Un general invicto al que deben un homenaje los abertzales que mandan
Todos quieren olvidar a una víctima de ETA. Los años pasan y muchos confunden la paz con la rendición y el perdón con la victoria de los criminales. Pero otros prefieren resistir.
El final de la infancia y la adolescencia son épocas de la vida que dejan recuerdos confusos, pero imborrables; y sobre esos recuerdos se perfila la identidad, y se toman decisiones a veces permanentes. Pues bien, yo viví esos años en Pamplona; y mis recuerdos están entreverados de asesinatos, sangre, funerales. La frustración de ver impunes a los asesinos e inmóviles –palabrería aparte- a los políticos.
Recuerdo vagamente el día en que el nacionalismo vasco asesinó al teniente coronel José Luis Prieto a la puerta de su parroquia, a quinientos metros de casa de mis padres. Yo tenía diez años (…) Pocos años después, don Jesús Alcocer tenía un supermercado en mi barrio, y fue asesinado de madrugada en el mercado central de la ciudad. Un trabajador, asesinado por haber sido militar y por su militancia política antinacionalista. Tampoco eran nacionalistas los padres de Alberto Toca y Salvador Ulayar, y el mismo "comando Nafarroa" los había asesinado. Estuve en el funeral de Alcocer, pero no estuvieron los acobardados políticos de turno.
Pocos meses después de la muerte de Alcocer algo sucedió aún más cerca de mí. Alfredo Aguirre Belascoain, un niño un año menor que yo de mi mismo colegio, fue asesinado por una bomba colocada contra un policía. Tuvimos un funeral en el patio, y allí sí aparecieron políticos. No lo entendí entonces, me sorprendió y me indignó; pero eran etarras como los que antes habían ametrallado a José Javier Uranga, patriarca del periodismo navarro.
Y si algo creo que nunca olvidaré es el recuerdo seco de los disparos que asesinaron al general Juan Atarés bajo las ventanas de mi casa hace 30 años exactos. Atarés, la imagen de un militar prototípico, era un ejemplo de dignidad y toda una figura en el barrio. Obviamente, no llevaba escolta, paseaba por un parque (…). Hace ya diez años escribí en su recuerdo al periódico local. Nada de lo entonces denunciado o temido ha mejorado. Es más, hemos ido a peor, no sólo sobre la situación de 2005 sino también sobre lo que en 1985 había dicho el mismo Atarés. Publicado en Diario de Navarra el 23 de diciembre de 2005, los años no parecen haber pasado por este escrito si no es a peor:
‘Juan Atarés: una víctima que merece un recuerdo 20 años después’
‘Poco antes de la Navidad de 1985 una etarra disparó en la nuca a don Juan Atarés mientras caminaba por la Vuelta del Castillo. General en la reserva de la Guardia Civil, tenía 67 años, estaba casado y era padre de 7 hijos. Una "luchadora por la libertad" lo remató con dos tiros en la cabeza cuando estaba en el suelo. La criminal se llamaba Mercedes Galdós Arsuaga, y en 2005 ha salido de la cárcel, vive entre nosotros y circula ya por nuestras calles, sin haberse arrepentido jamás, porque algún político decidió que el asesinato fuese barato en España’.
‘Recuerdo vagamente aquel momento y aquellos días. Porque yo vivía frente a la víctima, pasaba cada día cuatro veces por el lugar de su sacrificio para ir al colegio, y éramos de la misma parroquia. Aún sigue en activo alguno de los políticos que fueron aquella tarde de diciembre de 1985 a Nuestra Señora de la Paz, y también alguno de los que no se atrevieron a ir al funeral. También ellos lo recordarán, porque entonces los funerales eran diferentes; aún no era políticamente correcto estar con las víctimas, aún se entraban a valorar las ideas y actitudes de los asesinados, aún había complejos, muchos complejos y muchos miedos, y más con un hombre como Atarés’.
