El sindiós de la reforma laboral acrecienta el nerviosismo en Moncloa
Nadie en el entorno de Sánchez cree ya que el atropello ocurrido en el Congreso de los Diputados no vaya a tener consecuencias.
Fue surrealista. Y, claro, de difícil consumo. Todo lo concerniente a la reforma laboral ha sido un lio desde el principio. , la división entre socialistas y morados en la coalición gubernamental -con Pedro Sánchez lavándose las manos como Poncio Pilatos-, el entreguismo del jefe de la patronal, , los frenos europeos a las ganas de la izquierda de “derogar” las normas del “antisocial” Rajoy que han creado millones de puestos de trabajo… Pero ya su votación final (a no ser que los tribunales obliguen a repetirla, dadas las irregularidades flagrantes para cambiar la voluntad mayoritaria del Congreso de los Diputados) ha sido el estrambote a un poema irónico que rezuma mal olor en las aguas políticas españolas.
Naturalmente, en La Moncloa se ha incrustado aún más el nerviosismo que ya vivían. No hay jornada sin sobresalto. ¿Quién en el entorno de Pedro Sánchez, por voluntarioso que sea, será tan ingenuo de creer que el esperpento de la convalidación de una norma comprometida con la Unión Europea no va a tener costes para España?
Además, en unos momentos en los que el vaso de la paciencia con Sánchez esta tan lleno que cualquier gota añadida acaba en indignación popular. Las adversidades acorralan cada día al mandatario socialista. Flota en el ambiente.
Ya se sabe: para este presidente, el daño a las instituciones es un simple “efecto colateral” en su estrategia de consolidación. Sentado esto, el trilerismo de Sánchez ha sembrado de minas la esencia misma de la democracia. Y ello, arriesgado hasta un punto insoportable, ha calado hasta los tuétanos en muy buena parte de la opinión española.
La gente está harta. Que un diputado vea quebrantado su derecho al voto por la presidenta del Congreso no es una anécdota como para que el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, despeje el balón en Onda Cero con símiles futbolísticos: “En un partido de fútbol, si el partido lo gana un equipo porque hay un gol en propia puerta en el último minuto, el equipo que gana, gana, ¿no?” Pues no.
Batet era consciente del atropello
Se banaliza el ejercicio de la representación de la soberanía nacional. Es muy grave. E irresponsable. Merixell Batet era consciente del atropello al parlamentario Alberto Casero en la votación de la medida estrella del Gobierno.
Incluso antes de levantar la sesión del jueves se lo reconoció a la portavoz del Grupo Popular, Cuca Gamarra. Le negó la palabra asegurando que la Mesa había tratado la petición de Casero y rechazado que corrigiese presencialmente su voto telemático. Mintió.
La oposición tiene que luchar con uñas y dientes contra una ilegalidad de tanta envergadura. El foco no puede ser que un dirigente del PP se equivoque
El órgano de gobierno de la cámara nunca fue convocado y sigue sin serlo. Ese punto delata que se cercenaron las garantías de un diputado, que son santo y seña del sistema democrático. Sólo la Mesa puede autorizar o desatender la solicitud de Casero. Batet fue un apéndice del brazo partidista de Sánchez y adulteró la voluntad popular en vez de afianzar los pilares democráticos del caserón de la Carrera de San Jerónimo.
La oposición tiene que luchar con uñas y dientes contra una ilegalidad de tanta envergadura. El foco no puede ser que un dirigente del PP se equivoque. La izquierda tuitera esparce su porquería para decolorar un acto que denigra los valores constitucionales.
Tampoco la cámara puede centrarse en los dos diputados de UPN que abrazaron el principio de no estar sometidos a mandato imperativo como establece la Constitución. Lo dramático es que Meritxell Batet no es una política capaz de calibrar la alta condición que representa. Lo peligrosísimo es que ella, como por desgracia otros socialistas, está convencida que el fin es Sánchez y no importa emplear medios aberrantes para otorgarle laureles. Me da que al poema de la reforma de la reforma laboral aún le quedan estrofas por escribir.