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El “embolado” de Rivera busca repetir la gesta de Felipe González

La escalada de Ciudadanos evidencia la capacidad de su líder de ilusionar al votante pero corre el riesgo de alejarlo con su banquillo.

Rivera echa cuentas atendiendo a la campaña de González en 1982

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“El embolado ha sido cosa de mi equipo”. La confesión es del propio Albert Rivera que se dejó arrastrar para asaltar el que fuese en otros tiempos el templo del socialismo, con un indiscutible valor simbólico que se buscó inundar de color naranja en el último fin de semana de campaña. Y así, Ciudadanos desechó el polideportivo Magariños, su plan A con una capacidad para 5.000 personas, y se lanzó a por el inexpugnable Vistalegre.

Un desafío para un partido que no es de masas y que en el más multitudinario de sus mítines en esta campaña habrá reunido a unos 1.500 seguidores. La imagen de un escenario tan grande y semivacío hubiera dejado en evidencia un escaso poder de movilización de una formación en construcción. Un lleno o una buena entrada era un éxito y un verdadero golpe de efecto. Y así resultó ser. Unos 8.000 asistentes, 10.000 según la organización, permiten a Ciudadanos vender el rol de partido hegemónico altermativo.

Ante todos ellos, Albert Rivera habló de “ilusión”, “segunda Transición”, “cambio”, “reacción contra el conformismo” y cosas así. Y realizó su petición más ambiciosa: “Os voy a pedir que nos conjuremos, aquí, en Vistalegre, y no paremos hasta que Ciudadanos gane en España”. Se ha ganado el derecho de intentarlo. Dentro de la confianza que le otorguen los españoles en las urnas. Esas urnas que él pidió “reventar” para llegar a un récord histórico en participación. Rivera lo cifra en el 80%. Los números los ha hecho su mano derecha, José Manuel Villegas. La mayor movilización llegó en 1982 (79,97%) y abrió a Felipe González las puertas de La Moncloa.

Sobre el límite de los votos se estrellarán inevitablemente numerosas promesas electorales. Por ejemplo, muchas alusiones a los valores de regeneración y de racionalización institucional y política, sin duda una gran bandera de la marca naranja. En la XI Legislatura por inaugurar, nadie podrá hacer de su capa un sayo. El líder de Ciudadanos lo sabe y augura una etapa intensa de negociaciones, tiras y aflojas, de consensos -ojalá- y seguramente más corta, 2 o 3 años. Las dosis de buena voluntad, en cambio, pueden ser engullidas si sus filas desbordan a la dirección del grupo parlamentario.

La campaña está sirviendo a Rivera para visualizar aquí y allá a sus candidatos, a aquellos que deberá repartir entre la vorágine de portavocías, comisiones, encuentros institucionales, etc...

Ciudadanos ha dado con revelaciones, pero, aparte de los consolidados Juan Carlos Girauta en Barcelona o Luis Salvador en Granada, nunca tanto novato habrá engrosado un banquillo y más de uno dará quebraderos de cabeza

Ciudadanos ha dado con revelaciones, pero, aparte de los consolidados Juan Carlos Girauta en Barcelona o Luis Salvador en Granada, nunca tanto novato habrá engrosado un banquillo y más de uno dará quebraderos de cabeza. Qué duda cabe. El saludable paso al frente ciudadano en su compromiso con la política ha propiciado el salto a la arena naranja de todo. Y algún que otro cartel electoral tiene zonas de sombra que dificilmente se hacen invisibles.

Para muestra, los ajustes de agenda en el tramo final de la campaña han hecho caerse la foto de Rivera con el candidato por Salamanca, Pablo Yáñez, él mismo que, sin empleo previo conocido, carece de reparos en embolsarse un sueldo de 41.000 euros como cargo de confianza en la Diputación de Valladolid, mientras defiende la eliminación de la institución provincial por ser “un chiringuito para repartir poder y prebendas”. El marketing traduce la coherencia política en mensajes emocionales, pero sólo es un vehículo. La incoherencia se detecta rápido. El famoso proverbio de Mafalda “conocerme es quererme”, siempre puede volverse en contra.