La genial historia del equipo que fue dirigido por el exseleccionador nacional
El exentrenador se encontraba en la grada y no tuvo reparos en dirigir a un equipo de niñas con toda la ilusión del mundo.
Este pasado domingo a las 12.00 el equipo infantil femenino de C.B. Móstoles disputaba un partido de baloncesto, pero su entrenadora se encontraba indispuesta y tuvo que quedarse en casa. El árbitro, Daniel Ladronzuelo, firmó el acta dando la victoria al equipo rival, el C.B. Manganeses de la Lampreana, pero instó a los clubes a que no dijeran nada a sus jugadoras porque, citando palabras textuales: "si no le amargo la mañana a un equipo cada fin de semana, no soy persona".
El entrenador de otro equipo del club se hizo cargo de la dirección de las chicas durante el primer cuarto, pero después se tenía que ausentar porque tenía un bautizo. Fue en ese momento cuando acudió desesperado a la grada en busca de algún padre que pudiera hacerse cargo de la situación. Por todos es sabido que los padres tienen siempre un gen recesivo que los convierte en entrenadores los fines de semana por la mañana, por lo que no sería una tarea muy complicada de conseguir.
La sorpresa saltó cuando uno de los asistentes se dio cuenta de que todo un exseleccionador español de baloncesto estaba en la grada. Efectivamente, Juan Antonio Orenga se encontraba allí, como si nada, con toda la humildad del mundo. "¡Estamos seguros de que queremos que nuestras hijas sean entrenadas por Orenga!", exclamó una madre muy sofocada. "Era muy malo, ¿no?" dijo la abuela de la jugadora número 7. Al final, un poco entre pena e indeterminación, se decidieron a pedírselo.
Orenga aceptó sin rechistar, se arremangó, desbloqueó su iPad y saltó a los banquillos. Las jugadoras, como es lógico, alucinaron. Fliparon porque no tenían ni la más mínima idea de quién era ese señor. "Es el entrenador y hay que hacer lo que diga, aunque no tenga puta idea, tía" dijo la capitana del equipo. Así que Juan comenzó a dar instrucciones a las pequeñas afortunadas. Ninguna entendió nada y saltaron al campo seis, una de ellas con una pelota de rugby.
El equipo, que hasta entonces iba líder del grupo impar de la liga Artiach, perdió por cuarenta de diferencia, cuatro de las jugadores les dijeron a sus padres que querían apuntarse a béisbol, dos de ellas aún están debajo de la canasta del pabellón balanceándose compulsivamente y la base del equipo, quizá la más avispada, fue la única que sacó provecho de la experiencia, pues le mangó el iPad a su efímero entrenador.