "Europa de mercaderes", antes o después habrá que devolver favores.
España ganó en el último minuto. O si quiere, no perdió en el último minuto. El tan celebrado jefe de la Unión, Jean Claude Juncker, un funcionario incontinente y gris de Luxemburgo, estuvo a punto de hacer la puñeta a nuestro país, y poner a Cataluña en el tablero europeo.
Verán: resulta que en plena crisis brutal del pasado octubre, los sediciosos catalanes rogaron a la Unión Europea que mediara entre ellos, los “demócratas”, y España, la “represora”, para llegar a un acuerdo y desatascar la independencia por la vía de la legalidad.
Juncker recibió esta solicitud por la mañana, y se dispuso a darle carta de naturaleza, a hacerla suya porque el hombre quería pasar a la Historia como el gran tipo que resolvía conflictos entre partes muy enfrentadas.
Así que redactó un texto de compromiso que alentaba la petición catalana y disponía una mediación política nada menos que entre una región alzada en sedición y un Estado de la Unión absolutamente democrático y legal. Pero a última hora tuvo un desliz o quizá un ataque de sentido común: sometió el texto del discurso en el que predicaba su mediación, al vicepresidente Fran Timmermans, un neerlandés al que le debemos por lo menos una cena.
Timmermans leyó el texto y se negó a firmarlo, mucho menos a compartirlo con Juncker. Antes, habló con el Gobierno español y muy probablemente con los eurodiputados de nuestro país que, como el popular Esteban González Pons, se han dejado media vida en el empeño de defender a España frente a los pacatos, pusilánimes o sencillamente cómplices que veían la rebelión catalana por lo menos con una cierta simpatía.
O sea, que nos salvamos en el último minuto y casi en la prórroga. Para la historia va a quedar la perceptible inepcia de nuestras representaciones diplomáticas que han naufragado con estrépito en la tarea de defender, lobbys incluidos, a nuestro país. Si alguna enseñanza interna nos puede dejar este pesaroso, pertinaz aburridísimo conflicto separatista, es que hace falta darle a una vuelta de tuerca a nuestra Diplomacia.
Nuevos tiempos, nuevos problemas, nuevas políticas, nuevas estrategias. Lo queramos reconocer o no y, como asegura un eurodiputado español: “La Diplocat de los separatistas nos ha dado un baño”.
Bien es cierto que las decenas de millones gastados en regar a personajes y medios de comunicación influyentes en Europa, han salido de la pólvora del Rey, es decir de nuestros impuestos, pero no lo es menos que, frente a este derroche, el Servicio Exterior de España se ha mostrado absolutamente ineficaz.
Junqueras, Puigdemont y Romeva, en el Parlamento Europeo el 24 de enero del año pasado.
Esta es una lección que deberíamos de aprender junto con algunas otras de obligado cumplimiento. Porque, ya a toro pasado y con las cosas medianamente resueltas, ¿alguien se ha preguntado quiénes son realmente nuestros amigos en Europa?
Pues bien y como también sugieren los negociadores que por parte de nuestro Estado se han batido en la refriega, existe alguna sorpresa al respecto. Desde luego, no Juncker, ni su cohorte de burócratas pagadísimos, sino países a los que a menudo denostamos: Francia y Gran Bretaña. Incluso por encima de la Alemania de Merkel que tampoco ha estado mal del todo.
Juncker llegó a redactar un texto que alentaba la petición de mediación de Puigdemont y disponía una mediación política nada menos que entre una región alzada en sedición y un Estado de la Unión
Los británicos, claro está, también se han mirado las tripas y han pensado, con razón, que si alguna vez a los escoceses les da por salirse del Reino de su Graciosa Majestad, España no tendrá más remedio que, por agradecimiento, vetar el ingreso del país del whisky en la Unión.
Lo que aseguran nuestros políticos que se han dejado pelos en la gatera intentado que los euroburócratas de Bruselas no sucumbieran a los encantos de Puigdemont y a su ralea de desmochados es que, contra lo que pueda suponerse, de este trance España no ha salido muy fortalecida porque en esta Europa de mercaderes –“Europa, indica un político español fincado en Bruselas, no es más que una necesidad”- con toda seguridad que más pronto que tarde los que nos han hecho un favor tratarán de cobrárselo, por ejemplo, y sin ir más lejos, cuando se discuta una política común de refugiados o los límites de la inmigración. Atentos pues a las respuestas interesadas que se nos vienen encima.
Esta vez nos hemos salvado por los pelos y no solo en el núcleo central de la política europea, sino en la propia Flandes, que en España ha aparecido siempre como aliada o conmilitona de los rebeldes catalanes. A los separatistas flamencos recurrió también Puigdemont para rogarles un sitio en el propio Parlamento autónomo desde el que, por videoconferencia, presentarse en Cataluña como candidato a la Presidencia de la Generalidad.
Pues bien, hizo falta que otra vez nuestros políticos del Europarlamento, populares, y en menor medida socialistas, Ciudadanos y la heroica Maite Pagazaurtundúa que aún sigue en la fenecida UPyD de Rosa Díez, convencieran a los coligados del independentismo de Flandes, que no prestaran sus instituciones para la sedición de los catalanes.
Y lo consiguieron, no sin antes desde luego que el Partido Popular de la región advirtiera a los flamencos dinamiteros que si cedían el Parlamento ellos se iban de la coalición. Véase hasta qué punto se ha librado en Bélgica una batalla campal de la que nos hemos enterado sólo a medias, únicamente recibiendo los mensajes de que Europa entera, sin ambages, ni debates, nos amparaba en nuestro conflicto con la sedición aldeana de Puigdemont, Junqueras y demás especímenes.
Quedan muchas más lides por encarar. Puigdemont seguirá intentado lo imposible y más tras la reunión de este lunes con sus huestes que le animan a resistir aunque sea al precio del suicidio en masa.
En esta tesitura no está mal recordar lo que nos ha pasado para no repetir más yerros, y para emplear todos los medios de Estado en defender a España. Europa, como se ha demostrado nada nos regala, entre otras cosas porque mayoritariamente, sus políticos siguen sin entender por qué no se puede dialogar con Cataluña. Así de crudo, así de real.