Asco
El PSOE sigue deslizándose cuesta abajo. El partido continúa con el nulo sentido de España y por ello se debate entre apoyar o no a la extrema izquierda.
Se piense lo que se piense del actual marasmo de la política española, tiene la ventaja de que los españoles han podido ver la realidad de nuestra clase política: el PP es una partitocracia en toda regla. Su democracia interna es igual o inferior a cero (como la del resto). Viven obsesionados con “la economía” o, mejor dicho, con los dogmas delirantes de la economía liberal. Fuera de eso, una indocumentada como Cristina Cifuentes puede arrancarse con la frivolidad de los vientres de alquiler, ignorante los problemas generados en otras latitudes que, pese a la cobertura legal, han originado hasta películas muy difundidas de serie “B”. Algunos de sus “disidentes” son ahora “provida” por no tolerar un paso más en la misma línea que llevan entre diez o veinte años tolerando. De vez en cuando, Jaime Mayor Oreja sale con ceño fruncido en alguna revista “catolicarra” para hablar “a favor de la vida” y ya está. Todos contentos.
El PSOE sigue deslizándose cuesta abajo. Las ministras subnormales de las dos legislaturas de Zapatero empiezan a parecerse hoy a Marie Curie, Hipatia de Alejandría y semejantes, en comparación con los elementos que aparecen hoy como primeras figuras del partido. Su líder vive en un universo paralelo donde a sus vacuidades y sus impertinencias en los debates se les denomina “responsabilidad para con los españoles”. El partido continúa con el nulo sentido de España y por ello se debate entre apoyar o no a la extrema izquierda.
Los partidos “populistas” y sus diversas versiones “mareadas” no se apartan un ápice de lo que ha sido la izquierda española desde la gloriosa II República: una mezcla mediocres y majaderos. Como hoy el fanatismo criminal está mal visto -al fin y al cabo, la clase media franquista sigue moderando las formas- solo han normalizado los “escraches” y otros acosos varios, amén del apoyo de diferente intensidad para con partidos filo- y para-terroristas. Por lo demás, incompetencia supina, encanallamiento progresivo en las instituciones y discusiones rabaleras en los plenos. Nada más. Ni una mente brillante. Ni una aportación de relieve ni al pensamiento ni a las instituciones. Apuesta descarada por todo lo que es desintegración, por lo patológico y enfermo. Socavamiento de lo nacional y de todo aquello que es libre, creador y que constituye un sostén multisecular de nuestra comunidad nacional.
Por último, Ciudadanos tiene la virtud de presentar lo de siempre como una novedad. Nadie se da cuenta porque juega la carta de la indefinición. ¿Alguien podría distinguirlo de la izquierda “felipista” del año 1984? ¿Sería diferente del discurso ucedista de finales de los 70? No. Lo único que han variado son los problemas a los que se enfrenta. Repiten el “mantra” de “España” pero entienden por tal exactamente lo mismo que aquellos partidos, con responsabilidad de Estado, que nos han conducido a la situación actual.
El resto de las fuerzas políticas no son más que la jauría de la desintegración. Son como las larvas que proliferan en el cadáver putrefacto: cumplen con su labor de eliminar lo viejo, lo decadente y lo enfermo. Por eso son el perfecto complemento de los actores principales. Se limitan, por tanto, a barrer la escoria y no son mucho mejor que ella.
Lo bueno de todo esto es que el asco creciente entre los españoles por su clase política es en realidad el asco por la agenda de la política oficial, por sus temas, por sus preocupaciones y, quizás, sea también precisamente ese hartazgo el que lleve a otros a intentar nuevos horizontes.