¿Por qué no se detuvo a Montoya el primer día? La Guardia Civil responde al fin
El asesino confeso de Laura Luelmo fue sospechoso desde el principio. No la retuvo en su casa la noche de su desaparición, sino que la llevó al campo, abusó allí de ella y la dejó.
Poco a poco la Guardia Civil va atando los cabos del brutal asesinato de Laura Luelmo, mientras el autor confeso, Bernardo Montoya, permanece en prisión sin fianza.
La principal conclusión de la investigación es que Montoya no retuvo en su casa a Laura la noche de su desaparición -la del miércoles 12 al jueves 13 de diciembre- sino que la dejó malherida en el campo o incluso ya muerta. Pero que el cadáver se conservó casi intacto dadas las bajas temperaturas nocturnas en la sierra onubense.
La profesora envió un whatsapp a su novio a las 17.10 y salió a comprar aproximadamente diez minutos más tarde a un supermercado cercano. Cuando volvía Montoya la abordó, la llevó a su casa por la fuerza, la ató las manos a la espalda y tapó su boca. Y la tiró al suelo.
Salió a la calle un momento porque se había dejado en la puerta un brasero y pensó que a alguien podría parecerle extraño. Cuando volvió a casa Laura había conseguido levantarse y le propinó una patada en las costillas. Él, preso de la ira, golpeó su cabeza contra el suelo.
Después la metió en su coche y se la llevó al campo, donde abusó de ella. Los investigadores no han precisado qué tipo de agresión sexual sufrió porque no hay una autopsia definitiva.
El coronel Ezequiel Romero, jefe de la comandancia de Huelva y el teniente coronel Jesús García, de la Unidad Central Operativa han dado estos detalles en una rueda de prensa en la que se han enfrentado a la gran pregunta: ¿Cómo es que si Montoya era sospechoso desde el principio no fueron a por él?
Según ellos, en el momento en el que lo que se investigaba era la desaparición de la joven no había indicios con "carga probatoria" contra Montoya. Habría sido posible hacer un registro voluntario en su casa, pero tenían que "valorar bien" lo que hacían. "Y si la tuviera en otro sitio, ¿el que pusiéramos el foco podría haberla puesto en peligro?", se ha preguntado el teniente coronel Jesús García.
La primera vez que vieron algo raro en su comportamiento fue antes incluso de conocer sus antecedentes. Un vecino salía de su casa con "una canasta y una manta". Resultó ser Bernardo Montoya. Los guardias civiles le preguntaron por la chica y respondió que no sabía que en la casa de enfrente viviera alguien. A partir de ahí comprobaron su historial delictivo y empezaron a seguir todos sus movimientos.
El asesino confeso fue a un centro de salud por el golpe en las costillas que le había dado su víctima dos días después de la desaparición de la profesora. Esa sangre fría tuvo.
En el registro en su casa se encontró sangre de Laura y la compra que había hecho. Toda salvo unas patatas que se comió Montoya después.
La Guardia Civil ha querido desmentir que la joven hubiera salido a correr. Dicha versión se extendió durante su desaparición porque su padre y su novio registraron la casa en la que vivía y echaron en falta unas zapatillas de correr y unas mallas. Pero no corría por prescripción médica. "Tampoco era una persona que se adentrara en el campo. Más bien era un poco miedosa a salirse del entorno donde hay personas", ha aclarado el oficial. De poco le sirvieron sus precauciones.