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@CNNEPrensa·25 ene: “Mariano Rajoy declina formar Gobierno: no será candidato para la investidura presidencial”.

‏Hace unos días, Mariano Rajoy rechazó la propuesta del Rey de ser candidato a la Presidencia del Gobierno. Para ser más exactos, y transcribiendo su expresión literal, “declinó” tal ofrecimiento. Verbo tantas veces utilizado por el propio interesado para explicarse que debemos presumir que no hubo error en su uso, sino elección deliberada.

Una vez más, la precisión quirúrgica del lenguaje como delator de la mentalidad del sujeto que lo emplea: para Rajoy, negarse a la petición que le es directamente dirigida por el Jefe del Estado de someterse a la investidura como presidente del gobierno de su país tiene tanta gravedad y trascendencia como negarse a “botar un pe na festa” (`bailar´), que dirían en mi pueblo, que es el suyo. O sea, descontando la buena educación: muy poca (o ninguna, si la pareja realmente “che da noxo” -léase, `te horroriza´-).

Y así lo demostró en la rueda de prensa posterior, comunicando urbi et orbe su pequeña diablura con la sonrisa satisfecha del que describe una mano de póquer triunfante. En realidad, Rajoy no se dirigía tanto a los ciudadanos como a Pedro Sánchez, su compañero de mesa en la timba. De tahúr orgulloso de serlo -y poder demostrarlo una vez más- a insignificante aficionado, con muchos tapetes por delante que gastar para llegar siquiera a la suela de sus lustrosos zapatos de charol.

Lo que vino después resultaba previsible: el bueno de Sánchez se enfurruño. Primero, que si Rajoy había hecho trampa, que si eso no valía y que Mariano era un perfecto irresponsable. Después, que si sí valía, pero sólo si Rajoy abandonaba definitivamente la verbena. Y, ya por último, que si Rajoy no bailaba con la fea, él tampoco estaba dispuesto a hacerlo.

Entretanto, el Rey atónito, y temiendo lo que al final era de prever: Sánchez presionando al Rey desde los medios para que volviera a repetir el ofrecimiento a Rajoy, y éste haciendo lo propio en la dirección opuesta. Y al fondo, ya por estrategia o pura inconsciencia, el dibujo de la única consecuencia previsible en la opinión pública: trasladar al Jefe del Estado la responsabilidad por un triste y lamentable espectáculo debido, única y exclusivamente, a la frivolidad, mezquindad y egoísmo de dos personajes que han terminado justificando con creces sus peores caricaturas.

Bien es verdad que siempre nos quedará la esperanza de que en este cómic haya lo que en todos, es decir, además de los malos, muy malos, el ciudadano corriente que no necesita más que una cabina de teléfono para convertirse en héroe y salvar la situación.

Dar un paso adelante y ofrecerse en sacrificio, aceptando someterse a una investidura de derrota y destrucción, con el único fin de lograr poner en marcha el cronómetro de los dos meses necesarios para poder repetir las elecciones, y salvar así al país de una situación suicida de incertidumbre económica y deslealtad constitucional.

¿Derrota y destrucción? Inevitable en el Congreso, pero ¿definitiva? Decía Robert Burton que “una palabra da un golpe más profundo que el de una espada”. Caben muchas palabras en un discurso de investidura… y son muchos más de trescientos cincuenta los que pueden recibir su aliento y ser convencidos.