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La última escalada de Pedrito

A Pedro Sánchez se le está poniendo cara de Alex Lowe, el alpinista tragado por un alud en el mítico Shishapangma hace 17 años cuyo cuerpo, congelado, emerge ahora de una nada helada.

La última escalada de Pedrito

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El líder del PSOE ha hecho lo imposible por sobrevivir, con hilarantes manejos del lenguaje que le hacen el mejor lector de Orwell y Huxley juntos sin haberlos leído nunca: donde la aritmética veía 90 diputados; él se arrogaba más de 200 como autodesignado portavoz del cambio; y dónde la ciencia enseñaba la imposibilidad de soplar a izquierda y sorber a derecha, él lo presentaba como un razonable ejercicio de transversalidad.

Si el Cuco hubiera logrado acta de diputado, a don Pedro ya se le habría ocurrido algún argumento para sumarlo al cambio: son tiempos, diría, de hablar con todos, incluyendo a los psicópatas.

La ya segura repetición de Elecciones Generales constituye un fracaso de quienes tienen, por elemental misión, solventar los problemas de los ciudadanos o al menos no aumentárselos. Pero aquí la clase política, gentileza de Sánchez, ha sido un endocrino recetando torreznos, un jefe de terapia en Alcohólicos Anónimos ofreciendo cubatas o una puta recomendando abstinencia; con mis perdones y respetos para borrachos, gordos y meretrices.

La función ha terminado, y en el viaje de esquivar su dimisión el pasado 20D, Sánchez ha logrado un billete al cataclismo del PSOE y a su ejecución pública más cruel, cuando caiga el telón de las urnas y el teatro no le renueve la función: serán los suyos, empezando con una Susana Díaz con serios problemas para manejar los tiempos de cocción del arroz, quienes le traten como los franceses a María Antonieta, no en vano llamada también la reina perdida.

Bien mirado, a quien más ha ayudado Sánchez con su ridículo intento de gobernar con cualquier, con todos y con apenas 90 diputados; es al PP. La cuenta es bien sencilla, por mucho que los árboles de la campaña le impidan a muchos ver el bosque de las urnas, tan poco shakesperiano: si el PSOE no logra ganar, si ni siquiera supera su ya triste resultado de hace cuatro meses; si Podemos –ese partido transversal que ahora se une a IU para cambiar de chaqueta como todo buen vendedor de crecepelo al viajar de pueblo en pueblo- supera o se acerca al PSOE; la posibilidad de que el conjunto de la izquierda logre la mayoría absoluta es inviable si en ese escenario además los socialistas son segundos en su flanco.

Iglesias ya definitivamente se ha convertido en macho alfa o en mantis religiosa dispuesta a cortarle la cabeza a su socio tras un apareamiento sin amor

Y también es imposible que Ciudadanos repita un acuerdo roto y mucho menos que complete una alianza con Pablo Iglesias ya definitivamente convertido en macho alfa o en mantis religiosa dispuesta a cortarle la cabeza a su socio tras un apareamiento sin amor.

Lo único que ha logrado Sánchez, por disimular su condición de pato cojo, es alimentar a su rival, el PP; y a su enemigo, Podemos. Y dado que ni el más frívolo de los frívolos puede pensar que, ante un resultado similar, el líder del PSOE va a poder hacer lo mismo que durante estos cuatro meses de sainete, sólo le queda una opción: quitarse de en medio antes de que lo echen o pasar por el trago de abstenerse para que un acuerdo entre el PP y Ciudadanos le dé a España el gobierno que pide a voces.

Todo lo que suba Podemos será a costa del PSOE; y todo lo que se mantenga el PSOE será a costa de la subida de Podemos

Todo lo que suba Podemos será a costa del PSOE; y todo lo que se mantenga el PSOE será a costa de la subida de Podemos, pero en ese escenario las opciones de llegar al Gobierno de Sánchez son tan remotas como cierta la evidencia de que va a dejar a su partido hecho unos zorros y con un único camino: permitir la investidura del próximo presidente y luego irse a casa; o irse a casa y permitir que su sucesor facilite la investidura del próximo presidente.

El resto es ruido, atrezzo de una campaña que culminará, sin duda, con una victoria de Rajoy y un acuerdo entre el PP y Ciudadanos con una única incógnita a despejar: saber si las imprescindibles reformas que los populares tendrán que aceptar –si son listos, además de acatarlas las disfrutarán- y que Ciudadanos querrá implantar (el ejemplo de Cifuentes y Aguado en la Comunidad de Madrid, con todas sus tiranteces y algo de innecesario postureo, es perfecto) son suficientes para que la figura del presidente beneficiario no sea un obstáculo para el pacto o, por el contrario, si en Ciudadanos la identidad del inquilino va a pesar más que su capacidad de ser decisivo de verdad en un tiempo necesariamente nuevo en España que puede resolverse muy bien (ese pacto moderado con Podemos en la oposición y los nacionalistas aislados) o muy mal (un bodorrio inestable de perdedores pero, sobre todo, de contrincantes antagónicos).

El más elemental sentido común indica que si Rajoy retoma la iniciativa tras el 26J, con el ímpetu necesario y hasta ahora inexistente, logra un resultado mejor que el 20D

El más elemental sentido común indica que si Rajoy retoma la iniciativa tras el 26J, con el ímpetu necesario y hasta ahora inexistente; logra un resultado mejor que el 20D; el PSOE empeora el suyo y acepta una agenda auténticamente reformista; su propia continuidad no será un obstáculo y Rivera no impondrá veto alguno. Algo que tampoco hará falta si la victoria no es rotunda pero el acuerdo es factible, en cuyo caso el propio Rajoy dejaría paso, probablemente, para facilitar el entendimiento.

En todos estos escenarios, el “PSOE de Pedro Sánchez”, como hasta hace unas semanas decía y ahora oculta el indómito César Luena, tiene el mismo itinerario: entender de una vez que el PP es un rival, pero no un enemigo. Y que Podemos es un enemigo, nunca un socio.

Cuando acepte algo tan obvio, remontará un vuelo ahora gallináceo por las urgencias personales de un Pedro Sánchez que ya no vivirá ese episodio: su futuro está escrito, o la falta de él, y sólo queda por averiguar hasta dónde llega la profunda herida causada a su partido.

El problema del alpinista Pedro no es que se haya quedado congelado en una ladera sino que en su alocado viaje ha enterrado en nieve una siglas con 137 años de historia

Porque el problema del alpinista Pedro no es que se haya quedado congelado en una ladera de su absurda escalada política, sino que en su alocado viaje ha enterrado en nieve una siglas que, 137 años después de su fundación, se han dejado mojar la oreja por unas criaturas demagogas y reaccionarias, de ideología sectaria y antigua, de falsa modernidad y que, pese a todo ello, tienen más que serias opciones de convertirse en el nuevo referente de la izquierda en España, amiga de todo lo peor y socia además de los peores.

Como quiera que Pedro Sánchez tiene las mismas opciones de llegar a presidente que el enano de Juego de Tronos de sustituir a Pau Gasol en el puesto de pívot en los Bulls, es de esperar que en su seguro costalazo no incluya más costillas que las propias. Ahí tiene el ‘cambio’ que tanto reclamaba, aunque con seguridad no se refería al que empieza y tal vez termina por él mismo.