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Luces de Bohemia

Tal vez hoy sea grotesco el reflejo que la realidad nos devuelve de nosotros mismos, pero consolémonos en que, según Max Estrella, sólo los héroes pueden alcanzar a verse grotescos.

Diputados de la CUP en el Parlament.

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@hugomanchon: “Me comentan que el desempate de #ANECUP lo decidirá Podemos a piedra, papel o tijera”.

Los atentados en Nueva York, Londres y Madrid llenaron de imágenes los telediarios de todo el mundo. Polvo, ruido y confusión fueron los denominadores comunes a todas ellas. Todo esto y mucha gente corriendo. Lo hemos visto mil veces en la televisión: estallan las bombas y todos corren.

Pero repasen una vez más esas imágenes de los telediarios, y deténganse en las del 11 de marzo de 2004. Ese día ocurrió en Atocha algo distinto a lo sucedido en Nueva York o en Londres: estallaron las bombas y la gente corrió también… pero en la dirección opuesta. La gente corrió, pero no alejándose del desastre, sino acudiendo a él. Desatado el horror, la solidaridad, el coraje y la generosidad imponían ayudar a los que lo necesitaban, y así lo hicieron todos los que estaban cerca.

Un 11-M, en el bar de mis desayunos de los últimos diez años, salieron una vez más en la televisión las imágenes del atentado y Antonio, el camarero, me contó que él había estado allí. Fue de los primeros llegar. Acudió no porque hubiese oído gritos de auxilio, sino por si alguien lo necesitaba. Fue instintivo. Ni siquiera pensó en que podían estallar otras bombas. Simplemente acudió.

Poco pudo hacer. Cubrió con su cazadora un cadáver destrozado y fue de un herido a otro, ayudándoles en lo que podía y sin saber muy bien qué decirles, pero sin moverse de allí. Cuando todo se llenó de médicos, policías y bomberos, él se fue, y cuando ya estaba lejos, se sentó en un banco y lloró.

Eso ocurrió en España. Nunca hemos sabido definirnos, pero tal vez nuestras reacciones lo hagan por nosotros.

Estos días no han faltado en las páginas de opinión de los periódicos el socorrido recurso al esperpento para explicar la situación política en la que nos encontramos. Incluso se ha acudido a la cita clásica de Valle-Inclán: “los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento”.

El tragicómico aquelarre de la CUP, la patética fatuidad de Pedro Sánchez, el increíble disfraz de hombre de estado de Pablo Iglesias, la bochornosa sumisión de Artur Mas o el infinito autismo de Mariano Rajoy, que sigue pensando que el gobierno es la continuación de la administración por otros medios… Es cierto que no faltan motivos para gritar “¡Esperpento!”, pero no olvidemos nunca que según la definición regalada por Max Estrella, su contenido no se agota en aquello del reflejo deformado y grotesco que devuelven los espejos del Callejón del Gato, sino que habla también de la condición de “héroes clásicos” que tienen los que se miran en ellos.

Tal vez hoy sea grotesco el reflejo que la realidad nos devuelve de nosotros mismos, pero consolémonos en que, según Max Estrella, sólo los héroes pueden alcanzar a verse grotescos. Por tanto, bastará con que un día decidamos sacar a pasear nuestra épica por un itinerario distinto al de los gatos.

Que no sea tarde.

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