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Sánchez, el kamikaze que cree que hasta el Rey conduce en dirección contraria

Por imposición de sus socios o por convicción personal, el presidente ha abierto un melón político muy peligroso que pone en riesgo la vigencia del Estado de Derecho constitucional.

Sánchez y el Rey

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Por cortesía del Gobierno, en su afán por contentar al separatismo y devaluar al Rey; tenemos sobre la mesa el atisbo de la mayor crisis institucional de España desde 1978, con el 23F incluido: La Moncloa ha decidido que, además de tragarnos la peor pandemia y la mayor crisis económica de Europa; nos enfrentemos a un debate sobre el futuro de la Monarquía Parlamentaria y de la Constitución.

No fue un mal día ni es un conflicto ocasional. Viene de lejos. Si eres presidente gracias al voto de Podemos y los independentistas; legitimas a Bildu sin haber pedido perdón por defender a ETA; ninguneas y vetas al Rey Felipe; expulsas al Rey Juan Carlos; dejas que Podemos pida la República; te echas en brazos de ERC; indultas a los condenados del procés; señalas a los jueces; quieres abordar como sea el CGPJ; impones una ley de memoria guerracivilista; reconoces la bilateralidad a la Generalidad de Cataluña; gobiernas en Navarra gracias a Otegi; implantas una ley educativa ideológica y eliges una y otra vez a esos socios pendencieros, denigrando al PP y a Ciudadanos; es blanco y en botella.

Lo que buscas es cambiar de régimen, enterrar el 78 e imponer, vía hechos consumados, un nuevo sistema político en España. Porque te lo crees o porque no te queda más remedio para seguir en el poder. El truco de Sánchez, trilero como siempre, es alimentar esa escalada y, a la vez, presentarse ante el Rey como el único que puede contenerla. Es el bombero pirómano que alimenta el fuego y luego se ofrece tímidamente a apagarlo. Y cada vez menos.

Una larga trayectoria

Pero ya no engaña a nadie. Desde 2018 se ha dedicado a adecentar a los peores socios; a asaltar todas las instituciones; a devaluar el espíritu de reconciliación que es la Transición; a resucitar la España de los bandos; a dividir a la sociedad hasta extremos insoportables y a intentar implantar una memoria colectiva artificial y adaptada a sus delirios.

A perdonar a ETA y a castigar a media España por no votarle. A tratar mejor a Otegi que a don Juan Carlos. A indultar a Junqueras y a condenar a Rajoy. A abrazar a Bildu y a empujar al PP. A alejar a las víctimas y a acercar a los verdugos. Y a hacer todo eso mientras, con su Gobierno, España ha caído al sótano más profundo de ruina económica y los estragos sanitarios.

Que con ese panorama, en lugar de rectificar los pactos que le hacen presidente desde 2018; se dedique a generar más tensiones y a añadir dos problemas inaceptables, el constitucional y el territorial, es intolerable.

Y avala la sospecha de que Sánchez ha comprado la agenda completa de Podemos y del independentismo a la vez. Sí, del nuevo Frente Popular. Porque es la única forma de lograr lo que la ley, los votos y las mayorías le impiden: lo que no se puede lograr por lo civil, se consigue por lo “militar”.

La Constitución solo puede cambiarse con el respaldo de dos tercios de las Cámaras; la disolución de las mismas; la convocatoria de un referéndum nacional donde todos opinen; la celebración de nuevas Elecciones Generales y, de nuevo, la ratificación de las nuevas Cámaras por dos de cada tres diputados.

Y como eso es imposible, jugamos a lograrlo por la vía de hechos consumados: hoy echo a un Rey y mañana aíslo a otro. Hoy meto en el Gobierno a Iglesias y mañana me asocio con Otegi. Hoy pongo a mi ministra de Justicia de Fiscal General y mañana asalto el Poder Judicial.

Y mientras, me garantizo el respaldo de la televisión y aíslo, persigo, expulso o desprecio a todo lo que me suene a oposición: sea el PP, los medios de comunicación críticos o ese engorro de la Casa Real y del Parlamento.

Para entender, definitivamente, por qué a Sánchez no le molestan los insurgentes catalanes ni los terroristas vascos, hay que llegar a una conclusión: con otros métodos, él tiene unos objetivos parecidos o los acepta resignado porque depende de aliados que sí los tienen. Por acción u omisión, Sánchez también es un peligro público. Sin convicción en esos fines, por mera supervivencia, pero por eso más kamikaze que ninguno: es capaz de comprar lo que sea con tal de seguir pilotando la nave.

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