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El dilema en el Congreso otra vez: ¿Hay que meter a Rufián en la cocina del CNI?

Como cada arranque de legislatura, la configuración de la Comisión de Secretos Oficiales es todo un rompecabezas. Y con la campaña del independentismo por el atentado de Las Ramblas, más.

Rufián, en el pasillo central de acceso al Hemiciclo.

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M.B

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Es un clásico de cada arranque de legislatura, pero esta vez la patata caliente en el Congreso es más delicada que nunca. Se trata de la Comisión de Secretos Oficiales, la más reservada de las que existen en la Cámara y en la que comparece, con la más estricta discrección, el responsable del espionaje español.

Pero, en esta ocasión, hay además una conjunción de circunstancias que hacen que el dilema sea más delicado, si cabe.

En primer lugar, el bloque político que hace que la ministra al mando del CNI, Margarita Robles, esté en funciones. En segundo, la situación de interinidad de la nueva directora general del Centro, Paz Esteban, que hace apenas un mes sustituyó al jubilado Félix Sánz Roldán, al que el mandato legal le caducó.

Pero hay más, el independentismo ha hecho en las últimas semanas casus belli de la teoría conspiranoica que relaciona al CNI con el atentado islamista de Las Ramblas, que se conmemora en apenas una semana. Y, para remate, el designado para representar a Esquerra en tal sensible comisión es ... Gabriel Rufián.

Margarita Robles, en la toma de posesión de la responsable interina del CNI.

La Comisión de Secretos Oficiales es tan especial que está presidida por la propia presidenta del Congreso. A diferencia del resto, sus miembros (que suelen ser los portavoces de cada grupo) deberán ser elegidos por el Pleno del Congreso y cada uno de ellos deberá sumar una mayoría de los tres quintos del hemiciclo. 210 síes.

No sin cierta polémica, la pasada legislatura Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría dieron luz verde a la presencia de Joan Tardá en el órgano. Ahora, es el PP de Pablo Casado el que tendrá la llave para que Rufián entre en la auténtica cocina del CNI. Y, de paso, a los más sensibles secretos del Estado. Todo un dilema.

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