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Las otras razones que dinamitaron el matrimonio Merino Flores

Todo lo que hace Mar Flores se analiza con lupa. Quiere discreción en este momento de su vida, pero la carnaza que la rodea se lo impide. Será por los nuevos detalles que se van conociendo.

Mar y Merino en sus años felices

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La estabilidad que le había aportado Javier Merino a su vida se ha esfumado de la noche a la mañana. Pero Mar Flores es una mujer fuerte, que encuentra equilibrio en su trabajo y, sobre todo, en esos hijos que quiere con locura.

Pero no parece suficiente. Y no por ella, sino por todas las informaciones que la rodean y que se van filtrando con cuentagotas. Amén, de ciertos colaboradores de televisión, como son Kiko Matamoros y Alessandro Lecquio, que parecen poner el edulcorante necesario para que ese “respeto” que Mar pedía al anunciar su separación, desaparezca como por arte de magia.

Al final, lo que rodea a Flores vende y Mar, para su desgracia, ya lo tiene bien aprendido desde su época un tanto díscola –informativamente hablando- junto a, precisamente, Alessandro, Fernández Tapias o Cayetano Martínez de Irujo.

Por eso aquello de que, supuestamente, era una separación bien avenida y con madurez, donde se intentaba mantener la cordura y la buena relación por el bien de los retoños Merino Flores, al final no está siendo del todo posible.

Cierto es que no hay terceras personas en esta separación, como ellos mismos reconocían al decirse adiós pero, al final, se van conociendo nuevos detalles en algo que no es tan repentino cómo nos querían hacer creer.

Tiempo atrás

Aquello que mantenían de que su ruptura viene de un desgaste de la convivencia, es cierto. Y es que el roce, en muchos matrimonios, no hace el cariño. No ha sido una crisis, como nos han querido hacer creer, que surgió hace un mes escaso y que no han sabido superar. La cosa viene de lejos.

De hecho, desde el verano por lo menos. Tal y como informa la revista Love, en las vacaciones que la familia Merino estaba pasando en Ibiza, Javier y Mar tuvieron una discusión de dimensiones bíblicas. Tamaña fue que Flores decidió abandonar el barco familiar donde estaban Javier y sus hijos y marcharse sola de la isla pitiusa.

No fue muy lejos, pero eso no quiere decir que no se concediese espacio. Tras marcharse a Formentera pasó allí unos días en los que pretendía estar sola. Aunque, al final, se encontró con unos amigos con los que compartir risas y desconexión. Disfrutando de la paz, la tranquilidad y, sobre todo, de una distancia más emocional y mental, que física.

Al volver a casa intentaron reconducir la discusión y el matrimonio. Y durante unos meses se esforzaron por salir adelante. Quizás, dando sus últimos coletazos. Aunque, como cuenta la familia de Mar, era algo que se veía venir desde hace tiempo.