Un crimen en Egipto, una mancha más para los anglosajones
Muchas mentiras recorren el Mediterráneo. Cambiaron a Mubarak por El Mursi, y a éste por El Sisi. ¿Por la democracia? No, por los intereses de Estados Unidos. A cualquier precio.
Giulio Regeni murió en El Cairo y quizá nunca se se sepa cómo ni por qué. Y ésta es la única y amarga verdad hasta ahora. Era un alumno brillante de doctorado en la Universidad de Cambridge, y en Egipto, quizá imprudente, investigaba sobre los sindicatos independientes. Su tutora era la profesora Maha Abdelrahman, quien ha informado a la fiscalía de Roma de que el estudiante cambió el sentido y contenido de su investigación a partir de una asamblea sindical en El Cairo, el 11 de diciembre. A ella asistió y en ella había sido fotografiado. Regeni estaba haciendo una investigación “desde dentro”, en contacto con los sindicalistas egipcios y con la realidad del país, y había publicado datos explosivos y opiniones nada timoratas en la prensa italiana. Algo peligroso en un país con múltiples servicios de seguridad y de información interiores, y muy ocupado en combinar la severa represión interna con una imagen exterior más o menos fiable. En toda esta historia, que en España se ha contado poco y mal pero que en Italia sigue llenando páginas de periódicos, quien tiene más derecho a gritar por su sufrimiento y a pedir que se desvele la verdad es la familia del estudiante y periodista Giulio Regeni.
Su padre Claudio, su madre Paola, su hermana Irene. Y nadie más que ellos. Porque los demás, las instituciones, partidos, periódicos y televisiones, viven con miedo a la “verdad oficial” que sobre esta muerte sangrienta llegue de Egipto. Por de pronto, simplemente por sugerirse una intervención oficial u oficiosa en este asesinato de novela negra, se han retirado los embajadores de El Cairo y de Roma.
¿Por qué puede ser tan explosivo el asesinato de un joven occidental en una capital musulmana? El contexto explica muchas cosas. En 2011 cayó Hosni Mubarak, en una de esas “inteligentes” maniobras norteamericanas en la que ellos mismos querían deshacerse del dictador que había mantenido en orden para ellos el país más importante del mundo árabe. Oh, la democracia y la libertad; y vino, democráticamente, Mohamed el Mursi, sólo que, oh sorpresa, resultó ser demasiado islamista para los gustos anglosajones. Y en 2013 los mismos que lo pusieron lo quitaron, y muy poco democráticamente tomó y conserva el poder el mariscal Abdelfatah al Sisi. Los norteamericanos no se han distinguido, en el Mediterráneo, por pensar en el futuro; así que primero destruyen regímenes que funcionan y después gastan fortunas, en dinero y en lágrimas de cocodrilo, para deshacerse de los que poco antes habían presentado como modelos de libertad, de democracia y de progreso.
Y es que lo que realmente no está en cuestión para ellos es la libertad, la democracia ni el progreso. Es un juego de poder, donde se deciden repartos de influencia en diferentes países, y lo de menos era antes y sigue siendo ahora la democracia o los derechos humanos. Palabrería aparte, es lo que hay.
Giulio Regeni puede haber muerto por muchas razones distintas. Probablemente vio lo que no debía ver, u oyó lo que no debía oír en el Egipto de al Sisi y de la Embajada americana. O quizá sólo porque estaba en el peor momento en el peor lugar. Quizá su investigación, pagada por la Oxford Analytica, se ha topado de frente con realidades peligrosas. Quizá confió en quien no debía confiar. Porque los asesinos de Giulio Regeni pueden haber sido todos los que actúan y tienen intereses en el tablero egipcio: los Hermanos Musulmanes, echados del poder por al-Sisi y los EE.UU.; o los mismos servicios secretos del general, con o sin una sugerencia de la CIA, sea por un error sea precisamente por sospechado sabido confidencialmente que Regeni estaba sabiendo cosas que no debía saber; o los servicios secretos de Francia, o más aún de Gran Bretaña, que no ven con ningún cariño el protagonismo económico de Italia en Egipto. Todo es posible, y también lo contrario.
¿La muerte de un agente?
Lo seguro es que Egipto miente (pero no solo). Sabemos, porque se ha filtrado entre la desinformación creada por los servicios egipcios, que Giulio Regeni estuvo secuestrado y cautivo entre el 25 de enero y el 3 de febrero, aunque no se sepa aún y el Gobierno de al Sisi se niegue a decir si fueron civiles, la policía de Giza, el servicio militar, algún servicio civil, el Ministerio del interior o la Presidencia. La autopsia es implacable: Regeni fue encerrado y torturado en un cuartelillo, sufriendo descargas eléctricas y torturas quizá por acercarse demasiado a verdades incómodas.
