¿Cuáles son los signos de nuestro tiempo?
Nuevos tiempos requieren de nuevos análisis. La coincidencia de síntomas en épocas diferentes –como el miedo y la violencia, que siempre han existido- no justifica la identidad de las causas
Un joven amigo me lanzó hace poco una idea quizás irreflexiva pero muy digna de consideración: la situación actual se parece cada vez más a la de los años 30, hay miedo y violencia. La pregunta podría formularse así: ¿son recurrentes las situaciones históricas? Según algunos no. Marx, al principio de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, señala: “Hegel dice, en alguna parte, que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten, para decirlo de alguna manera, dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa”. Una interpretación de la conocida frase marxista es que el paso de los años, de la historia, carece de piedad con manifestaciones y personajes que no están de acuerdo con los tiempos. Y es que Marx era, lógicamente, un historicista.
Pero para que se produjera esa farsa, esa parodia actual de épocas augustas, que incluso mueve a risa, es necesario que los actores del presente no sean conscientes de los verdaderos signos de los tiempos. En otras palabras, son los hombres los que actualizan la farsa al no comprender que es imposible que hechos y personas se repitan dos veces en las mismas circunstancias de gravedad histórica. Esto es incluso más cierto hoy, cuando la aceleración histórica introduce en las vidas y en el acontecer elementos desconocidos para otras épocas. Por ejemplo, por mucho que se diga, la globalización actual puede tener analogías con el comercio internacional de los siglos XV y XVI o incluso con el colonialismo del XIX, pero tal y como hoy se plantea, la globalización que vivimos, basada en medios de comunicación como jamás existieron, constituye un acontecimiento único en la historia. Puede aducirse fácilmente otros ejemplos: las pretensiones arrogantes de manipulación de la Naturaleza hasta límites insospechados –la edición genética quizás sea el ejemplo más claro-, la superstición de la ciencia como nueva creencia popular, el relativismo, etc.
Nuevos tiempos, por tanto, requieren de nuevos análisis. La coincidencia de síntomas en épocas diferentes –por ejemplo, el “miedo” y la “violencia”, que siempre han existido y existirán- no justifican la identidad de las causas. Por consiguiente, ¿cuáles son los signos distintivos de la época actual? Yo destacaría los siguientes:
Primero, progresiva y agresiva unificación del mundo en torno a una determinada manera de concebir la política, el hombre y la sociedad.
Segundo, creciente hegemonía de discursos ideológico-políticos, diversos en apariencia pero sostenidos en el fondo por una única formulación monolítica basada en el naturalismo filosófico y el materialismo vital, hostil con la historia y la identidad propias, encaminado a fomentar el desarraigo humano y eliminar las referencias de tipo cultural, religioso o histórico a fin de facilitar la manipulación de las personas.
Tercero, vehiculación del citado discurso único mediante la terna del mercado, la cultura de masas y una “guardia pretoriana” efectiva en campos múltiples: educación, prensa, academia, derecho (fiscales especiales), etc. La imposición agresiva de ideas y de falsos consensos contrasta con la retórica agobiante de la “libertad”, la “tolerancia” y el “pluralismo”.
Cuarto, sumisión paulatina del interés nacional y popular a entidades transnacionales concebidas como peldaños para la unificación político ideológica final del mundo. Vaciamiento del poder del Estado-nación y trasvase a entidades políticamente irrelevantes –como gobiernos locales- o internacionales, del tipo de áreas de regulación económica.
Quinto, subordinación de la economía productiva a la economía financiera. Transformación de la función financiera en poder financiero al servicio de los que detentan el dinero y no de los que viven de ganarlo. Este cambio otorga a dicho poder financiero un papel central respecto de todo otro poder y produce la “economización” de la vida personal y política. Sustitución de la política por la economía, especialmente por la economía financiera.
Sexto, distanciamiento real y creciente de los gobernantes respecto de los gobernados, que contrasta con la cercanía aparente de estos y aquellos, y que coloca las decisiones de calado totalmente al margen del pretendido debate democrático. Dependencia absoluta del poder político respecto del económico y, en mayor medida si cabe, de la ortodoxia ideológica. Separación creciente entre poder nominal visible y poder real difuso y alejado del ágora.
Séptimo, imposición progresiva de la ciencia como interprete supremo de la realidad, al servicio del proyecto global de unificación del mundo, especialmente en su vertiente técnica. Sustitución de la visión trascendente de la vida por la filantropía de base material y sentimental.
Octavo, canalización del descontento mediante formas de protesta pre-establecidas que en realidad acentúan y profundizan, en uno u otro modo, los problemas creados por la ideología dominante. Identidad esencial de las opciones políticas homologadas, incluidas las más extremas.
Noveno, desestructuración familiar, desarraigo geográfico de las personas e invierno demográfico inducido como estrategia para congelar la población y luego reubicarla –fenómenos de inmigración- en función de las necesidades de producción, o para destruir reductos de “Estado de Bienestar”.
Décimo, subyugación agresiva de la Naturaleza concebida como “recursos naturales”. Elaboración de constructos ideológicos de carácter instrumental con los que manipular la naturaleza -teoría de género, desarrollo sostenible, hipótesis de Gaia- y de paso crear la conciencia de problemas globales que necesitan de una acción así mismo global.
Todos estos signos distintivos de la época son irreductibles por su extensión e intensidad a situaciones del pasado, son convergentes entre sí respecto de sus fines y, además, cualquier contingencia del momento es explicable en términos de uno o más de éstos signos. Esto no quiere decir que, en su avance, no tropiecen con resistencias y dificultades o que, incluso, no pueda surgir una oposición consciente y decidida. Sin embargo juegan con la ventaja de poseer una implacable y despiadada determinación de aplastar a cualquier enemigo potencial, extensible a cualquier lugar del planeta. Por lo demás, un marketing disfrazado de idealismo planetario, que de modo irracional vende la utopía como algo deseable, se encarga de ocultar un afán de dominio como jamás existió en esta ni en ninguna otra época.