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El señuelo que prepara ETA para junio pone en alerta a La Moncloa y al CNI

Los expertos alertan del objetivo de los etarras con su disolución: Se han venido “trabajando” cierto apoyo fuera de España a su reivindicación de ahora mismo: el acercamiento de los presos.

Los tres encapuchados etarras que anunciaron en 2010 el alto el fuego.

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Carlos Dávila

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Nada menos que en otoño pasado avisamos en este periódico de las intenciones de los terroristas de ETA de disolverse en las primeras fechas del verano de 2018. Pues bien, ya estamos a la vera misma de esa decisión. En junio, los escasos números que quedan en la banda y que aún permanecen en libertad, avisarán de que su “ciclo ha terminado”, la expresión con la que envuelven el cese de toda violencia.

Dijimos y decimos ahora que la banda está en las últimas y que su posición actual poco tiene que ver con el convencimiento de que su actividad no es legítima, ni siquiera humana, sino con dos constancias: la primera, que ya no tiene nada que hacer en el panorama político nacional e internacional; la segunda, que ni acopia recursos para continuar matando o extorsionando, ni puede tirar de cantera en el País Vasco o Navarra; ya nadie quiere ir con los asesinos.

El balance del terror: 2.742 actos terroristas perpetrados, 197 atentados aún sin aclarar, 858 personas asesinadas, 79 secuestros.

Por tanto, lo previsible es que, según vienen pensando desde hace mucho tiempo los responsables de la Seguridad del Estado, es que los dos jefecillos que todavía dirigen a los facciosos comparezcan, no se sabe cómo y de qué manera, y digan algo así como “hasta aquí hemos llegado”.

Los dos jefecillos son Mikel Irastorza, que en agosto pasado salió de una cárcel francesa, y David Plá, que aún permanece preso en el país vecino y al parecer, dirige el terror que han venido planificando desde su forzado retiro, los últimos protagonistas de los movimientos de la banda.

El último homenaje a un etarra excarcelado, Zunbeltz Larrea. Fue en Durango el pasado día 20 de marzo.

Plá, recuérdese, fue jefe de un comando volante que durante mucho tiempo sembró el pavor en Andalucía. Plá, a las órdenes directas del que quizá pueda considerarse el criminal más sanguinario de ETA, García Gaztelu, alias “Txapote”, fue quien ordenó a Chechu Barrios, la ejecución del matrimonio Jiménez Becerril en Sevilla.

Barrios ha salido muy recientemente de la cárcel y ha sido homenajeado como un auténtico héroe en el pueblo donde nació: Villava en Navarra, el pueblo por cierto de Miguel Indurain.

Pues bien, tal y como hemos informado en ESdiario anticipadamente, ETA se presentará en junio rodeado de la cuadrilla infame de apóstoles internacionales del terror que, de una forma u otra, le han venido apoyando durante años bien pagados desde luego por el Gobierno Vasco y más concretamente por el departamento que dirige el antiguo jefe de Elkarri, Jonan Fernández.

Los dos jefecillos son Mikel Irastorza, que en agosto pasado salió de una cárcel francesa, y David Plá, que aún permanece preso en el país vecino

La pregunta es: ¿por qué ha tardado tanto tiempo la banda en reconocer su derrota? Pues según los expertos porque en todos estos meses, años más bien, se han venido “trabajando” un cierto apoyo fuera de España a su reivindicación de ahora mismo: el acercamiento de los presos al País Vasco.

Algunos de estos expertos coinciden en que por ejemplo el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo es proclive a exigir esta medida que, por lo demás, esta reclamada en esa instancia al menos por dos internos.

Lo probable, siempre en opinión de estos expertos, es que antes de que se produzca la “disolución final” de la banda haya alguna proclamación internacional en este sentido, proclamación que les valdrá a Irastorza y a Plá para defender el cese total de la violencia.

Otra cosa es la pertinente entrega de las armas. La idea es que ni siquiera estos prebostillos del terror tienen noticia exacta de dónde se pueden encontrar los zulos, los agujeros, donde desde hace tiempo inmemorial, ETA ha guardado su arsenal. No se espera por tanto que los etarras se presenten con sus pistolas, sus lanzagranadas o sus bombas porque, ya lo decimos, que tampoco saben dónde están.

Otra cosa es que en esas fechas o en posteriores muy cercanas, el equipo de paniaguados que les han venido amparando, entreguen, como dicen los expertos sarcásticamente, “alguna cosilla” como las que exhibieron en su comparecencia anterior de abril de 2017. Desde luego, nada del otro mundo.

ETA se va a disolver pero en el camino quedan por aclarar algunas incógnitas, la principal es cómo se ha llegado a este proceso.

Hasta dentro de treinta años, España no conocerá los entresijos de la derrota de los terroristas. Hasta dónde llegó Zapatero qué acordó en sus negociaciones, cuál fue el contenido de aquella misteriosa y larguísima charla entre el ya expresidente del Gobierno y el recién nombrado ministro del Interior, Jorge Fernández. Otra vez, los expertos señalan que “algo hubo” y no aceptan la versión, más o menos oficial, de que el triunfo sobre ETA se ha conseguido por medios exclusivamente policiales. Eso ya nadie se lo traga.

Ahora ETA intentará ganar la aparente paz, aparente porque los deudos, familiares y amigos, de los 854 asesinados por la banda, nunca tendrán por qué perdonar la incuria asesina de esa cuadrilla histórica de pandilleros terroristas a los que Mario Onaindía, uno de ellos en los principios de la banda llamó directamente: “grupos de hijos de puta”.

Lo que no sabemos es si de verdad hay algún pacto pendiente y qué va a hacer este Gobierno o el que le suceda para sacar a los criminales de la cárcel. Tras el mes de junio habrá que estar muy pendiente por si se producen excarcelaciones incomprensibles.

Será el momento desde luego de conocer si el referido Tribunal de Estrasburgo que tantos disgustos no suele dar, toma la medida que los expertos antiterroristas de España más se temen: ofrecer a los internos aún en las prisiones de España la posibilidad de viajar hasta su región de origen donde no solo le espera entendimientos de sus vandálicos actos, sino incluso homenajes para todos ellos. Esta posibilidad es más que cierta, por tanto atención a los sapos que todos los españoles, y muy especialmente los allegados de las víctimas, tengan o tengamos que tragarnos.

Por si vale la pena el recuerdo, almacenen estos datos que son la biografía sólo parcial de los casi cincuenta años de ETA. 2.742 actos terroristas perpetrados, 197 atentados aún sin aclarar, 858 personas muertas, 352 ataques a la Guardia Civil, 234 a las Fuerzas Armadas, 212 a la Policía Nacional, 11 a la Ertzaintza, 79 secuestros.

Y miedo, mucho miedo acumulado durante lustros de terrorismo. Esta es la ETA que se despide en junio, la ETA a la que nunca tendremos por qué perdonar.

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