Cinco pruebas de que el pacto entre Sánchez e Iglesias está encauzado
Cabe preguntarse por qué este empecinamiento de alguien que sólo ha conseguido 90 escaños, tiene en contra a la mayoría de su partido y estará hipotecado por populistas e independentistas.
Pedro Sánchez está tratando de blanquear su pacto de investidura que, no hay duda, será con Podemos y con los independentistas. Todo lo demás es marear la perdiz. Su supuesto acercamiento a Ciudadanos es un ardid, una fachada para transmitir la sensación de que habla con todos. Y los de Rivera, que tienen pánico a nuevas elecciones, se están prestando a ese juego. Probablemente no le queda otra, es cierto. Pero el plan de Sánchez es otro. Lo tiene muy claro desde el principio. Basta repasar los hechos para llegar a esa conclusión.
Primero, el pacto con Ciudadanos requeriría de la abstención del PP y eso está fuera de cualquier lógica y no va a suceder. Por lo tanto, a Sánchez sólo le queda la vía de la izquierda radical para ser presidente.
Segundo, Pedro Sánchez ya ha pactado con Podemos en ayuntamientos y comunidades autónomas. Es su socio preferente. Ahora no tiene más que reeditar ese acuerdo a escala nacional. Y los barones no están en condiciones morales de impedirle un pacto que es el mismo que a ellos les ha aupado al poder en sus comunidades.
Tercero, el pacto con Podemos no es un obstáculo para Sánchez pero no es suficiente. Necesita la abstención de los independentistas con los que se ha comprometido a no negociar. Ese es su principal escollo. Y ahí entra también en juego el partido de Pablo Iglesias.
Podemos se encarga de negociar con los independentistas y así Sánchez se mantiene limpio
Su número dos, Íñigo Errejón, ha admitido en una entrevista radiofónica que la filial catalana de su formación, En Comú-Podem, con Xavier Domènech al frente, ya ha hablado con las formaciones independentistas y éstas le han dicho que no votarán a favor de Sánchez en la investidura pero que podrían abstenerse. Es decir, Podemos es el negociador con los separatistas de tal manera que Sánchez, aparentemente, no se mancha. Lo que no cuenta y no van a contar ni Errejón ni Sánchez ni nadie es a cambio de qué se pueden abstener. Todos nos lo imaginamos pero nadie lo va a reconocer en público. Si el acuerdo fragua ya nos enteraremos por la vía de los hechos.
Cuarto. Los barones son conscientes de esto y no están por la labor. De ahí que Sánchez se haya sacado de la chistera ese conejo de preguntar a las bases si aprueban o no un acuerdo. Si realmente el secretario general estuviera dispuesto a respetar las líneas rojas que le marcó el partido -no aceptar el apoyo activo o pasivo de los separatistas- no tendría necesidad alguna de puentear al Comité Federal. Lo que ocurre es que Sánchez sabe y todos saben que si quiere llegar a La Moncloa va a tener que saltárselas. Es bastante obvio.
¿Que Podemos quiere sillones? Pues sillones tendrá
Y quinto. Lo de negociar políticas primero y después nombres y puestos es absolutamente falso. Podemos lo dejó bien claro en esa rueda de prensa en la que exigió la Vicepresidencia para Iglesias y cinco ministerios. Sánchez va a tragar con eso y también con las políticas y reformas que le pida Podemos porque su intención es llegar a La Moncloa como sea, a rastras si es necesario, y una vez allí ya se verá.
Cabe preguntarse por qué este empecinamiento por gobernar de alguien que sólo ha conseguido 90 escaños, que tiene en contra a la mayor parte de su partido, que va a estar hipotecado a las exigencias de los populistas y los independentistas, y que puede poner en evidente riesgo la recuperación económica y la estabilidad política del país.
La respuesta solo puede ser una: Sánchez sólo piensa en su futuro personal; sabe que si no es presidente será un cadáver político el 8 de mayo, la fecha en la que los barones le han puesto la guillotina en forma de primarias a la Secretaría General. Así que ha emprendido la operación de salvarse a sí mismo aunque probablemente ni él mismo se dé cuenta porque ya se haya autoconvencido de que todo lo hace por el bien de España. No sería el primer iluminado que llega a La Moncloa.