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Cristina ya tiene justicia pese a que un jurado popular casi libera a su asesino

Tres años y dos juicios después del brutal asesinato de Cristina Martín, su marido ha vuelto a ser declarado culpable de asesinato. El último veredicto fue devuelto tres veces por el juez.

Cristina y su hija Estrella.

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Hace tres años y medio se produjo en una casa de Mora, en Toledo, una de esas escenas que jamás deberían suceder. Cristina está sentada en su silla, una silla especial. Tenía 38 años y padecía una grave enfermedad: ostogenia.

El resumen de esa terrible patología es que la fragilidad del cuerpo de Cristina era tal que el solo tacto en su piel le provocaba dolores insufribles. Así que Cristina pasaba el tiempo en su silla especial, protegida con todas las precauciones posibles para evitar golpes inesperados o roces fortuitos que la hicieran sufrir una vez más. Alguno pensara después de lo anterior: “Pobre Cristina”. Ni de lejos, Cristina era una luchadora.

Fe de su espíritu inquebrantable la dan sus padres, pero sobre todo su hermana, Pilar, otra de esas mujeres excepcionales que hoy sujeta a toda la familia mientras trata de lograr justicia para su hermana. Pilar fue la última persona a la que Cristina escribió instantes antes de ser brutalmente asesinada y eso la va a acompañar el resto de sus días.

Pero antes de eso, la enferma Cristina era además la luchadora Cristina. Pese a ser una persona con un 85% de discapacidad reconocida, la joven se rebeló siempre contra el hecho de que su silla fuera su condena. Quiso viajar, quiso conocer mundo y gente, dentro de sus posibilidades, y jamás renunció a su deseo de ser madre. Sobra decir lo que supondría para una mujer con su dolencia un embarazo de nueve meses y un parto. Una de las mayores ventajas que tuvo Cristina en su deseo de normalizar su situación fue Internet, y a través de Internet, sin saberlo, trajo en avión a la muerte hasta su casa.

Cristina conoció a Rafael. Él vivía en Canarias y en cuestión de meses se casaron. La familia de Cristina lo recibió con los brazos abiertos. De hecho, el padre de la joven le dio empleo en el negocio familiar. En poco tiempo los padres ayudaron a la pareja en uno de sus mayores sueños, costear una gestación subrogada. Y llegó Estrella. Una preciosidad de niña que desde hace más de tres años se acuesta todas las noches sin entender por qué su madre ya no está y por qué su padre les hizo tanto daño.

Esa era la Cristina que estaba sentada en el salón de su casa en Mora el 5 de febrero de 2017. Su madre la estaba acompañando mientras cuidaba de su otro nieto, un bebé de 15 meses de edad. Junto a ellas estaba también Rafael, taciturno, más callado de lo normal. Hacía días que había dejado de tomar medicación por una depresión y al parecer eso le había enturbiado el carácter.

Lejos de esa casa estaban Pilar, la hermana de Cristina, y su padre. Juntos iban en el coche con Estrella, la nieta mayor, para que la cría saliera a divertirse un rato. El teléfono de Pilar sonó. Su hermana le había escrito un mensaje:

“Rafa ha intentado coger un cuchillo para matarme. El niño está venga a llorar y a mamá le falta la respiración. Ha tirado tu cuadro y lo ha roto”.

Pilar se alteró pero por un instante pensó que era “otra pelea más”. La convivencia en el matrimonio se había alterado. Rafael se había mostrado agresivo hacía todos los familiares de su mujer y hacia ella misma, sobre todo hacia ella misma. Pilar se dio cuenta enseguida de su error. Aunque ella estaba lejos del lugar siempre le acompañará la culpa de no haberse tomado lo suficientemente en serio los mensajes de su hermana. Nada podía haber hecho para evitar que su cuñado apuñalara en el pecho hasta la muerte a su hermana.

Cuando acabó de hacerlo clavó el cuchillo con fuerza sobre una mesa al tiempo que también clavaba la mirada en su suegra. El mensaje era inequívoco: “Y la próxima eres tú”. La madre de la recién asesinada Cristina sacó fuerzas de donde no tenía para abrazar a su nieto de 15 meses y correr hasta la calle. Salvó su vida y la del niño mientras la de su hija se escapaba en el salón de su casa. Rafael se sentó en su habitación a esperar a la Guardia Civil.

Pero el dolor de la muerte de Cristina fue solo el principio de la pesadilla de esta familia. La hermana y los padres de la mujer asesinada trataron de mantener a la pequeña Estrella lo más lejos posible de lo que había sucedido. El trago de que tu padre haya decidido asesinar a tu madre en presencia de tu abuela es amargo para cualquiera, es imposible de tragar para una niña de cinco años. Si además tu padre reclama afecto y contacto contigo a través de la familia de la mujer a la que él mismo acaba de asesinar el cortocircuito emocional es definitivo.

