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El "jarrón chino ZP": Sánchez le convierte en protagonista para tirar del carro

Moncloa asume que la imagen del ex goza de “buena salud” ante el electorado de izquierdas y no genera el rechazo que sí provoca Sánchez en otro amplio sector del electorado socialista.

Zapatero y Pedro Sánchez.

Zapatero y Pedro Sánchez.

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Decía el expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, que hizo suya una expresión del presidente español, Felipe González, que los expresidentes somos como jarrones chinos, que supuestamente tienen un enorme valor, aunque nadie sabe muy bien dónde colocarlos, porque estorban.

En algún momento, alguna década después, si la memoria no me traiciona, el hoy también ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien “padeció” sobre sí la proyección de la alargada sombra de Felipe González y vio cómo su entonces rival, Mariano Rajoy, sufría a su vez la del expresidente José María Aznar, comentó en un corrillo de periodistas que él se cuidaría mucho de seguir la senda de sus predecesores en el Gobierno.


Y lo cierto es que lo cumplió… durante un tiempo. Se retiró un largo periodo y desapareció de la vida política española, mientras se dedicaba a la política en otras latitudes.

Mientras Alfredo Pérez Rubalcaba fue líder del PSOE, Zapatero se abstuvo de inmiscuirse en los asuntos que pasó a dirigir y liderar el que había sido su ministro del Interior. Pero ahora los tiempos ha cambiado y también las voluntades.

Zapatero salió del Gobierno en medio de una crisis económica frente a la que braceó hasta extenuarse y en esa lucha extinguió los recursos económicos del Estado, lo que le valió la retirada mayoritaria de la confianza del electorado en su persona y su partido, por no hablar de la de sus propios compañeros del PSOE, algunos de los cuales, siendo todavía cargos nombrados por el Gobierno, no se cortaban a la hora de rajar contra su todavía jefe Zapatero. Pero Zapatero ha vuelto.

Y, según aseguran haber sondeado en el entorno de Pedro Sánchez, su imagen goza de “buena salud” ante el electorado de izquierdas y no genera el rechazo que sí provoca Sánchez en otro amplio sector del electorado.

Zapatero abraza al candidato del PSE, Eneko Andueza, en un mitin este miércoles.

Quizás ese sea el motivo de su enorme presencia en la vida pública. Si durante un tiempo hubo dirigentes socialistas que entonaban el “aparta, que me tiznas” al mentarles la figura de Zapatero, hoy el expresidente y su mensaje resultan atractivos a buena parte de la izquierda, incluidos los votantes de Sumar y Podemos, además de parte del propio PSOE.

Así, Pedro Sánchez, que guste o disguste a propios y extraños, no da puntada sin hilo, no ha dudado en echar mano de su figura y usarlo como escudero, mentor, valedor o compañero de confidencias, según convenga.

ZP ya no es un jarrón chino. Ese papel se lo deja a Felipe González, que no deja de sacarle los colores a Sánchez a cada una de sus palabras. Zapatero ha mutado en un mueble multifuncional del Ikea, un agente dinamizador del potencial votante de la izquierda a ojos monclovitas

Es Rodríguez Zapatero quien sale a discutir en una importante cadena radiofónica quién puso fin al terrorismo de ETA. Lo dijo con orgullo y tal vez un punto de rabia: “Fue mi Gobierno, el que yo presidía, quien acabó con la violencia de ETA”. Mientras lo decía, Zapatero arrastraba las sílabas y mantenía desafiante la mirada.

Y puede decirlo, porque él ya no tiene socio que le reproche, sino que su socio, en este momento, es el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que anda de gira, centrado en la política internacional, buscando el reconocimiento del Estado Palestino, para remitirse a una solución al conflicto Israel-Palestina que lleva décadas propuesta por la ONU y para la que no se dan las condiciones, hoy por hoy, mal que le pese a Sánchez.


En este reparto de papeles, Sánchez sigue dedicado en cuerpo y alma a la política internacional, mientras en España se suceden las convocatorias electorales, en las que se juega mucho… tanto que podría hasta hacer saltar por los aires a su Gobierno. Pero, en unas elecciones como las vascas, cuya victoria se disputan sus principales socios, de quienes depende su continuidad el frente del Ejecutivo ¿no es más fácil para Sánchez cambiar de tema y hablar de la paz en el mundo?

Sánchez que guste o disguste a propios y extraños, no da puntada sin hilo, no ha dudado en echar mano de su figura y usarlo como escudero, mentor, valedor o compañero de confidencias, según convenga.

Algo similar le ocurre frente a la campaña catalana, ¿Acaso puede Sánchez “despacharse” contra los principales rivales de su partido hermano, el PSC, sin temer a las consecuencias? Por todo ello, la figura de Zapatero le viene al pelo, para hablar de terrorismo o de un nuevo Estatuto catalán, que será la propuesta estrella del PSC en las elecciones del 12 de mayo.

Zapatero ya no es un jarrón chino. Ese papel se lo deja a Felipe González, que no deja de sacarle los colores a Sánchez a cada una de sus palabras. El expresidente Zapatero ha mutado en un mueble multifuncional del Ikea, un agente dinamizador del potencial votante de la izquierda a ojos monclovitas, al que conviene tener siempre a mano y a disposición.

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