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La triple corrupción cerca al PSOE de Sánchez, pero no pasa nada

A los casos de corrupción 'clásicos' se suman otras dos formas de corrupción: la moral y la institucional. Sin embargo, al sanchismo se le juzga con una vara de medir más benévola que al PP

Pedro Sánchez durante el balance del año en el Palacio de la Moncloa

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El PSOE es un partido corrupto. Desde muchos puntos de vista. Además de la corrupción clásica, la del dinero o el tráfico de influencias, el sanchismo ha caído en un deriva política y moral que son también otras formas de corromperse, de degradarse y degradar a España. Curiosamente no se percibe como tal, no cala esta idea en la calle. Parece como si la opinión pública estuviera anestesiada o quizás también degradada. Lo que es indudable es la doble vara de medir: una muy estricta para juzgar la corrupción pasada del PP, que tan caro ha pagado en términos electorales, y otra muchísimo más benevolente con el PSOE y el Gobierno de Sánchez.

En cuanto a la corrupción clásica, la de distraer dinero público, es obvio que el Partido Socialista se escapa casi indemne de los graves casos que ha tenido y presuntamente tiene alrededor. Estos días han entrado en prisión todos los condenados por los ERE fraudulentos, excepto Griñán que está a la espera de la decisión del juez por motivos de salud. En ESdiario se ha dado altavoz y portadas al tema, pero no hemos visto en general grandes titulares en los medios. No al menos a la altura que probablemente merece la culminación del mayor caso de corrupción de la España democrática.

Es más, muchos medios, decenas de ‘opinadores’ nacionales han comprado la tesis del PSOE: lo de los ERE no fue corrupción porque ni Chaves ni Griñán se llevaron dinero a su bolsillo, no se enriquecieron sino que desviaron dinero público para fines que no eran los previstos. Los socialistas no solo no tratan de pasar página de todo aquello, sino que lo reivindican. ¡Orgullo de Chaves y Griñán”, decía Zapatero en la campaña electoral de las elecciones andaluzas.

Tampoco, salvo excepciones, han corrido ríos de tinta para contarnos a toda página o a toda pantalla las revelaciones del exgerente del PSOE valenciano (PSPV) ante la Guardia Civil y el juez sobre la financiación ilegal de las campañas electorales del partido en 2007. Seguramente el nombre de Francisco Martínez Rico no le dice absolutamente nada a la inmensa mayoría de los españoles. El de Luis Bárcenas en cambio lo conocían hasta los niños de Primaria. La mancha del caso Azud que comenzó investigando al PP de aquellos años se ha extendido ya de lleno al PSOE de Puig. Él lo niega todo, claro. El problema es que los trajes de Camps se llevaron decenas de portadas. La confesión del exgerente ha pasado de puntillas.

Corrupción moral y corrupción institucional

Esa es la corrupción económica, pero hay otra peor: la corrupción moral. Es aquella en la que si bien es posible que no se trasgreda la ley, sí se sobrepasan todos los límites admisibles. Y ahí el sanchismo es imbatible. Tiene todos los récords. La elección de Sánchez como presidente está sostenida por los pilares corruptos de la mentira masiva a los ciudadanos. Nunca pactaría con Podemos, dijo por activa y pasiva. Fue lo primero que hizo.

Podríamos hacer un listado inagotable de esa corrupción moral, que va desde pactar con los filoetarras de Bildu hasta los indultos a los golpistas, pasando por los acuerdos con esos mismos separatistas para modificar el Código Penal al antojo del delincuente.

La corrupción institucional consiste degradar las instituciones bordeando la ley para ponerlas al servicio del interés político del presidente. En esto Sánchez también ha demostrado una capacidad innegable, difícil de superar.

Hay mil ejemplos más, de menor trascendencia, pero igualmente faltos de ética. Sin ir más lejos el abuso del Falcon y el helicóptero oficial, la conformación del Gobierno más grande en número de Ministerios y más caro de la democracia, para satisfacer las necesidades políticas de Sánchez. Y, por supuesto, el uso propagandístico del dinero público. Dar 400 euros a los chicos que cumplen 18 años, que votan, y 200 a las familias más necesitadas es un buen ejemplo de ello.

Y nos falta en este repaso la corrupción institucional, que consiste degradar las instituciones bordeando la ley, para ponerlas al servicio del interés político del presidente. En esto Sánchez también ha demostrado una capacidad innegable, difícil de superar.

El último episodio es muy significativo. Colocar como magistrados del Tribunal Constitucional a dos políticos, a un ex ministro de Justicia y a una alto cargo de Moncloa, es algo inaudito e intolerable desde el punto de vista democrático, por mucho que pueda ser legal. Lo mismo hizo al arrancar la legislatura, colocando a Dolores Delgado, ministra de Justicia por aquel entonces, como fiscal general del Estado.

Esta misma forma de corrupción o degradación institucional la hemos visto en el propio Gobierno y en las presidencias del Congreso y del Senado con sus duros ataques a los magistrados del Tribunal Constitucional a los que un portavoz socialista llegó a comparar con Tejero. Y la hemos observado en diferentes ministras que han tildado de machistas e ignorantes a los jueces que les han llevado la contraria, por ejemplo con la ley del solo sí es sí.

El problema, repito, es que de momento todo esto no le ha pasado demasiada factura a Pedro Sánchez, el máximo responsable de esta triple corrupción. No ha habido consecuencias reales y las críticas en los medios han sido escasas y menores a lo que el tamaño de las barbaridades cometidas requiere. Las urnas en mayo ofrecen la primera oportunidad de que los ciudadanos censuren todo esto. Si no lo hacemos seremos entonces cómplices y valedores de la corrupción imperante.

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