El cumpleaños
Todos hemos oído aquello (casi siempre pronunciado con acento de multimillonario yanqui) de “devolver a la sociedad al menos una parte de lo que ésta me ha dado”.
@Alberto_Roldan: “Felicidades para empresas como #Inditex. Más de 150.000 empleados en todo el mundo. Ejemplar en muchas cosas y deseada como lugar de trabajo”.
Amancio Ortega es, probablemente, el empresario más importante de la historia de España. Las cifras son conocidas: más de 150.000 empleados en todo el mundo y presencia en 88 países, a través de más de 7.000 tiendas. Aunque lo verdaderamente sorprendente es que, en este país nuestro de despidos de trabajadores y cierres empresariales, el impulso del empresario gallego no sólo no decae, sino que va en un imparable aumento de progresión geométrica. Así, en una España desangrada por el paro, el grupo Inditex creó el año pasado 15.800 puestos de trabajo, 4.120 de ellos en nuestro país.
Y todo esto a mano, es decir, sin una herencia familiar de la que partir, unos contactos políticos para allanar el camino o unos beneficios de negocios inconfesables para facilitar el arranque. Por no contar, el señor Ortega no contó siquiera con una mínima formación académica. La única que recibió fue la que, siendo muy joven, le dio la vida como repartidor en una pequeña camisería de provincias.
Sin familia rica ni padrinos, Amancio Ortega sólo contaba con su capacidad de trabajo y su sacrificio, ambición y coraje. Pero lo consiguió. Hoy, 40 años después de la apertura de la primera tienda de Zara en la calle Juan Florez de La Coruña, Inditex es el mayor imperio textil del mundo.
Y también hoy, 40 años después, hemos visto un vídeo en el que aparece un anciano emocionado, apoyándose en una hija que lo abraza y recibiendo ilusionado las felicitaciones de cientos de sus empleados en el día de su ochenta cumpleaños. Un vídeo en el que se suceden pasillos interminables atestados de trabajadores que aplauden, e imágenes de tiendas y fábricas tomadas en los más variados rincones del mundo.
Amancio Ortega tiene motivos para sentirse orgulloso de su obra. Y los demás, para sentirnos orgullosos de él, por la elemental razón de que esos miles de puestos de trabajo que creó se traducen en hombres y mujeres que, gracias a ellos, estarán en condiciones de proporcionar a sus hijos las oportunidades que él nunca recibió.
Quizá lo único que le falte a don Amancio sea contestar a dos preguntas: la primera, si es realmente consciente del enorme poder que tiene en sus manos para mejorar las vidas de los demás; y, la segunda, si es igualmente consciente de lo que hacerlo supondría para él.
Todos hemos oído aquello (casi siempre pronunciado con acento de multimillonario yanqui) de “devolver a la sociedad al menos una parte de lo que ésta me ha dado”. Es cierto que en esta España cainita, rebosante de envidias y resentimientos, quizá el señor Ortega no tenga mucho deber moral de devolver nada, porque tal vez poco o nada haya sido lo que ha recibido de los demás, pero en realidad no se trata de eso.
Tan sólo se trata de que se pregunte si, asegurado ya su bienestar y el de los suyos por infinitas generaciones, no es tiempo de pensar en cómo emplear su riqueza, tan justamente ganada, en hacer del mundo un lugar algo mejor. Y ello por puro egoísmo. No se trata ni de gloria, ni de la compra del cielo. Tan sólo del comprobado efecto multiplicador que tiene hacer el bien en la propia felicidad.