Por qué Pedro Sánchez puede estar diez años más gobernando (y Vox lo sabe)
La moción de censura no ha sido contra el Gobierno, sino para escenificar el mismo pulso en el centroderecha que ya vivieron PSOE y Podemos, ahora entre el PP y Vox.
Pocos tendrán dudas, después de la moción de censura, de varias conclusiones políticas difíciles de rebatir con independencia de qué le guste o disguste a cada uno:
- A Vox le ha dado mucha visibilidad, pocos resultados inmediatos y mejores proyecciones a futuro.
- A Sánchez le ha venido fenomenal para cohesionar a sus socios y darse autobombo, sin complejos por sus aberrantes alianzas y su radical agenda ideológica, más intensa que nunca en el peor momento de crisis imaginable.
- Al PP le había dejado un poco en tierra de nadie, pero menos de lo que podía temer hace unas horas: quizá haya perdido el voto pasional temporalmente, pero se consolida en el centro del tablero con capacidad de pivotar a un lado y a otro, que es donde se ganan elecciones. Casado ha descubierto que se puede pelear con Sánchez y Abascal a la vez como el PSOE lo hizo con Podemos en su momento.
- Al resto, ni fu ni fa. Y con la sensación de que el espacio de Ciudadanos, pese al esfuerzo de Arrimadas por ser y parecer cabal, queda diluido a izquierda, derecho y centro y con muchas dificultades futuras para resucitar.
Cuando el desenlace de la moción de censura era conocido antes de que se pronunciara la primera palabra, hay que buscar otras consecuencias distintas a las que técnicamente buscaba: relevar al presidente y a su Gobierno, firmante de los peores datos de la historia reciente de España en todos los epígrafes (económico, sanitario y democrático) y paradójicamente más tranquilo que ninguno de sus precursores.
La primera, es obvia: a Sánchez le ha servido para cohesionar su alianza con Podemos y el independentismo, hoy más sólida que ayer pero menos que mañana: el comunicado conjunto con Bildu, ERC, Junts y lo mejor de cada casa en nombre "de los derechos humanos", evidencia su apuesta definitiva por Frankenstein, que será muy feo pero resulta casi invencible con la Ley D´Hont en la mano.
Sánchez ha renunciado a grandes victorias, pero a cambio apuesta por amplias mayorías vendiendo su alma al diablo, el tiempo que haga falta, a cambio de 176 votos: una cifra sencilla una vez vencida a pactar con todo el arco parlamentario si, además, el voto liberal y conservador sigue dividido en tres comensales.
Le ha valido también para pasear su agenda política e ideológica durante 48 horas de autobombo, sin ninguna autocrítica, e incluso para reafirmarse con entusiasmo en ella. Y por último, le ha valido para consolidar el relato que más le gusta, el de los bandos y las dos Españas; un revival en el que se siente muy cómodo porque la simplificación en bloques enfrentados le facilita la identificación y movilización de su clientela potencial.
A Vox tampoco le viene mal. Durante al menos dos días, Santiago Abascal ha aparecido como alternativa a futuro de Sánchez. Su partido se comporta como la verdadera oposición a Sánchez y sus aliados. Su discurso del cabreo y el “basta ya” conecta con millones de personas indignadas, arruinadas y extraviadas. Y sus recetas, algunas a brochazos, tienen garantizada una imponente difusión que de otra forma nunca conseguirían.
El PP, finalmente, sale algo tocado pero con tiempo de rearme por la dificultad de explicar que, estando radicalmente en contra de este Gobierno, ni ha impulsado una moción de censura ni ha votado a favor de la que otro partido ha presentado, a sabiendas de que los números no le salían pero también de que, en estos momentos, millones de españoles han sustituido la calculadora por el hígado.
Ante eso, Casado ha respondido armando un relato sensato e incluso brillante con un hallazgo: hay manera de explicar por qué, para estar contra Sánchez, no se puede estar con Abascal sin alejar a la vez la posibilidad de una alternativa verosímil a la coalición gobernante. Es la paradoja de Vox, el "socio" involuntario pero evidente de todo aquello que dice querer derribar.
Sánchez ha renunciado a grandes victorias a cambio de pactos con cualquiera. Y Vox, sin querer, le facilita ese trabajo
Las posturas del Gobierno y de Vox son sencillas: basta con que ambos repitan la tensión dialéctica de la España de los años 30, actualizada al presente con la pandemia y la crisis económica, y sus discursos funcionan. La del PP, por el contrario, es más compleja y por ello más difícil de explicar y de aceptar en un país polarizado como nunca desde hace lustros. Pero es también la única con capacidad de prosperar y, finalmente, integrar tanto a Cs cuanto a Vox en una alternativa real.
La conclusión final, pues, es obvia y la asumen en privado todos los actores políticos: el centroderecha llegó dividido a la moción de censura y sale de ella aún más dividido, inmerso en una batalla por la hegemonía en ese ámbito social antes que en un combate político contra Sánchez.. Y el Gobierno, pese a todos sus desastres, llegó unido a la moción y sale más unido de ella.
El PP tiene relato, aunque sea arriesgado
Si el centroderecha no encontraba antes de ayer la fórmula para traducir mejor sus votos en escaños, hoy parece más lejos aún de dar con ella, al menos mientras Vox se sienta como un competidor de tú a tú con el PP y los populares tengan que garantizar su liderazgo en la derecha antes de medirse cuerpo a cuerpo con el PSOE.
Y si la izquierda había encontrado ya la manera de compensar la falta de votos con alianzas Frankenstein impensables hace un par de años; hoy parece más dispuesta a reforzarla y hacerla durar el tiempo que haga falta.
Con una legislatura por delante sin otro horizonte electoral que el catalán, el centroderecha tiene tiempo para buscar la pócima mágica que Sánchez ya descubrió escudriñando la Ley D'Hont. Pero va con mucho retraso y pocas certezas de que, más allá del PP, nadie más tenga en la agenda hacerse esa pregunta.
Vox, como Ciudadanos no hace tanto, está más en el "todo o nada" del sorpaso, una jugada de riesgo que de momento ayuda mucho más a Sánchez que a nadie y que apuesta todo a una carta: lograr ser en España lo que Marie Le Pen ya fue en Francia. Y ni así gobierna.
Mientras, aunque no sea ésa la intención de Vox, lo cierto es que su presencia es tan decisiva para hacer presidente a Sánchez como la de Podemos o ERC: lo dijo Casado y, aunque le duela a los votantes de Abascal y a algunos del PP, es una verdad aritmética irrebatible.