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El vino es un lujo, un placer, un alimento, pero no una droga

La corrección política progresista ha fomentado el uso de drogas. Y cuando dice combatirlas o prevenirlas llama drogas al vino o la cerveza, que son parte de la cultura española y europea.

Que los políticos combatan las verdaderas drogas, y dejen en paz al vino y la cerveza, néctares de los dioses de Europa.

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Es verdad que en la vida pública una misma palabra puede querer decir diferentes cosas. Y que diferentes grupos usan diferentes léxicos, a veces contemporáneos pero mutuamente incomprensibles. No puedo evitar recordar a Rafael García Serrano, cuando en ‘Plaza del castillo’ lo explicaba con ilusión juvenil: “… Gente joven, altiva, facciosa, acostumbrada a tirar los pies por alto, sin respeto a las mil costumbres del tiempo podrido que combatían, guardaban para sus ceremonias una reconcentrada seriedad de catacumba. Se burlaban de cosas grandes, de enormes ideas declinantes, y en cambio una fe elemental y alegre les devolvía al viejo lugar de los primeros símbolos. Despreciando al mundo, encontraron la Patria. Eran sencillos, creyentes y pecadores...”

Y bien, es así. Puede que la casta política actual, la que lleva décadas pidiendo comprensión, legalidad o suavidad con la basura que han hecho fumar, inyectarse o inhalar ya a tres generaciones de jóvenes, quiera después “prevenir las drogas” poniendo al mismo nivel de sus gustos la cerveza, el vino, y también los videojuegos o las sagas. Pero han de entender que en la cultura europea de ayer, de hoy y de siempre –no en su versión ideologizada sin pudor alguno- al decir ‘droga’ ni hablamos ya de los productos antes vendidos en las viejas y entrañables droguerías ni podemos aceptar que se hable de una “sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno” a la par del producto de la uva o del de la cebada, como si fuesen drogas. En cambio sí deberían olvidar su insistencia en distinguir drogas duras y blandas, supuesto sólo ideológico que no ha hecho más que facilitar en estas últimas décadas la extensión social del consumo.

Tenemos la seguridad, con pruebas arqueológicas indudables, de la producción, almacenamiento y consumo de vino de uva en los Montes Zagros (Asia Menor) ya antes de 7000 aC. Seguramente la vid se cultivaba en el entorno del Mediterráneo desde el inicio del Neolítico, y probablemente la fermentación de la uva silvestre es incluso anterior. El vino, alimento, fue también la bebida de los dioses.

Recuerdo con cariño un trabajo ya de hace casi dos décadas de nuestro amigo el profesor Fernando Serrano Larráyoz, cuantificando la cantidad de vino de distintos tipos y calidades comprado por la corte del Príncipe de Viana entre 1442 y 1443… Y es que, incluso aquel Trastámara frustrado, bebía vino cada día y al celebrar algo escogía los mejores vinos disponibles. Porque es, en España y en toda Europa, una cuestión cultural: vino siempre, y más cuando hay algo que celebrar o que llorar juntos, y cuando los jóvenes se juntan, y cuando las fiestas llegan. Esto no es una sustancia extraña venida de otro continente para acallar conciencias, romper vidas y hacer negocios, sino de un elemento esencial de nuestra vida en común.

Pero es muy difícil que a uno le entiendan quienes parten de los más rígidos prejuicios materialistas y constructivistas, negando que algo sea en sí mismo bueno o malo y por ende imponiendo a su gusto y según conveniencias ideológicas y políticas unas u otras variantes. ¡Qué diría el buen RGS, al oír llamar “droga” al clarete sublime de Olite, poniendo a la par del cáñamo y de tantos enemigos de la voluntad humana al líquido del que él dio en decir que “Tenía una fragancia otoñal y empujaba como el mes de mayo, era fresco como el agua de un nacedero y ardía endiabladamente en la sangre”!

Recordábamos aquí mismo en noviembre de 2015 que “El buen vino alegra el corazón del hombre, y de la mujer”, y que “Símbolo y signo de nuestra cultura, Europa y España son impensables sin el vino, y el vino sin ellas. Por eso mismo, forma parte de lo mejor de nuestras vidas, sueños y amores. Y no es caro”. En suma,Quién imagina España sin vino, o el mundo del vino y su complejo mercado sin España. Y quién, español y adulto, puede de verdad vivir de espaldas al vino permanentemente, un vino que nos acompaña desde los sacramentos a los festejos, desde la infancia en familia a las noches memorables, desde la viña a la bodega y de la cuba a la copa”.

No hablo sólo por mis Cosecheros, sino por todos los amantes del vino, es decir por definición todos los que comparten la cultura europea o esperan llegarla a gozar; “desde la Biblia sabemos que bonum vinum laetificat cor hominis… et mulieris añadimos ahora... Esto no es un reducto de horteras ni de supuestos intelectuales, ni de bodegueros con grandes inversiones o con nombres hechos a base de trampas y tramas vergonzosas. El buen vino cuesta menos de lo que imaginamos, está más cerca que nunca y es una opción desde luego mucho mejor que muchas de las cosas que beben y usan las generaciones que han sido víctimas de la triste manipulación cultural que hemos padecido”. Hay algo más que añadir: del mismo modo que no llamamos droga a los pasteles porque en exceso puedan a veces causar un empacho, no llamamos droga al vino porque en exceso o mal uso pueda a veces llevar a la embriaguez o hasta la adicción. Y en cambio el cáñamo en sus varias versiones, la heroína, la cocaína o el speed, en cualquiera de sus opciones son necesariamente y siempre una droga y una agresión a las personas y a la misma cultura.

Mejor que decirles nada, que se lo canten. Espero que pronto puedan degustar un placer olitense rojo y glorioso, Quasi ex ouo ouum, pecaminoso quizá pero para nada droga. El vino es divino… del mosto al más envejecido, calienta el corazón y hace soñar. Y también, no olvidemos, es una gloria sin droga esa cerveza grande que a veces necesitamos o queremos pedir en las fronteras del mundo o de la vida. En suma, que los políticos combatan las verdaderas drogas, y dejen en paz al vino y la cerveza, néctares de los dioses de Europa.

Pascual Tamburri