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La primera calle que Carmena suprimiría, y una grave duda

¿Memoria histórica? Si se anula todo vestigio del pasado que no sea republicano y/o de extrema izquierda, cambiaremos el pasado y suprimiremos la verdad. Con casos al menos ridículos.

Delincuentes contra los delincuentes, custodios ante la memoria histórica. ¿Miguel Javier Urmeneta merece mejor recuerdo que el Conde de Rodezno?

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Memoria histórica es un concepto ideológico e historiográfico de base marxista y postmoderno, que suele atribuirse en su desarrollo al pensador materialista Pierre Nora. La idea es que las comunidades humanas siempre tratan de conocer su pasado y de identificarse con él. Para unos, lo correcto es investigar qué sucedió realmente en el pasado y hacerlo saber a las nuevas generaciones; para otros eso es imposible, y es más práctico, también para difundir las propias ideas, contar de nuevo la historia y llamar “memoria” a ese nuevo relato.

Suena a rollo, y lo es, pero eso explica sencillamente por qué la llamada “Ley de Memoria Histórica” (Ley 52/2007, de 26 de diciembre, de la que culpamos a Zapatero pero que firmó Juan Carlos de Borbón y Borbón- Nápoles) es desde su nacimiento y es ahora al aplicarse con más intensidad un instrumento de propaganda política. Se trata de contar de nuevo el pasado, y de corregirlo desde el presente pensando en la construcción de un futuro conforme a las ideas de quienes hicieron la ley. Es una necedad lo que se está haciendo para combatir de nuevo una guerra terminada en 1939, porque lo que hoy hacen los de Manuela Carmena mañana podrán hacerlo otros.

Un sindicalista asesinado en la calle en 1935, según todo esto, debe ser olvidado si era falangista, pero si fue comunista sí tendrá no ya una placa sino una fundación. Los seminaristas y frailecillos humillados, torturados y asesinados sin juicio serán olvidados y escarnecidos aunque para Roma sean ya beatos, pero en cambio terroristas y criminales juzgados según las leyes y condenados a muerte en un estado de Derecho serán eternamente convertidos en luchadores por la democracia. Dos pesos y dos medidas, y tan poca coherencia como elegancia.

Imaginemos un personaje nacido en una familia burguesa, hijo del director de toda una Caja de Ahorros; que, siendo estudiante, en julio de 1936 se presentase voluntario en el Ejército rebelde de Emilio Mola, sirviendo como soldado y luego como oficial provisional en un Tercio carlista; condecorado por su eficacia luchando contra los republicanos, se convirtió en oficial profesional del Ejército de Franco al acabar la guerra civil; en 1941 se presentó voluntario para luchar en la Wehrmacht mandada por Adolf Hitler contra la Unión Soviética; fue condecorado con la Cruz de Hierro de los nazis y ascendido, y desde entonces fue protegido por el jefe de la División Azul, el general Agustín Muñoz Grandes, que también sería condecorado tanto por Hitler como por Francisco Franco, por quien habría de ser nombrado Capitán General y Vicepresidente del Gobierno. Imaginemos que el mismo personaje cursase durante el franquismo los estudios de Estado Mayor, y que fuese enviado para enviar sus estudios como militar a Washington.

Digamos que él mismo pasase voluntariamente a la Reserva en el Ejército, siendo teniente coronel, y que desde 1953 volviese a su capital de provincia heredando allí y durante 30 años sin interrupción la dirección de la misma entidad bancaria que hasta entonces dirigía su padre, sin concurso de méritos ni oposición para ese ascenso aparentemente caciquil. Digamos que, siempre durante el franquismo, fuese nombrado por el Régimen sucesivamente alcalde de la capital provincial y diputado provincial, y que desde esos puestos favoreciese abiertamente la llegada y la expansión del Opus Dei por un lado y de ciertas entidades industriales por otro, usando para ello medios y dinero públicos en beneficio de empresarios, capitalistas y entidades católicas. Digamos que durante su gestión de una Caja pública y de su Ayuntamiento y su Diputación utilizase su posición para favorecer y colocar a sus fieles y a los que compartían sus ideas, consiguiéndoles puestos públicos, publicando sus libros, revistas y panfletos, creando abiertamente puestos para ellos. Digamos que durante el franquismo fuese condecorado por sus servicios, además de su Cruz otorgada por Hitler y con su esvástica en el centro, con la encomienda de la Orden de Cisneros y con la Gran Cruz del Mérito Civil, otorgadas ambas por el Caudillo. Un hombre del Ejército y de Franco, rebelde contra una República a la que oficialmente hoy consideran democrática, colaborador primero con los nazis y luego con los norteamericanos, gestor arbitrario de los medios públicos, presidente de honor de la Hermandad Regional de la División Azul, “Vecino número 1” de unos pueblos, Hijo Predilecto o de Honor de otros.

