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España necesita un Andreotti en vez de un Arriola

¿Un pacto político en España? Nadie discute que sea posible, pero sí se duda qué pacto: un pacto de sumisión y rendición, o un pacto de Estado bien trabado. Todo depende del nombre elegido

Pactar no es mendigar, y hacer política no es claudicar, una lección de Giulio Andretotti

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En 2011 los españoles dieron al Partido Popular una amplia mayoría absoluta, una de las mayores que ha habido en todas las legislaturas democráticas. Mariano Rajoy tenía en sus manos y en sus escaños cumplir su programa electoral sin casi límites ni excusas. Al menos todas las promesas y principios que no implicaban gasto o que incluso suponían menores gastos o mayores ingresos no encontraban ni siquiera la excusa de la crisis para no ser cumplidas. Se podía suprimir o al menos acorralar el aborto, pues había mayoría para ello; se podía reformar hondamente la educación; se podía reordenar el Estado liquidando los poderes excesivos, perniciosos o separatistas dados a las regiones, e intervenir las que fuese preciso; ETA y todos sus apoyos de cualquier tipo podían volver a estar fuera de la Ley. Y no hacía falta ningún pacto para ello.

No se hizo. Se ha combatido la crisis, sí, pero actuando como si la economía fuese el único problema o el más cercano a los principios de la vieja derecha o el que más preocupase de verdad a los españoles. En realidad, Rajoy no hizo nada nuevo ni inesperado. Siguió una vez más los consejos “técnicos” del marido de la inefable Celia Villalobos, Pedro Arriola, y actuó en consecuencia: nada más importante que la economía, actuar poco, no luchar por los medios de comunicación, renunciar a los principios antes permanentes. Arriola, eso sí, se ha hecho con sus consejos más rico que ningún sociólogo con el dinero del PP, y cambiando el PP de arriba abajo.

La apuesta de Rajoy, convencido por Arriola, era que el “voto cautivo”, multiplicado por el “voto del miedo”, votaría al PP desde la derecha sin necesidad jamás de ninguna política de derechas; es decir un partido sin valores, incumpliendo su programa, con políticas de izquierda y servil con los medios progres, simplemente por los éxitos económicos y por el peligro de la izquierda. Arriola diseñó incluso una campaña en la que se usó a la extrema izquierda como espantajo para recuperar y movilizar voto y en la que se dedicaron los mayores esfuerzos a atacar a Ciudadanos, los únicos posibles aliados.

Bien, Arriola ha triunfado. Rajoy lidera el PP que ha ganado las elecciones con la mayoría más débil y más aislada de toda nuestra historia política, quizá desde la I República. Ahora tiene que intentar formar Gobierno. Con él o sin él el Gobierno ha de basarse en pactos, visto el Parlamento.

La moda es dramatizar con este asunto de los pactos, como si Rajoy no pudiese conseguirlos, como si no se pudiesen conseguir, como si unas segundas elecciones fuesen inevitables o angustiosas, como si… todas las miserias de Arriola fuesen verdad. Sin embargo, una situación parlamentaria como la española, similar en variedad y distribución de fuerzas, no es nada excepcional, con una similar ha vivido Italia desde 1945 hasta al menos 2000 y, si bien no construyendo un modelo político maravilloso, ha permitido a través de pactos que aquella sociedad funcionase, viviese y creciese.

Si partimos del miedo, y del miedo a que no se consiga un pacto, nos arriesgamos a que el o los pactos se hagan al estilo Arriola: cediendo todo y en todo con tal de que se forme un Gobierno “lo menos malo”, sin imponer en el pacto el peso de los escaños y de los votos. El arriolismo llevado a los pactos implicaría una rendición en el contenido del Gobierno con tal de formar el pacto, con la subsiguiente rendición en todos o casi todos los contenidos.

Porque, a diferencia de lo que se dice en muchos medios pacatos, timoratos o comprados, los pactos no son difíciles. Pactos va haber salvo que pacten precisamente que no haya pacto para que haya elecciones, pactadas. La cuestión está más bien en qué pactos tendremos, o más bien qué posición va a adoptar ante ellos el centroderecha del miedo. Y es que hay pactos que se pueden hacer sin caer en los vicios del sevillano Arriola.

Durante décadas Giulio Andreotti guió su corriente dentro de la Democracia Cristiana italiana siendo parlamentario durante seis décadas, ministro más de 40 años y 7 veces presidente del Gobierno, jamás con una mayoría absoluta y siempre negociando pactos de lo más variado. Andreotti es la prueba histórica de que desde un partido de derechas muy moderado y muy dividido se pueden negociar pactos sin rendiciones totales, sin entregar el país ni el Gobierno a la extrema izquierda y sin necesidad de lloriqueos como los del centrito español de estos días.

Lo que necesita el PP, por de pronto, y quizá España, es un Andreotti, un hombre capaz de negociar sin miedos ni rendiciones, y capaz de usar toda su fuerza, dentro y fuera del Parlamento, para lograr un pacto de Estado. Ya hemos comprobado en España, desde luego en la legislatura de 2011, que una mayoría absoluta no garantiza ni paz social ni cumplimiento de promesas. Ahora hace falta un hombre de Estado, no un mendicante acomplejado, para quede los pactos, que han de venir, surja algo mejor y no aún más fractura social.

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