La solvencia de Soraya
La vicepresidenta transmitió lo que quería: un guiño al electorado de centro y el mensaje de que el Gobierno trabaja por una España mejor.
Un estratega de Génova 13 comentaba, velando armas para el debate de Atresmedia, que “quien más riesgo corre en el envite es Pedro Sánchez”. Apoyaba su tesis en “el error” de haber defendido este tiempo atrás que el jefe de la oposición sólo debatía con el presidente, para luego desdecirse. Y, además, hacerlo cuando más necesita ser la alternativa, porque Rivera e Iglesias le comen terreno alejándolo de la segunda plaza de la carrera electoral.
La primera impresión del debate en televisión de anoche es constatar que la política está en una senda de cambio generacional. Los cuatro protagonistas, una mujer y tres hombres, son políticos jóvenes: Soraya Sáenz de Santamaría (44 años), Pedro Sánchez (43 años), Pablo Iglesias (37 años) y Albert Rivera (36 años). Son como el país al que representan: con 40 años de edad media. La democracia madura con sus jóvenes. Igualmente destaca la inusitada expectación que ha despertado este refrescante 7-D: en correspondencia a la popularidad de los “emergentes” que rivalizan con un bipartidismo que ha descuidado las rendijas por las que se colaron los nuevos actores.
El debate a cuatro de anoche no fue la habitual discusión al uso de unos políticos frente a las cámaras. Esas se ven todos los días y no llaman tanto la atención. Entre otras cosas porque los protagonistas (por la seguridad que buscan siempre los “comunicólogos” de los partidos) son caras de segundo nivel.
Aquí fueron mandatarios de primerísimo rango. Y tampoco se vio la imagen típica de un enfrentamiento “atado y bien atado” que, al final, para el espectador es como sentarse en un sillón a ver una serie de guion inamovible. El programa tenía el atractivo del riesgo que sólo permite el realismo de la televisión. Y en ese terreno, la vicepresidenta del Gobierno se sintió cómoda
Aquí fueron mandatarios de primerísimo rango. Y tampoco se vio la imagen típica de un enfrentamiento “atado y bien atado” que, al final, para el espectador es como sentarse en un sillón a ver una serie de guion inamovible. El programa tenía el atractivo del riesgo que sólo permite el realismo de la televisión. Y en ese terreno, la vicepresidenta del Gobierno se sintió cómoda: “Ha transmitido una imagen fresca cuando improvisó seduciendo estratégicamente al centro, donde desea poner su dardo el PP”, escribe satisfecho la misma fuente genovesa por Whatsapp desde los aledaños del gran plató de Atresmedia.
Hasta el formato era reflejo del tiempo de cambio. Nada de discusiones sobre grandes temas memorizados de antemano por los contrincantes para repetirlos como tediosa letanía. Al revés: dinamismo, cercanía, espontaneidad (para quien la tenga, claro). Rivera estuvo equidistante. Iglesias, por ejemplo, “patinó” con su rigidez, por esa obligación a la que se somete de lanzar mensajes “cocinados” que el equipo dirigido por Íñigo Errejón difunde por las redes sociales, a las que tanto partido saca.
El mítico entrenador Luis Aragonés decía: “Las finales se ganan". Y este duelo dialéctico ha sido asumido por la opinión pública como “el debate decisivo”. Era, por ello, una gran final electoral. Y Soraya Sáenz de Santamaría no la iba a desaprovechar. Incluso sobreponiéndose a quienes apostaron por curtidos tertulianos televisivos como Albert Rivera o Pablo Iglesias. Su jefa de gabinete, María González Pico, me apuntaba al término del reto la sensación de su círculo más íntimo: "Soraya ha demostrado que es la vicepresidenta de un Gobierno que quiere una España mejor".