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Cifuentes comía whopper y vivía de alquiler mientras Granados escondía maletines

La presidenta madrileña sufre el ataque de Granados que esparce porquería para justificar sus chanchullos. Ahora se enfrenta a retos complejos que superará: es un todoterreno de la política.

Cristina Cifuentes, en la Asamblea de Madrid.

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Las percepciones son siempre subjetivas. Y cuando anidan en el sentir general son muy difíciles de erradicar. Que ahora se asocie corrupción a la marca PP es un quebradero de cabeza, no sólo para sus líderes, sino sobre todo para decenas de miles de cargos públicos y afiliados que han de cohabitar con ese destino terrible. Tal máxima es injusta, porque está demostrado que la corrupción no es patrimonio de ningún partido ni territorio. Pero seamos claros: los hechos están ahí y ponen en evidencia que unos golfos han usado su influencia en el PP para enriquecerse ilícitamente.

En la Comunidad de Madrid el panorama, sin duda, produce horror. Pero una vez que tomó las riendas del partido, Cristina Cifuentes se sumergió en el empeño de la regeneración para hacer tabla rasa del pasado. Desde el principio tuvo claro el problema al que se enfrentaban sus siglas. Muy serio. Por ello mismo, afrontó su tarea manu militari (de casta le viene al galgo, siendo hija de un militar de Artillería), entregada a que nadie pudiera poner en entredicho su gestión ni la honorabilidad del PP.

Y se embarcó en abanderar la renovación, actuando de forma implacable contra las tramas corruptas que se habían paseado a su antojo por las sedes populares. Primero, cribando el entorno; luego, en la selección de su gobierno y controlando el grupo parlamentario; y después, reorganizando con tiento los equipos en muchos municipios de la región. Siempre será mejor pecar por exceso de celo que mirar para otra parte, como había sucedido en tantos casos.

De ahí que tras el reciente numerito organizado por quien fuera número dos del Partido Popular de Madrid, Francisco Granados, se adivine un ansia de venganza contra quien ha ejercido de azote contra la desvergüenza y la inmoralidad en la vida pública madrileña. Un intento grosero de exculparse arrojando sombras contra quien, por ejemplo, ordenó a los abogados de la Comunidad, personada como acusación particular en la trama Púnica, que hiciesen lo posible por mantener a Granados en prisión provisional el máximo tiempo legal. “Ella está muy tranquila”, aseguran desde su círculo más próximo.

Sabía cuándo “tiró de la manta” e implantó la “tolerancia cero” con la corrupción que algunas batallas así debería librar. Igual que María Dolores de Cospedal vivió una persecución muy especial de Luis Bárcenas, por apartarlo de Génova, Cifuentes ahora sufre el ataque de Granados, que trata de esparcir porquería para justificar sus chanchullos. “Quien crea poder desestabilizar políticamente a Cristina con ataques personales, pincha en hueso”, señala un veterano compañero de filas políticas que conoce bien a la presidenta.

Con todo, pese a que el horizonte penal de Granados sea tan negro como extenso, tirar de juego sucio contra Cifuentes, en ese intento de embarrar el terreno para exculparse, no es plato de gusto para nadie, y menos para un político que vive de su credibilidad. Naturalmente. Fíjense, si no, cómo ha dado rienda suelta a la oposición, que ha intentado dañar a quien, según subrayan en el entorno del propio Mariano Rajoy, “es la mejor imagen y activo del partido en Madrid”.

Cifuentes, lejos de emborracharse de poder, continúa con sus sencillos hábitos. Tanto es así que su perdición culinaria sigue siendo el “whopper”

Claro que, como describía gráficamente otro destacado dirigente popular, “mientras Paco escondía maletines con un millón de euros en el altillo de la casa de sus suegros, Cristina vivía de alquiler en un piso del barrio de Malasaña”. Y ahí permanece. Porque Cifuentes, lejos de emborracharse de poder, continúa con sus mismos sencillos hábitos. Tanto es así que según ha confesado recientemente su perdición culinaria sigue siendo el “whopper”, la popular hamburguesa del Burger King, al que no renuncia por muy presidenta de Madrid que sea. “Hay políticos que pierden la perspectiva en las alturas. Cristina, en cambio, es natural, sabe dónde está la calle”, destaca de ella un miembro de su Ejecutiva Regional.

Así es Cifuentes, que ha demostrado sus condiciones de liderazgo, tanto por su perfil personal y su imagen como por sus ideas políticas innovadoras y su dilatada experiencia. Su carrera se ha consolidado paso a paso, a lo largo de los años, desde sus tempranos inicios en Nuevas Generaciones de Alianza Popular. Mujer inteligente, moderna, tenaz y, sobre todo, cercana, se ha mostrado siempre como un “todoterreno” de la política capaz de culminar con éxito, gracias a su voluntad, los encargos que le han ido cayendo.

En los tiempos que corren y en las circunstancias peculiares que rodean al centro derecha, Cifuentes afronta, por supuesto, retos complejos. A muy cortísimo plazo deberá comparecer en la comisión de investigación sobre la financiación del PP en el Congreso de los Diputados donde tirarán a degüello contra ella. Y para qué hablar sobre el estado de su acuerdo con su “socio” Cs… Pero sus hechos están ahí. Al margen de los frentes que persiguen al PP de Madrid, Cristina Cifuentes ha sabido convertirse en un espejo en el que se miran hoy muchos cargos y militantes del partido.

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