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Cabreo de Guindos y demás altos cargos ante el frenazo a sus planes

El calendario carece de referencia en nuestra Democracia, pero bulle la sala de máquinas del Ejecutivo. El tiempo corre en contra de demasiados intereses.

Guindos anda decepcionado por haber dejado la carrera privada.

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Huele a parálisis en el Gobierno, a ese aroma que desprende la ausencia de movimientos. Apesta casi a vacío en los Ministerios, con muchas mesas a las que sólo les queda encima el ordenador y objetos empolvados. Emana, además, incertidumbre entre las paredes de esas sedes. Hasta hace unas semanas hubiera habido bullicio, revuelo de papeles, planes, telefonazos…. Porque de la adopción de decisiones dependían proyectos que afectan a los españoles. Ahora, ya no. Bueno, desde el pasado 21-D. El Ejecutivo, en este momento, apenas puede dar pasos.

Es la realidad de un Gabinete en funciones, limitado a la gestión del despacho ordinario en los asuntos públicos. Los Consejos de Ministros de los viernes duran mucho menos de lo habitual, así como las ruedas de prensa posteriores. Todo resulta tan extraño como el aspecto que ofrece Soraya Sáenz de Santamaría, como las dificultades que encuentra para hacerse acompañar por el titular de una cartera y vender mero atrezzo, como la causa que puede mantener a la vicepresidenta y al resto en este trance hasta las puertas del verano. Así será de repetir las elecciones.

La cosa tiene su enjundia. De llegar a una nueva convocatoria con las urnas, no sería antes de mayo, a lo que habría que sumar el tiempo posterior hasta la investidura del nuevo presidente. De esa manera, España puede tener un Ejecutivo con las manos atadas un mínimo de medio año más. Todo el mundo trata de hacer de la necesidad virtud. Y muchos en distintos niveles de la Administración, sin vocación política y con ganas de empezar una nueva vida, tragan quina. El impasse de espera mantiene congelados los nombramientos y los ceses de altos cargos. Ello es válido para un ministro hasta el director general de turno, pasando por los secretarios de Estado.

Un caso paradigmático es el de Luis de Guindos, convertido en la comidilla que corre por el PP. El futuro del circunspecto titular de Economía parecía despejado. Buscó presidir el Eurogrupo y estuvo a punto de lograrlo pero los vaivenes de Bruselas dieron al traste con esa aspiración. Ya dejó la actividad privada, perdiendo dinero, para seguir a Rodrigo Rato, entonces todopoderoso vicepresidente. La historia se repitió cuando, tras recalar en Lehman Brothers y PW, recibió la llamada de Mariano Rajoy. Ahora, Guindos tenía una irresistible oferta de JP Morgan en Nueva York. Quizá, especulan los populares, esa oportunidad pase de largo.

El tiempo corre igualmente en contra de los intereses de cúpulas ministeriales construidas a base de economistas y abogados del Estado que están deseosos de volver a sus orígenes. Los rotos personales pueden ser cuantiosos. A unos más que otros les cuesta aceptar la realidad que los votantes les han puesto delante como respuesta a su pretensión de dejar el barco: Las victorias amargas tienen ese problema, que son amargas. Todos viven estos días en sus carnes un melodrama con final incierto hasta el último instante. Y ello, qué duda cabe, va a dar lugar a todo tipo de suspicacias en la sala de máquinas del Gobierno.

Y qué decir de los dirigentes del Partido Popular. Se cruzan por los pasillos del Congreso y se preguntan: “Oye, ¿sabes algo?” “Nada”, es la respuesta más habitual cuando se les escudriña sobre qué rayos les cuentan en las reuniones. La cúpula del partido defiende el silencio como la única estrategia posible en estas circunstancias. Con mayoría absoluta, las cosas estaban claras, pero ahora todo son incógnitas. Sólo una cosa está clara: sin abstención del PSOE no habrá Gobierno del PP. El riesgo, en todo caso, es perder el equilibrio. Rajoy debe cuidar su juego.