Operación Bocadillo de Calamares
El PSOE lleva desde 1995 sin controlar la Comunidad de Madrid y Pedro Sánchez, en tiempos de depresión, busca como sea esa victoria más que simbólica para sus filas.
Este lunes toda España ha podido presenciar un hecho verdaderamente histórico: la primera reunión oficial entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez. La primera en 12 meses. La primera tras las seis cartas que la presidenta de la Comunidad le envió a Pedro Sánchez, solicitándola.
Una reunión cuya posterior rueda de prensa no hace sino confirmar algo que muchos ya sospechábamos antes de ese encuentro: Sánchez necesita a Madrid. Porque en tiempos de crisis para mantener a flote la moral de las tropas hace falta una victoria simbólica.
¿Y qué victoria más simbólica puede haber para un partido que lleva sin pisar el gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid desde 1995 que el volver a retomarla? Aunque sea a golpe de moción de censura. Uno como el que un buen día subió a Sánchez a lo más alto de la política estaría bien. Al menos para el PSOE.
Es ahí donde empieza la Operación Bocadillo de Calamares que consiste en someter al Gobierno de la comunidad madrileña a un acoso político y mediático por dos vías: con los alcaldes del sur de Madrid (socialistas, por supuesto), presionando desde abajo, y el mismísimo Sánchez, presionando desde arriba.
Todo ello para tratar de forzar a Isabel Díaz Ayuso a dar el paso en falso definitivo, léase, solicitar el estado de alarma y anunciar el confinamiento de la Comunidad Autónoma de Madrid al completo. Lo cual, al ser una medida del Gobierno central de consecuencias económicas desastrosas que ella misma criticó, sería lo equivalente a reconocer su derrota en la fatídica lucha de intentar salvar la economía madrileña del desastre que supondría el tener que parar a la Comunidad entera.
Vía libre
De ahí ese afán de Sánchez por recalcar que el Gobierno central no viene a Madrid “a evaluar ni a tutelar”, sino “a ayudar y a apoyar”, de ahí esas “sinceras” ganas de que las medidas de Madrid funcionen y ese pequeño apunte de que si no lo hacen, el Gobierno está listo para “contemplar otros escenarios”.
Es precisamente esa actitud tan conciliadora y dialogante, más propia de una ONG que de un presidente del Gobierno, la que le da a Sánchez la llave de Madrid. Porque le quita toda la responsabilidad de lo que allí suceda y además le da vía libre para actuar en el caso de que la situación se complique. Porque Madrid es demasiado importante como para no intentarlo. Porque donde empiezan las ganas de sacar rédito político no hay cooperación que valga.