La familia de Cristina se armó de valor y de paciencia para intentar conseguir un objetivo razonable en la lucha por hacer justicia al asesinato de su hija. Por una parte deseaban el mayor castigo para Rafael, pero ahí donde alguno puede ver venganza, ellos solo pretendían protección. Cada año que Rafael pasara en la cárcel sería un año más para que Estrella estuviera lejos de su padre. Conseguir el mayor número de años posible de condena era proporcionar a la niña más años de vida, experiencia y madurez para ser lo más adulta posible a la hora de volver a ver a su padre, el hombre que asesinó a su madre.

Cristina tenía una incapacidad reconocida del 85%.

Y con este planteamiento se llegó al primer juicio contra Rafael. La acusación particular y la Fiscalía lo tuvieron claro desde el principio: prisión permanente revisable. ¿Por qué? Por el primer supuesto de esta nueva ley: la PPR será aplicable a casos de asesinato en los que la víctima tenga menos de 16 años o sea especialmente vulnerable. A quien Cristina Martín no le parezca una persona especialmente vulnerable solo se me ocurre recomendarle que vea las imágenes que acompañan este artículo.

Con esas pretensiones se puso en marcha un juicio en el que imperó nuestra Ley del Jurado comprada en rebajas: insuficiente, mal aplicada, abaratada en los costes que supondría su correcta aplicación y a la que se castiga día sí y día también con casos de extrema complejidad. ¿Qué tiene de complejo este caso? Solo un ejemplo.

Las defensas están ahí para sembrar dudas y una de esas dudas en el caso fue tan malvada como creativa: si Cristina pudo escribir un whatsapp a su hermana… ¿Por qué no trató de huir o pedir ayuda cuando vio que la violencia de Rafael crecía? Este tipo de cuestiones son las que enloquecen una sala con nueve jurados condenados a ponerse de acuerdo. Así que en el primer juicio pasó lo que tenía que pasar.

A Rafael el jurado le encontró culpable, no había más remedio, pero la cuestión era saber de qué y cuánto era culpable. Los grados de responsabilidad en los homicidios son muchos y muy variados y las circunstancias de la víctima también suman, y esa es la diferencia entre, por ejemplo, una condena de prisión permanente revisable o 12 años por homicidio con atenuantes.

El jurado determinó que Cristina no pudo escapar al tener un 85% de discapacidad reconocida y que tampoco se planteó la huida porque tras 11 años de convivencia, y pese a las discusiones, pensar que tu marido te va a coser a puñaladas delante de tu madre no es algo que uno pueda prever a corto plazo. Ambos argumentos fueron considerados insuficientes para el Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha. Había que repetir el juicio.

¿Y qué hacemos con Rafael? De repente, un homicida confeso sobre el que podía pesar lo más parecido a una cadena perpetua se ve exonerado del primer juicio, a la espera del segundo y con la posibilidad de quedar en libertad por aquello de que la prisión preventiva no debe nunca funcionar como pena anticipada. El terror de la familia de Cristina a encontrárselo en la puerta de su casa reclamando estar con su hija se había convertido en una más que posible realidad.

Nuevo juicio

Finalmente Rafael no salió de la cárcel y fue juzgado de nuevo la semana pasada. Pero lo que pasó en la madrugada del sábado al domingo hace que el horizonte penal de este individuo sea una auténtica incógnita. Durante la semana Rafael declaró ante una nueva juez y un nuevo jurado.

Se mostró descarado e insolente, no menos que su nuevo abogado, quien decidió que atacar a la víctima y a su familia era una manera correcta de conducirse en el ejercicio de la defensa de su cliente. Enfrente los acusadores, impasibles, argumentando de forma irrefutable que apuñalar a un ser humano desvalido que es tu mujer y la madre de tu hija solo merece un castigo. Estar el mayor tiempo posible encerrado.

El sábado el jurado avisó al juez: tenían un veredicto. Su señoría lo devolvió dos veces. No estaba motivado. Por fin aceptó el último fallo. Rafael ha sido encontrado, otra vez, culpable por unanimidad. Las acusaciones piden que además de no salir de la cárcel antes de que pasen 30 años Rafael pierda la patria potestad. La defensa insiste en que asesinar a una chica que pesaba 40 kilos y que iba en silla de ruedas apenas puede ser penado con 16 años de cárcel por homicidio.

Esta noche Rafael volverá a dormir en la cárcel y Estrella lo hará a salvo con su familia, echando de menos a su madre. La cuestión es saber por cuánto tiempo.

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