Un país de conversos políticos
La fauna que deja una trinchera para pasarse a otro parece ser un mal endémico español. Lo peor es que muchos de ellos no lo hacen por principios o por cambio sino por simple interés.
El mapa español está lleno de conversos políticos. ¿Qué es un “converso político”? Pues alguien que abandona una trinchera para pasarse normalmente a la de enfrente. Tiremos de hemeroteca y comprobaremos cómo el mundo político español está plagado de este tipo de fauna.
Esta reflexión me surge tras haber escuchado una entrevista de Gustavo Bueno, realizada por Fernando Sánchez Dragó a los 1000 días de la muerte de Franco. La manera en que se expresaba Bueno entonces difiere notablemente de sus juicios a la Transición realizados durante los últimos años. En el caso de Bueno es indudable que se trata de una persona honesta, inteligente y con notable preparación, por lo que el cambio se debe sin duda a la experiencia del tiempo y a la perspectiva distinta. No sirve por tanto para ejemplificar lo que aquí queremos decir.
Muchos cambios no obedecen a evoluciones o razonamientos sino a intereses
De manera más común, los cambios de opinión no obedecen a razonamientos y argumentos. Y es que cuando nos topamos con las conversiones políticas nos encontramos generalmente con dos tipos de individuos: aquellos que presentan su anterior modo de ver las cosas pasadas de manera tan crítica, tan brutalmente arrasadora, que uno se pregunta si el neófito no es realmente idiota o bien está loco por haber podido militar alguna vez en aquellas ideas.
El otro tipo de fauna es la de aquellos que pretenden que no son ellos los que han cambiado sino que quien realmente ha cambiado ha sido el grupo. En ambos “colectivos” hallamos a gente que odia profundamente a sus antiguos compañeros de viaje. Estos mismos, durante toda su vida, siempre tienen razón de manera apodíctica: antes de su metamorfosis tenían razón de tal modo que sus oponentes o eran gentuza o simplemente eran unos majaderos y lo mismo sucede después de su transmutación.
Junto a estos dos grupos hay un tercer tipo de conversos, normalmente de carácter más puntual y oportunista: el de aquellos que se sorprenden de lo obvio y que, por desfachatez himaláyica o por debilidad mental, niegan lo que todos ven.
Por todo ello, siempre que la argumentación y las razones para un importante cambio personal no sean aplastantemente sólidas, debe deducirse que los cambios se han producido por bajezas humanas de la peor especie, por esos oscuros vericuetos con los que los humanos buscan crearse una mejor y más prometedora “zona de confort”. Lo que no es nada de esto, suele ser pura estupidez o cara dura.
Quizás toda esta miseria humana sea la razón por la que en España es tan difícil la “memoria histórica” o, simplemente, la historiografía contemporánea. A casi nadie le gusta que le recuerden su posición notablemente acomodaticia en el hoy denostado régimen de Franco, su colaboración con el mismo o -mutatis mutandis- su oposición desde una militancia que era puro delirio, como el caso de la izquierda española paraterrorista, aunque hoy quieran hacerse pasar por “demócrata”.
Sólo en España podemos tener resistentes antifranquistas a sueldo de su Estado o concejales de Cultura salidos de casas okupas
En la España actual es más necesaria por tanto una memoria de diseño, en la que los “buenos” sean “los nuestros” y en la que se borre el más mínimo rastro de aquello que pueda ser captado a primera vista. El paradigma de esta “memoria histórica” de laboratorio es la del abuelo de Pablo Iglesias, teóricamente “represaliado” por el franquismo, cuando ciertas malas lenguas denuncian que su actuación durante la Guerra Civil era, en realidad, la de un chequista de los que se dedicaban a dar “paseos” o, traducido a los términos actuales, un asesino en serie.
Este panorama es, naturalmente, muy amplio. Búsquese un poco y encontraremos “opositores” al franquismo a sueldo de los servicios secretos del Estado; melífluos demócratas que hace unas décadas abogaban por la “lucha armada”; concejales de Cultura cuyo bagaje cultural es el de una “casa okupa” y así sucesivamente. Estos mutaciones de la realidad histórica pueden producirse también en el período de unos meses o incluso de días y horas: por ejemplo, los célebres “escraches”, otrora “jarabe democrático”, “justa ira del pueblo contra sus opresores”, etc, son hoy una muestra de “fascismo”, cuando los “escracheadores” de ayer son los “escracheados” hoy, por motivos similares a los de antaño.
Una niña histero-feminista, cuyo único mérito conocido es desnudarse en una capilla, se sorprende porque “no sabía que un torso desnudo fuera ofensivo” cuando comparece ante el juez. El bochornoso y profundamente odioso padrenuestro seleccionado como “obra artística” por el Ayuntamiento de Barcelona -en realidad una obra para retrasados mentales- hace que Ada Colau se sorprenda porque “no tenía intención de ofender” cuando alguien quiere acudir a los tribunales.
La corrupción intelectual de Colau, Maestre o Iglesias es tan fea como la del que mete mano en la caja
Toda esta calaña lo único que demuestra es la depravación del pueblo, que es quién los elige y los justifica diciendo que “los nuestros” –de ellos- son, en comparación, como mínimo mejores. Casi todos se refieren a la corrupción monetaria de Rus, los ERE y demás, pero nadie equipara esta corrupción a la de Colau, Maestre, Iglesias y demás, que sin robar un duro exhiben una profunda corrupción intelectual de la que nacen todos los otros tipos de corrupción.
Este cinismo inconsciente es una prueba del desprecio por el pensamiento, es la validación de la idea de que vale cualquier cosa si tiene “éxito” entendido éste como “poder”. Solo un Dios puede salvarnos de tanta chusma.