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¿Quién y por qué paga la campaña electoral?

La casta no es una demagogia sino una realidad. El grueso de la misma no está en los políticos visibles que aparecen en los medios, sino en los que pagan el empleo de los citados políticos.

Un acto de campaña de Pedro Sánchez.

Un acto de campaña de Pedro Sánchez.

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En mis viajes en coche de los últimos días, he tenido ocasión de escuchar en la radio a multitud de tertulianos reírse de Podemos en razón de la tan manida “casta”. La expresión “la casta” ha sido rápidamente metabolizada por el sistema mediático y posteriormente banalizada, como si fuera una muestra más de la demagogia de la extrema izquierda de Pablo Iglesias. Pero en el fondo tras estas actitudes hay mucho pensamiento meramente reaccionario: “como no soy de izquierdas, lo que ellos digan debe ser necesariamente falso o malo”.

Ni que decir tiene que esta mentalidad funciona igualmente en sentido contrario. Parece que lo que menos importa es examinar los hechos. A este respecto, Robert B. Reich, profesor de políticas públicas en la Universidad de California, Berkeley, ha escrito un libro bastante relevante para el tema. Su título es Saving Capitalism: For the Many, Not the Few. Reich también es protagonista de una película: Inequality for All. Para lo que aquí discutimos nos referiremos solo al libro. Su tesis principal es que más de la mitad de todo el dinero que financia la campaña de las presidenciales americanas procede de 158 familias.

Según Reich, esta gente no demanda los servicios de la policía porque tiene guardias privados; no va en transporte público porque utilizan todos limousinas; tampoco les preocupa el cambio climático porque viven en urbanizaciones privadas donde no peligran ni la calidad del agua ni la seguridad alimentaria. Además, son todos ellos varones de cierta edad, ricos y blancos, cuando, según explica el “dazibao” de la izquierda americana The Huffington Post, “América es cada vez más negra o marrón, femenina, joven y con ingresos por hogar decrecientes”. A modo de inciso diremos que incluir a las mujeres en este “pack” demagógico, como si fuera una especie a extinguir a causa de la violencia “de género”, es falso de todo punto, pero queda muy bien para rendir pleitesía al histero-feminismo. Pero vayamos al asunto.

Lo que Reich señala -y tiene razón- es que no existe una maquinaria electoral que funcione sin el aporte de grandes sumas de dinero. Entre las 158 familias, cuyos nombres pueden consultarse en The New York Times (véase From Fracking to Finance, a Torrent of Campaign Cash, por Eric Lichtblau y Nicholas Confessore, 10.10.2015), todos son presidentes u otros cargos en poderosas compañías financieras y/o industriales. En gran medida es lógico: para obtener el imprescindible dinero hay que recurrir al que lo tiene. No existe un solo partido en el mundo occidental que no sea servil con los poderes de la época. Si alguien piensa lo contrario, por favor, que revalúe su argumentación y si también cree que el caso de España es diferente del de los EEUU entonces su caso es realmente triste. Y es que “la casta” es una realidad muy concreta y empírica, desde mucho antes de que nosotros la denunciáramos en esta misma columna. Se trata de un estamento intrínseco al demo-liberalismo, de modo que el poder político y el poder económico se hallan fuertemente imbricados.

Lo que no deja de ser sorprendente es la lectura que hace Reich. Para él todo es una conspiración económica urdida por “hombres blancos” que son además ricos y viejos. Ellos deciden y, sobre todo, eligen a alguien que defiende sus intereses; es decir, los intereses de los hombres blancos, ricos y viejos, en detrimento de “la mayoría” oscura, femenina y joven. Reich acierta en el mecanismo del poder –el dinero- pero falla estrepitosamente tanto en la correlación de fuerzas como en el sentido mismo de la batalla que se libra.

Dice además que la mayoría de este dinero va al partido republicano, claro. Sin embargo, en su lista, y tampoco en la noticia antes citada de The New York Times, aparece por ejemplo, el magnate Sheldon Adelson, uno de los principales contribuyentes a la campaña del GOP. Tampoco se subraya la sobre-representación del colectivo judeo-americano entre las 158 familias y, específicamente, en el “lobby” que financia la campaña del partido demócrata. A este respecto, dado que la “Democracy Alliance” de George Soros y las actividades de los magnates Donald Sussman, Stephen M. Silberstein, Amy Goldman Fowler o Patricia A. Stryker, financian todos ellos numerosos “think tanks” de izquierdas por todos los EEUU, es evidente que la manipulación del voto democrático por el poder del dinero tiene otras motivaciones diferentes a las de “oprimir” a la población “negra o marrón”, a los “pobres”, a las “mujeres” y a los “jóvenes”.

Dicho de otro modo, el dinero está a un lado y otro del espectro electoral norteamericano, no solo en el GOP. Por ejemplo, la reseña del libro de Reich jamás hubiera aparecido en The New York Times si Reich hubiera denunciado el peso del “lobby” pro-israelí en las elecciones presidenciales norteamericanas: no hay una sola línea al respecto en la citada reseña de The New York Times, como cabía esperar. Igualmente, es muy dudoso que esas 158 familias estén, por ejemplo, en contra de la regularización de los 11 millones de ilegales que hay en los EEUU, principalmente porque son esas élites económicas las que fomentan la inmigración –legal o ilegal pero siempre masiva- así como el aparato mediático-académico capaz de reprimir las críticas a dicho fenómeno.

La conclusión de todo esto es doble: por un lado, “la casta” no es una demagogia más del progresismo rampante sino una realidad empírica muy concreta y demostrable. El grueso de la misma no está, desde luego, en los políticos visibles que aparecen en los medios, sino en los que pagan el empleo de los citados políticos, por así decirlo. Pero por otro lado, la razón de ser de dicha “casta” no puede leerse en clave de izquierdas. Y es que en realidad el avance de las políticas liberales se entrecruza poderosamente con el avance de las políticas de izquierdas y en muchos casos, comparten fines y objetivos.

Por todo ello, Reich jamás verá –salvo que se caiga de su caballo camino de Damasco- que lo que todo ese entramado está tratando de derribar es la nación consciente de su identidad, de su tradición y de su soberanía. Lo que quiere imponer es el desarraigo, el materialismo hedonista que nos hace dependientes del mercado y de las modas, y la destrucción de fronteras y de pueblos (que no “poblaciones”). En todo esto, el “Homo oeconomicus”, eje por igual del liberalismo y del marxismo, base de la doctrina ilustrada revolucionaria, juega un papel esencial. Esta es la razón por la cual socialistas y neoliberales se unen en Francia para detener al heterodoxo Frente Nacional. Por eso la respuesta a “la casta” tiene que venir necesariamente de otro campo. En todas partes sucede lo mismo. Una vez más, por sus hechos les conoceréis.

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