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El pulgar del presidente: Rajoy intentó ahuyentar su derrota con un gesto vacío

Después de haber hecho una mezquina dejación de sus responsabilidades, rechazando el mandato del Rey para intentar su investidura, Rajoy vuelve a su escaño y levanta, orgulloso, el pulgar.

El pulgar del presidente: Rajoy intentó ahuyentar su derrota con un gesto vacío

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‏@PPopular: “@MarianoRajoy a Sánchez: #TomaDemocracia #NOaPedroSánchez”.

Winston Churchill siempre será la “V” de la victoria. Tras los bombardeos, cuando el polvo de los edificios desplomados se disipaba y el silencio de la destrucción era roto por las sirenas de las ambulancias, sólo ese gesto tenía el poder de recordarles a los británicos que ese día tampoco sería el fin y que la victoria, y con ella la supervivencia y la libertad, aún eran posibles. El gesto de un hombre viejo y sonriente, con puro y bombín, dirigido a sus conciudadanos, a fin de conjurar el mal que llegaba desde Alemania a través de los cielos.

El mal que Churchill quería exorcizar era el manto de bombas con el que Hitler decidió cubrir Inglaterra, llevando la destrucción al corazón de sus ciudades, y eso durante meses, día tras día y noche tras noche. Según los historiadores, el fin era destruir la RAF y abrir así el camino a la invasión de la isla desde el mar. Según los poetas, quebrar el coraje del pueblo británico, a fin de forzarles a la rendición.

4 de marzo de 2016. El presidente Rajoy termina su discurso antes de la segunda y última votación de la investidura de Pedro Sánchez y, exultante, se dirige a los suyos aplaudiendo y, sobre todo y con desatado entusiasmo, levantando el pulgar.

Ambos gestos son similares, pero diferentes los males que con ellos se pretende conjurar. Y por eso son también diferentes los juicios que merecen los hombres que los hacen.

El único mal que Rajoy quería ahuyentar era el de su propia derrota política.

Después de haber hecho una mezquina dejación de sus responsabilidades, rechazando el mandato del Rey para intentar su investidura (y con él, la gran oportunidad histórica de dirigirse a la nación con un mensaje de compromiso y reformas, proclamando solemnemente haber entendido el mensaje de las urnas), Rajoy vuelve a su escaño y levanta, orgulloso, el pulgar. Lo hace tras haber anunciado su decisión de frustrar el primer intento serio de regeneración democrática de este país en los últimos 30 años.

¿De qué se enorgullece Mariano Rajoy? ¿Tal vez de haber defraudado la confianza de millones de españoles, no ejerciendo de presidente del Gobierno sino de probo y cumplidor tendero, reduciendo la política a una buena llevanza de los libros de contabilidad? ¿De los etarras liberados? ¿De proteger de la Justicia a un Jordi Pujol que sabía demasiado? ¿De no haber frenado nunca a los gerifaltes independentistas -obligadamente cobardes por tantos pecados que esconder- en su huida al disparate? ¿O quizá de haber estado a punto de abrir las puertas del poder a los entusiastas servidores de bolivarianos, ayatolas y etarras reconvertidos, con su inmovilismo suicida frente a la corrupción durante estos últimos cuatro años?

186 diputados. Mayoría absoluta. Nunca tantos hicieron tan poco, pudiendo haberlo hecho casi todo.

Winston Churchill quedará en la memoria como la “V” de la victoria. Mariano Rajoy como el pulgar del Parlamento de Rufián, Iglesias y Tardà.

La “V” y el pulgar. Qué distinto significado según cual sea el hombre y la circunstancia en que se realice el gesto. Como siempre, ahí radica la diferencia entre lo épico y lo patético.

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