Imaginemos, y la conclusión es sencilla: un hombre así, estando vigente la Ley de Memoria Histórica en su actual lectura y siendo presidente de la región Uxue Barkos encabezando un cuatripartito marxista y abertzale, debería por pura coherencia desaparecer de las calles que aún llevan su nombre (en Marcilla y en San Adrián, que yo sepa, al menos), y se le debe retirar la Medalla de Oro de la Comunidad que recibió en 2014 a título póstumo por su contribución a la industrialización de la provincia (así lo pidieron, de hecho, IU y Podemos en 2014). Según la lógica que ahora imponen, se le debería borrar de las calles y de los libros, como con otros se hace y antes que a ningún otro como se ve considerando la lista de sus deméritos franquistas. Se debería, es más, deshacer lo que hizo desde sus medios públicos y hacer público todo lo que hizo y a quiénes nombró y protegió.

¿Y dónde quedan las diosas Igualdad y Coherencia?

Pero no se hace con nuestro protagonista, excelentísimo señor don Miguel Javier Urmeneta Ajarnaute, cuyo centenario ha sido en 2015 y que las autoridades oficiales y oficiosas no han dejado festejar, los de ayer por ignorancia, cobardía y blandura y los de hoy por favores debidos y sintonía ideológica. Tiene gracia, o cuando menos un cierto humor, que Pamiela publique un libro de loas a un oficial voluntario y condecorado de la 250 División nazi, mientras que Podemos en Madrid quita su calle y recuerdos a los que bajo sus órdenes combatieron y murieron en Rusia contra el comunismo soviético.

Es decir, que uno sí puede tener poder y recursos bajo el franquismo si los utiliza para la reivindicación de la cultura vasca en Navarra, para nombrar a dedo amigos, para hacer escribir y difundir ideas de una parte (pero no de otras). Uno es acusado si gestiona arbitrariamente una Caja (de tal se acusa a Miguel Sanz en la CAN) pero no si gestiona de modo igualmente arbitrario otra, si es Urmeneta y es la CAMP. ¿Y dónde quedan las diosas Igualdad y Coherencia? O se quitan sus calles, honras y medallas a Urmeneta o se le dan a Sanz y, por qué no, a los generales Muñoz Grandes, Esteban Infantes, Miláns del Bosch y Armada, ya puestos., que por Rusia pasaron.

Es perfectamente ridículo pretender, a un siglo de su nacimiento y 25 años de su muerte, que Miguel Javier Urmeneta “fue siempre persona profundamente democrática y liberal, con un espíritu abierto y conciliador, principios que defendió, en la medida de sus posibilidades, en todo momento”. Si antes de 1936 era nacionalista vasco sería católico, conservador, nacionalista y racista, pero ciertamente no un liberal ni un demócrata; si después de 1936 fue sincero y honesto, no fue liberal ni demócrata, cosas mal vistas tanto en el Ejército como en el Movimiento y no digamos en la Wehrmacht allá lejos; y si fue liberal y demócrata se pasó cuarenta años mintiendo para mejorar su posición. Si en cambio fue honesto en esos 40 años, después se convirtió en desleal y falso, eso sí sin renunciar a la gestión bancaria obtenida a dedo durante el régimen y a dedo usada por él. Elijan ustedes; pero el criterio que se aplique al difunto Urmeneta aplíquese a todos por igual, porque si no será difícil explicar lo ejemplar que pueda tener tan “compleja” personalidad.

Sobre la coherencia de los de esta tierra hay por aquí vídeo entero, que dedico a las autoridades de esta mi pobre provincia entre Ebro y Pirineo, y en especial la escena 7:40 para las de mi pueblo, y a la honestidad, sinceridad, entereza y lealtad de los políticos (e historiadores) navarros, desde el hábil y voluble Oberstleutnant Urmeneta a MATESA, a FASA, a Roldán y a lo que venga, todos con varios méritos como benefactores y gestores, y que con estos criterios tendrán que tener su calle. Aunque era rancio y áspero, a ver si va a tener razón a la larga Amadeo Marco…

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