El "plan B" para Juan Carlos I: un exilio discreto a un país de la Unión Europea
Un 13 de junio de 2014, apenas once días después de su abdicación, don Juan Carlos recibió una buena noticia: tanto él como su esposa, doña Sofía, podrían utilizar de manera vitalicia el título de Rey y de Reina honoríficos.
Un Real Decreto impulsado por Rajoy introducía esa novedad en otro, fechado en 1987, que ya regulaba con menor intensidad el tratamiento de la Familia Real pero no precisaba la condición del Jefe de Estado para cuando dejara de serlo y siguiera vivo.
Ocho años después, esos honores en "gratitud por décadas de servicio a España y a los españoles", como rezaba el decreto impulsado por la Presidencia del Gobierno, parecen lejos para don Juan Carlos e inútiles para doña Sofía, la gran damnificada por los problemas de su marido: el afecto que sienten por ella los españoles sigue intacto, pero su protagonismo decae por la dificultad de combinarlo con el ostracismo del padre de sus tres hijos.
Don Juan Carlos ha experimentado desde una década una caída mucho peor que aquellas que le hicieron famoso en la nieve. Sus trompazos desde 2012 se resumen en tres momentos decisivos: el "lo siento mucho, no volverá a pasar" tras fracturarse la cadera cazando elefantes junto a Corinna en abril de aquel año abrió la caja de los truenos.
Después le siguíó la abdicación, en junio de 2014, presionado por sus errores, la presión del populismo en su clímax "contra la casta" y finalmente, en marzo de este año, la renuncia de su hijo a la herencia que pudiera corresponderle tras filtrarse los problemas judiciales que su mentor iba a tener por un extraño depósito de dinero en el extrannjero fruto, tal vez, de comisiones por la adjudicación del AVE a La Meca a un consorcio español.
La cuarta etapa del Vía Crucis del hombre que arruinó los planes de Franco y renunció al poder absoluto para facilitar el tránsito a la democracia, que hubiera llegado igual pero con más enfrentamientos civiles, puede estar escrita: el exilio discreto, pero público, a un país extranjero dentro de la Unión Europea.
El runrún es intenso ya desde hace meses, e incluso se señalaron dos destinos. Uno de andar por casa,: en Sanjenjo (Pontevedra), junto a la ría de Arosa que tantas veces le vio navegar en compañía de amigos íntimos de gran ascendencia en la mayor factoría de marisco del mundo y, en tiempos, la principal ruta de acceso de droga a España con las planeadoras dirigidas por Sito Miñanco, los Charlines, Oubiña y los grandes capos del narcotráfico gallego.
Después se miró hacia la República Dominicana, dando por hecho en público, por algunos medios digitales, que su marcha allí era inminente. En el primer caso, el desmentido llegó de su teórico anfitrión en el "exilio" gallego: el empresario Pedro Campos, compañero de fatigas y fragatas, negó tajantemente que el Emérito se fuera a instalar en una de sus posesiones: "Sólo ha faltado que publicaran la noticia el 28 de diciembre", dijo con elocuencia este enero en Espejo Público.
Ni a Galicia ni a la República Dominicana: si el Rey Juan Carlos se "exilia", será en Europa
Y el segundo destino, en la cálida República Dominicana, tampoco parece probable, a tenor de las declaraciones de esta misma semana de otro de sus buenos amigos, el periodista Raúl del Pozo, también en Antena 3: "No se va a ir allí", dijo el articulista, muy molesto por ver a su viejo amigo en problemas por culpa de "un policía corrupto" y una mujer enfadada, en referencia al comisario Villarejo y a Corinna.
¿Y dónde entonces? Nacido en Roma y criado en Estoril, a don Juan Carlos lo de vivir fuera de España pero en Europa no le resulta novedoso. Tampoco a doña Sofía, que pasa mucho tiempo ya, desde hace años, entre Londres y Atenas, su cuna natal.
Fuentes políticas avalan a ESdiario que la posibilidad de que el exjefe de Estado se vaya a vivir a otro país de la Unión puede ser una buena salida para librar a la Corona de la presión política que ya sufre: despojarle de su condición de miembro de la Familia Real, renunciar a la herencia y retirarle la asignación pública pero mantener su residencia en La Zarzuela puede ser un problema para Felipe VI, que trabaja a brazo partido para librar a la Monarquía de las convulsiones del momento.
¿Francia, Portugal o incluso Holanda pueden ser los destinos? Nadie lo sabe. Ni siquiera está claro que él mismo lo haya asumido. Pero que se baraja como la mejor opción, incluso con un cerrojazo a sus problemas ante la Justicia, es bien cierto.
Lo resume un constitucionalista en El Confidencial, el catedrático de la UNED Torres del Moral: "El rey emérito está siendo una pieza disfuncional porque esto ha caído muy mal en la opinión pública. Poner tierra de por medio nunca va a ser malo y sería una manera de intentar restablecer la monarquía".