Nueve apellidos navarros, o vascos, o andaluces, o gallegos
Los hechos demuestran que las únicas diferencias de fondo entre españoles son las que crean los nacionalistas. Que imponen nombres para marcar fronteras que no existen.
Si uno creyese a los nacionalistas vascos, pensaría que los “ocho apellidos” de un vasco o de un navarro serían normalmente algo así como ‘Urtiaga Mutuberría Uriarte Satrústegui Urdinarana Goicoechea Urrutia Echeverría’. Es decir, un testimonio a lo largo de unos cuantos siglos de una identidad humana marcadamente distinta de las provincias limítrofes, castellanas o aragonesas. Y de hecho ellos lo creen, a veces con tanta pasión que rebasan el ridículo y dan lugar a películas sencillas pero divertidas como ‘8 apellidos vascos’ u `8 apellidos catalanes’.
El problema es que esa percepción identitaria de los nacionalistas es totalmente falsa. Y también, o más, en su codiciada y adorada Navarra. Ni lo primitivamente inventado por Sabino Arana ni lo modernizado y convertido al totalitarismo por Federico Krutwig responde a los hechos. Por supuesto que hay una identidad vasca; pero era antes y en sus elementos esenciales (no en los añadidos e inventados en el último siglo de manipulaciones) sigue siendo una variante dela identidad castellana y a través de ella de la española. Y hay una identidad navarra, por supuesto; que desde su misma raíz es parte de la identidad española rehecha en la Reconquista.
Hay elementos de las identidades colectivas que van y vienen con mucha facilidad, y no pocos que son susceptibles de fácil manipulación, supresión o adición según convenga a un determinado proyecto de futuro. Por ejemplo, se pueden sustentar identidades colectivas en la afición a ciertos deportes y dentro de ellos a ciertos equipos; en ciertas formas de vestir o en el rechazo a otras; en personajes y festejos variopintos, desde el Olentzero a los Sanfermines y desde la Semana Grande a las Javieradas. Puede haber identidades basadas en ciertas peculiaridades en las formas colectivas de diversión, en lo que se come, en lo que se bebe y hasta en las drogas que se consumen. Puede incluso sustentarse una identidad en una lengua, aunque haya que inventarla, extenderla, imponerla e idealizarla; pueden ser elementos de una identidad los nombres más usados por y para los niños que van naciendo. Todo esto es frágil, va y viene, y puede darse, como es el caso aquí, que haya cambiado por completo en 150 años y en su mayor parte en los últimos 50. Y lo que es más, cambiará en los próximos 50, aunque no sepamos en qué dirección.
Hablando de la identidad navarra, hoy entre los nombres más usados en la provincia están Aimar, Unai, Iker, Mikel, Julen, Oier e Ibai, así como Irati, Nahia, Ane y June, todos ellos nombres “de origen vasco” (y por cierto casi todos ellos hecho o rehechos en las últimas décadas, precisamente por una voluntad de identidad vasca). Frente a ellos, sólo Pablo, Javier, Lucía, Noa, Leyre, Sofía y María no son específicamente vascos entre los 18 primeros nombres más usados en Navarra. Cualquiera que vea esto puede pensar que Navarra tiene una identidad masivamente vasca. Pero los nombres mayoritarios van y vienen, siguen modas, siguen incluso tendencias políticas, y esa mayoría neo-vasca del comienzo del siglo XXI es nueva y lo mismo que vino se irá. No es prueba ni de una mayoría vascoparlante, ni de una mayoría abertzale, aunque sí de una gran capacidad abertzale de agitación social y cultural. Y de muchas rendiciones, por supuesto.
Ahora bien, un elemento mucho más estable en los siglos de la identidad regional son los apellidos. Cierto, no siempre han existido, pero han durado mucho más que los nombres. Y los 9 apellidos más comunes en la Navarra de hoy son, contra lo que esperaríamos según la vulgata abertzale, ‘García, Martínez, Pérez, Jiménez. Fernández, González, López, Sánchez y Hernández’. Ninguno típicamente “vasco” ni “navarro”, salvo que aceptemos, como es de justicia, que éstos lo son, desde don Diego López de Haro en adelante. En la última generación hemos artificialmente euskaldunizado los nombres de los que nacen, sea por convicciones políticas, sea por presión cultura, sea por simple moda. Pero eso no responde a las raíces permanentes de lo navarro. Al niño le llamaremos Aimar, aunque no sepamos realmente por qué. El consejero le hará estudiar vascuence, aunque en casa nunca se haya hecho, y terminaremos por creer que así debe ser. Lo convenceremos de las verdades nacionalistas, y a través de él nosotros mismos nos empaparemos de tanta falacia. Pero eso no cambia ni su origen ni su apellido. Y tanto si lo llamamos Aimar como si preferimos Tiburcio o Francisco como sus bisabuelos, seguirá siendo García Martínez. Que es, por supuesto, navarro, aragonés, castellano, vasco, gallego y catalán. O sea, español.
Pascual Tamburri