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Cuando Turquía derrotó a los occidentales y pudo con los rusos

En 1915, la Marina británica dirigida por Churchill emprendió un ataque anfibio a Turquía. El desembarco de los Dardanelos no acabó con la guerra, sino que la alargó y la hizo más cruel.

Los ANZAC se sacrificaron intentando satisfacer la ocurrencia de Churchill.

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Hace un siglo del inicio de la retirada de los Aliados, fundamentalmente australianos y neozelandeses del Cuerpo de Ejército ANZAC, de las playas de Galípoli. Ahora que Turquía ocupa el centro de toda la atención mundial, conviene recordar que entre febrero y diciembre de 1915 los Aliados, usando carne de cañón colonial de Oceanía, intentaron acelerar el final de la Primera Guerra Mundial, derrotar al Imperio Otomano, ayudar a su aliada Rusia y, asunto no menor, entregar a los eslavos el control del Bósforo y de los Dardanelos que creían necesitar para mantenerse en relación directa con el “mundo libre”.

Según Churchill, en su historia de la guerra “hubo un cúmulo de terribles suposiciones”, pero el entonces Primer Lord del Almirantazgo hablaba con gran conocimiento de causa: él fue el culpable de la ocurrencia de Galípoli con todos sus errores, en su intento de apuntarse el mérito de una hipotética victoria, y él fue responsable de la masacre innecesaria de soldados Anzac, de una victoria turca que jamás debió darse, del alargamiento de la guerra y de la derrota en ella de la Rusia imperial… con las consecuencias que esto tuvo para el siglo XX. Poco por tanto que festejar a la memoria del fracasado y resentido joven lord, que comparte con el Estado Mayor alemán y su vagón de 1917 el muy dudoso mérito del comunismo de Lenin.

En febrero de 1915 franceses e ingleses iniciaron la campaña, sugerida por Churchill, con un bombardeo masivo desde los buques de guerra contra los fuertes otomanos que defendían el lado mediterráneo del estrecho. Varios buques fueron hundidos por la artillaría y las minas, y aunque se estaban utilizando naves ya obsoletas los daños hicieron evidente que si se quería anular el control turco de los Estrechos sería necesario desembarcar. Y así se hizo, aunque con soldados de los Dominios más lejanos y sin experiencia de combate.

Tras un fracasado bombardeo naval, los británicos intentaron conquistar los estrechos y a lo largo de aquel 1915 incompleto perdieron al menos 250.000 hombres en el infructuoso asalto… y no solemos recordar que murieron otros tantos súbditos otomanos. Un resultado inesperado de la batalla fue además la gloria militar de Mustafá Kemal, que habría de ser el futuro fundador laico de la República turca.

Ya en tiempos de Lord Kitchener la doble meta de la operación era por un lado anular a los turcos y echarlos de la guerra y por otro mantener en ella a Rusia, suministrándole material industrial a cambio de sus recursos agrícolas y de su fuerza humana. Con sólo cinco divisiones se pretendía destruir un imperio, al que se valoraba en muy poco y en mucho en cambio a los propios soldados anglosajones. Con muy pocos técnicos alemanes y los soldados turcos disponibles, Liman von Sanders derrotó sin discusión a los aspirantes a vencedores.

Desde los últimos desembarcos en abril hasta diciembre de 1915, los aliados sufrieron el calor y la falta de agua en las playas, sabiendo además que su sacrificio no contribuía en nada a la victoria en la guerra. Aún hoy en Oceanía el 25 de abril se celebra como “día de los Anzac”, pero no se recuerda a quién se debió su muerte innecesaria, y su retirada derrotados en diciembre, que ahora recordamos, es en general olvidada. Para Gran Bretaña fue el comienzo del fin del Imperio; para Australia, su nacimiento como nación; y para Rusia el inicio del abismo. Aún hoy en Oriente pagamos los errores ingleses de hace un siglo.

Pascual Tamburri