Probablemente, la orden de secuestrar, torturar y eliminar a Giulio Regeni vino del general Khaled Shalabi, jefe de la Policía criminal. Y es que él mismo se ha enredado con sus propias palabras, más aún que el ministro Soria, pues empezó hablando de un accidente de tráfico, siguió sugiriendo un delito de trasfondo homosexual, prosiguió hablando de bandas de delincuentes comunes y terminó, sin más, causando una ruptura diplomática entre los dos países… porque ni Egipto quiere que Italia sepa ni Italia puede permitirse dejar de saber qué pasa en Egipto.
Tras su detención, Shalabi incomunicó a Giulio Regeni y se le privó de su móvil y sus documentos. Al negarse a responder sin la presencia de traductor, de abogado y de representante de la Embajada italiana, llegó la primera paliza. ¿Qué querían saber de él? Ante todo, conocer sus contactos entre los trabajadores egipcios, y lo que supiese sobre los planes de éstos en defensa de sus intereses.
Encerrado e incomunicado, entre el 26 y el 27 de enero –pero lo sabemos sólo ahora- fue trasladado por orden del ministro del Interior Magdy Abdel Ghaffar a una sede más segura de la Seguridad nacional. Los servicios de información, en suma. Fuentes obviamente anónimas hablan de días de torturas, sin ropa, sin comida y sin dormir. Se le golpeó y se le aplicaron descargas eléctricas. Pero ni contó lo que hubiese averiguado ni reconoció ser él mismo un agente de información italiano. A continuación, y por disposición del consejero del presidente Al Sisi, general Ahmad Jamal ad-Din, fue entregado a los servicios secretos militares, a los que se supone menos escrupulosos aún y más eficaces. Pero no sólo no obtuvieron resultados sino que murió en sus manos. Fue abandonado en una cuneta, con siete costillas rotas, una hemorragia cerebral, cortes, abrasiones y golpes por todo el cuerpo, quemaduras de cigarrillos, hematomas y signos de haber sufrido descargas eléctricas al menos en los genitales. Tras el fracaso, vinieron las versiones contradictorias para cubrir lo que no deja de ser un ataque del gobierno proamericano de Egipto y una Italia que, como demostró el caso de Gadafi, no puede confiar en la ayuda de sus aliados en sus intereses mediterráneos.
Aliados, amigos… competidores, rivales
En el caso de Giulio Regeni el Gobierno italiano pide la “máxima colaboración a todos los niveles” de las autoridades egipcias, y se ofreció a participar en una “investigación conjunta” para tratar de esclarecer lo ocurrido. El ministro italiano del Interior, Angelino Alfano, habla de una violencia “inhumana, animal”. La actitud del régimen de Al Sisi ha llevado nada menos que a retirada de embajadores… ¡y esto entre países supuestamente con aliados comunes!
¿Cuál es la conclusión de Estados Unidos? Parece ser que la de Edward Luttwak, que dice que “el Gobierno italiano no debe decir nada porque Egipto ha salvado Europa del régimen de los Hermanos Musulmanes”. Es decir, que si uno hace lo que Estados Unidos dice y subordina sus intereses a los del Imperio mercantil, acepta que sus ciudadanos o sus agentes sean secuestrados y asesinados. Y los regímenes obedientes en países musulmanes, sea Egipto sea Marruecos, parecen autorizados a casi todo.
Pero hay algo antes llamado soberanía nacional, que en el caso de Regeni en Italia parece haberse puesto por una vez por encima de izquierdas o derechas. Italia no puede confiar ni en EE.UU. ni en Francia ni en lo que quede en la zona del Reino Unido, porque sus intereses son sólo suyos, y poco importan en Washington o en Bruselas. El gigante de la energía Eni tiene previsto comenzar este año las primeras perforaciones de uno de los mayores yacimientos de gas natural del mundo, lo que podría revolucionar el paisaje energético de Egipto y del Mediterráneo. A la vez, Italia desearía encabezar una fuerza internacional en Libia contra el Estado Islámico, para arreglar los desaguisados de la intervención franco-anglo-americana, que fue más contra Italia que contra el difunto Gadafi.
El nuevo Libro Blanco de Defensa de Italia recoge la percepción italiana de que, tal y como se ha apreciado con la crisis de Libia, los intereses vitales de Italia no son percibidos como tales por otros estados socios y aliados, por lo que Italia debe actuar basándose fundamentalmente en sus propios intereses nacionales, sin excesivas consideraciones hacia los de otros socios europeos. Y esto, a la vista de lo sucedido en Egipto y de la situación en Libia, lo firman en Italia todas las fuerzas. Quizá nunca sepamos quién mató en persona a Giulio Regeni, pero caben pocas dudas de qué intereses había detrás de su muerte, y del choque a que ésta ha dado lugar.