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Amenazas y coacciones sacan a relucir la cara oculta de Belén Esteban

La tertuliana de Telecinco riza el rizo para intentar que la atención se ponga en otros asuntos y no en su conflicto con Toño Sanchís. Pero ante la ley del terror existen otras salidas.

Belén Esteban.

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Belén Esteban sigue encadenada a la polémica. Está desatada contra los que, libremente, ofrecemos la versión de Toño Sanchís en su conflicto monetario. Arremete con ira, irrespetuosa, buscando desviar la atención.

Es el sucio juego de la difamación. El sinsentido de la confusión. El todo vale en una guerra en la que los periodistas debemos atrincherarnos por miedo a las represalias. El peaje por cuestionar a un personaje como Belén Esteban nunca debe ser la coacción o la amenaza. El manido "si yo contara de ti" o el "yo sé cosas tuyas y me las callo" que, amén de suponer una insinuación maliciosa que busca menoscabar la reputación de un profesional, evidencia la falta total de argumentos, la imperiosa necesidad de aniquilar al mensajero con prácticas tan viles como torticeras.

Es, sin ningún género de dudas, un comportamiento tóxico, imperdonable, que sólo demuestra que Belén sigue desnortada, sin rumbo, perdida en la inmensidad televisiva, convertida en una pusilánime gladiadora abocada a malvivir del aplauso fácil, del fatuo calor de un público infiel que le atiza inmisericorde en las redes sociales. Porque la irrealidad de Belén le ha convertido en un personaje tristemente desdibujado, capaz de mercantilizar su adición a la cocaína, malvender unos malos tratos en las revistas del corazón, falsear su vida en su libro de desmemorias y fingir que un amante le había comprado un Cartier, finalmente adquirido por ella en un venta a plazos de El Corte Inglés.

Porque esta es también Belén Esteban. La mujer incapaz de respetar al periodista que pone el acento a sus explicaciones, que le pregunta sin obtener respuesta, que amenaza sin dubitaciones. Lo que parece desconocer es que hay periodistas que hemos decidido no cruzar la barrera y a los que, en efecto, nos protege la ley. No todo vale.

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