‘Hubo mucha gente en aquel funeral, aunque no estaban todas las personas y personalidades que después han solido ir. Hubo mucha gente, pero sólo algunos tuvieron el coraje de señalar con el dedo a los asesinos nacionalistas de Atarés, que había muerto con la dignidad de un soldado, cumpliendo con el juramento prestado como sólo puede hacerlo un hombre entero. Atarés, vivo y muerto, era incómodo, como eran entonces para algunos las víctimas de ETA, y algunos prefirieron que se olvidase rápidamente el crimen. Veinte años después, se echa de menos la dignidad institucional que entonces no se dio a aquella víctima, y la liberación de su asesina no nade más que agravar la sensación de injusticia’.
‘Muchos vecinos de la Vuelta del Castillo recordarán que, después de la muerte de Atarés, su familia y algunos amigos insistieron durante un tiempo en señalar con una cruz, una bandera nacional y unas flores el lugar exacto del delito. Una y otra vez manos anónimas, llenas de odio y de ignorancia, retiraban aquellos símbolos sencillos de homenaje a un hombre de honor; una y otra vez eran renovados, hasta que cesó la disputa. Hoy nada recuerda el crimen ni a la víctima, ni en ese ni en ningún lugar de la ciudad’.
‘En realidad, el olvido es aún más grave porque sí hay cosas que recuerdan a Juan Atarés. Lo recuerda, sobre todo, la libre circulación de su asesina, la misma que mató con sus manos a tantos otros, también en Pamplona. Y si la asesina es libre y la víctima es olvidada, ¿estaremos construyendo la paz sobre la justicia o será, simplemente, un paso hacia la victoria de los criminales? Los políticos que estaban en su funeral, y los que no estaban, y los que estuvieron pero habrían preferido no estar, ¿son conscientes de que no hacer nada, en este caso, es favorecer los intereses de ETA?’
‘... No creo que sea importante entrar en el debate sobre el nombre que tiene lo que la banda nacionalista hace y ha hecho; lo importante es saber que, aunque deje de hacerlo, ha definido dos bandos. Si hay dos bandos, con certeza, Juan Atarés estaba en el de los buenos, y quiero que sea el mío también. ¿Quién se declara más cerca de la asesina Galdós que de las víctimas? Porque olvidar a éstas, a cualquiera de éstas, es dar la razón a su verdugo’.
‘... Podremos dar miles de vueltas a este asunto, pero la cuestión es sólo una: si se admite que ETA tenía hace veinte años la mínima partícula de razón para matar a Juan Atarés, o que la víctima no merece un recuerdo infinitamente mayor y más digno que el trato recibido por cualquier etarra, o que el hipócritamente llamado "fin de la violencia" que mató al general puede tener un precio político de cualquier tipo, estaremos dando la razón a ETA. Y a quien comparte con ETA objetivos políticos o alianzas’.
‘... Navarra, la tierra sobre la que murió Atarés, ve su futuro comprometido por los asesinos de entonces y por los tímidos, tibios y cobardes de entonces y de ahora. Sin embargo, precisamente en este aniversario y precisamente en estas fechas, es más fácil poner remedio simbólico al problema, desde la sociedad navarra’.
‘Una calle, una plaza, un monumento, una placa, un árbol, una cruz, un premio: no sé qué es mejor ni realmente importa mucho qué sea, pero Juan Atarés merece algo que lo conmemore en la capital de Navarra. Recordar a Atarés –como otras víctimas tienen ya su recuerdo, y no debemos entrar en comparaciones de mérito- es tanto como vacunarnos todos contra una victoria de Mercedes Galdós. En esta Navidad, el general Atarés lleva dos décadas en el olvido de los hombres y en el calor del Niño; porque queremos muchas Navidades más en paz y en libertad, recordar su sacrificio es la mejor manera de impedir que haya sido en vano’.
‘Pascual Tamburri. Doctor en Historia. Vicepresidente de la Fundación Leyre’
Pascual Tamburri