Las tres caídas de Carmen Calvo: Irene Montero, el PNV e Iván Redondo
La política es así de ingrata: estás en la cresta y en horas te tumba la ola. La vicepresidenta favorita de Sánchez ha pagado los platos rotos del sanchismo.
A estas alturas, ¿quién podía creer en la continuidad de Carmen Calvo? Sus enfrentamientos con Podemos, más concretamente con Irene Montero, la habían convertido a ojos del progresismo patrio en una “antigua dama conservadora”. Sólo faltó ponerle un collar de perlas y un abrigo de visón. Tal es la imagen que le iba creando en las redes la izquierda más radical. Viejuna.
Lo de José Luis Ábalos va de otra cosa: se había convertido en carne de meme. Ha sido la chirigota nacional. No era un ministro, sino -entiéndase lo que quiero decir, porque además le tengo aprecio personal- “el hijo de la Tomasa”. Imposible hacer política así. Además, hace tiempo que por asuntos privados está fuera de juego en Ferraz: Santos Cerdán, desde la sombra, le lleva todo. Inevitable su salida.
Pero volvamos a Calvo. Peleó contra las mayores barbaridades “políticamente correctas” de la pata morada del Consejo de Ministros. Y lo hizo en situación de inferioridad, porque, por responsabilidad, debía callar más que la otra parte. Además, sabía que tenía enfrente a un sector de sus siglas demasiado proclive a reír las gracias de Unidas Podemos para evitarse malos tragos.
Pedro Sánchez premió su fidelidad cuando le apoyó en su carrera por el liderazgo del partido y, ahora, cuando lo ha necesitado, le ha pedido “seguir siéndole fiel” echándose a un lado y abandonando el Gobierno. Carmen Calvo será recompensada con un cargo de relumbrón, como la presidencia del PSOE, sucediendo a Cristina Narbona tras el Congreso de las siglas en octubre.
El PNV señaló en público a Calvo y Sánchez necesita a los nacionalistas vascos como el comer
Tampoco debe olvidarse que en el último debate sobre los indultos en el Congreso de los Diputados, el portavoz del PNV, sin mencionarla, envió a Sánchez el mensaje directo de que diera una vuelta a la tarea de coordinación de los ministerios, entonces bajo el control de quien era todavía su número dos. Fue una sentencia de muerte desde la tribuna de la Carrera de San Jerónimo.
Lo de Aitor Esteban fue un recado de Andoni Ortuzar, máximo dirigente de los nacionalistas vascos, que no podía desoír un presidente débil que los necesita como el comer para sobrevivir políticamente.
En el ring permanente con Redondo
Además, y esto no es un asunto menor, Carmen Calvo ha mantenido una pelea continua por el control de los resortes de La Moncloa con Iván Redondo, hombre de máxima confianza de Sánchez y poderoso guardián de la llave que abría el paso del despacho presidencial. Una lucha que ha debilitado a ambos y en la que se han ido sucediendo victorias y derrotas de una y otro.
Ese tipo de peleas, sonoras muchas veces, reconfortan al líder porque ambos bandos le demuestran fidelidad absoluta, pero casi siempre se acaban resolviendo optando por una “tercera vía”. Así ha ocurrido también esta vez. Félix Bolaños y Oscar López son ese camino intermedio que ahora prefiere Pedro Sánchez.
El PSOE jamás hubiera aceptado la salida de Calvo y Ábalos sin que también se marchara Iván Redondo
Carmen Calvo, al menos, tiene la recompensa de arrastrar en la caída a su gran enemigo. Tanto la vicepresidenta como José Luis Ábalos y la portavoz socialista Adriana Lastra venían avisando hace tiempo a su secretario general de los peligros del “chiringuito personal” que se estaba montaba Iván Redondo a su costa.
Tras el ridículo público del “paseíllo” de Pedro Sánchez junto a Joe Biden en Bruselas, obra y gracia del autobombo que quiso hacerse Redondo a sí mismo en La Sexta anunciando toda una cumbre entre ambos mandatarios gracias a su intervención directa, el PSOE, ardiente, jamás hubiese soportado -sin explotar- que el presidente cesase a Calvo y Ábalos sin enseñar también la puerta de salida a su jefe de Gabinete.