El reto de Casado: poner nombres y caras a su "gobierno en la oposición"
Hay un cambio de ciclo político acelerado por las elecciones del 4-M pero que en realidad empezó con el famoso pacto del abrazo. El líder del PP se enfrenta a un momento trascendental.
Ni tanto ni tan calvo. Ni el PP es “enorme” y “está que se sale”, como han demostrado Alberto Núñez Feijóo en Galicia, Juanma Moreno con su cambio histórico en Andalucía, Alfonso Fernández Mañueco con su hacer tan pegado a la tierra de Castilla y León y ahora Isabel Díaz Ayuso tiñendo de azul todo Madrid, ni “está desahuciado”, como se dijo tras los resultados en el País Vasco y Cataluña.
Los populares son un partido en reconstrucción tras una dolorosa pérdida de La Moncloa después de la moción de censura a Mariano Rajoy, que trajo el nuevo liderazgo de Pablo Casado a través de un proceso de primarias y congresual que dividió mucho a sus bases.
El Partido Popular pasa momentos similares a los que ya vivió con Rajoy después de las derrotas consecutivas de 2004 y 2008. Al igual que la primavera es un tiempo que ni es invierno ni es verano, aunque haya días que parezcan estar en una estación u otra, en política los partidos con opciones de gobernar pasan etapas muy diferentes. Sonrisas y lágrimas.
El PP está en los cuarteles de la oposición hasta que en la opinión de los ciudadanos se consolide la idea de que lo que tienen en La Moncloa “es lo viejo” y lo que está por llegar es “la cara de lo moderno”. En esas está Génova 13.
¿Hay cambio de ciclo político en España? No tengo duda. ¿Han sido las últimas elecciones en Madrid las que lo han provocado? No lo creo. En mi opinión todo empezó antes, con el “pacto del abrazo” entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
El abrazo con el que Sánchez e Iglesias sellaron su coalición.
Muy pocos en España querían ver en el Gobierno a un líder tan ultra como el de Podemos. La foto de Sánchez e Iglesias juntos fue el gran tsunami que acabó con la imagen del presidente. Naturalmente, la elección de ese socio trajo otros compañeros “nocivos” como Junqueras, Rufián o el mismísimo Otegi, que han separado aún más a Sánchez de los grandes movimientos públicos.
Además, tal separación ocurría en unos momentos de pandemia donde los sentimientos, tan a flor de piel, han acelerado los cambios de opinión.
En la huida permanente en la que vive desde hace mucho el socialismo, el partido del puño y la rosa, convertido en una especie de “oligarquía de hierro”, en lugar de pergeñar un proyecto de España se ha dedicado a implantar políticas para contentar a lo más radical de la izquierda.
Creían que así aislaban al PP y evitaban que pudiese algún día llegar al poder. Craso error, porque esa estrategia sólo conduce a que el PSOE cada vez se empequeñezca más.
Con Zapatero empezó todo
El PSOE, o mejor dicho, el sanchismo, se ve así obligado a mirar constantemente cómo contentar a socios cargados de sectarismo, en vez de hacer políticas para conectar con amplias mayorías. Su tono cada día es más antipático. En realidad, Sánchez ha agudizado una deriva que viene desde la época de Zapatero: un proyecto de país que prioriza “laminar” al PP.
Demasiadas alforjas para tan poco equipaje. A Sánchez eso pudo servirle durante un tiempo. Poco, además. Nunca este líder socialista ha levantado pasiones. Basta ver cómo en la repetición electoral, pocos meses después de su primera victoria en las urnas, cuando cualquier político goza de un “tirón” enorme porque vive la luna de miel con los electores, el socialismo obtuvo sin embargo peor resultado y menos diputados.
Luego, su manera de conducir España en momentos tan críticos ha ido demostrando que estamos en manos de ministros bien dotados para el agit-prop pero de una inagotable inutilidad en la gestión. Seguramente, como suele repetirse, estamos en las peores manos en el peor momento. Y esto ha calado en la opinión pública con la facilidad con la que un cuchillo corta la mantequilla.
A Casado le falta equipo y le sobra ansiedad
¿Casado sólo tiene que sentarse a esperar? Sería una equivocación. Porque tampoco el líder del PP ha demostrado aún que es la alternativa. Le falta equipo y le sobra ansiedad. Le ocurre igual que le pasó a Rajoy en sus primeros años de oposición. Debe irse rodeando de caras “creíbles” en diferentes materias, esas que importan y hacen ver a a la gente que con ellos todo va a ir mejor.
Los barones autonómicos le aportan credibilidad en la gestión: Feijoó, Moreno, Mañueco, Ayuso son valiosísimos pilares en los que apoyarse. Pero ahora le toca mover ficha a él: la foto de la dirección de Génova no es todavía la que los ciudadanos desean ver en la escalinata del palacio de Presidencia.
Quizá que Casado apueste ya por presentar en una Convención Nacional del PP su Gobierno en la “sombra” con caras que inspiren confianza en las distintas materias no seria mala idea.