El último romántico del 15-M
Pronto descubrió que lo que estaba ocurriendo en aquella plaza no era casual, estaba orquestado por sospechosos grupúsculos infiltrados que instrumentalizaron la desesperación de la gente.
“¡Es una oportunidad única!”, gritaba Manuel al círculo de compañeros que asistía entusiasmado a su discurso improvisado en la cafetería durante el descanso del turno de mañana. “¡El 15-M, aunque no lo creáis, cambiará el rumbo de este país y pondrá el Gobierno en manos del pueblo!”. “¡El 15-M, queridos amigos, mandará a la sombra a todos esos políticos y banqueros que se alimentan con nuestro sufrimiento!”. “¡El 15-M, camaradas!, ¡El 15-M es nuestro futuro!”. Manuel, soñador irredento, desempolvó su vieja camiseta descolorida con el lema “No pasarán” y se disponía a personarse en Sol para participar en aquel histórico grano de arena que estaba haciendo montaña.
Lo que no sabía Manuel, es que aquel movimiento espontáneo de ciudadanos hastiados con el sistema se había transformado en apenas unas horas. Según le comentaba un portavoz autorizado, un veinteañero desaliñado estudiante de Políticas en la Complutense, la democracia directa había quedado reducida a alzar la mano para elegir el turno de comidas y la vigilancia en las tiendas de acampada. El resto de decisiones, las importantes, ya las habían tomado aquellos que estaban preparados para hacerlo.
Pronto descubrió Manuel que lo que estaba ocurriendo en aquella plaza no era casual, todo estaba orquestado por sospechosos grupúsculos infiltrados que habían instrumentalizado la desesperación y esperanza de los asistentes. El poder de la gente se había convertido, en solo unos días, en rancia sumisión a los designios de unos pocos elegidos.
Manuel, al regresar días después al trabajo, balbuceaba cabizbajo cuando alguien le preguntaba sobre su experiencia subversiva. Nunca más volvió a vender en público las bondades de quienes decían luchar por la dignidad del pueblo.
Hoy, cinco años después, muchos de los que incitaban a asaltar las instituciones putrefactas infectadas por corruptelas organizadas, ocupan poltronas bien remuneradas, escupiendo sobre las viejas promesas de regeneración pública.
En Atenas, la quinta huelga general amenaza en la Plaza Syntagma a Tsipras, defensor de una corriente similar en Grecia y en París, los indignados de la “Nuit Debout”, pierden adeptos entre la ciudadanía moderada.
En España, las celebraciones que conmemoran la fiesta de la democracia real han quedado reducidas a exhibiciones de pancartas en defensa de Alfon y Bódalo, delincuentes de extrema izquierda y a desfiles pintorescos adornados de banderas multicolores con acompañamiento musical de cencerro. Mientras que en Sol, centro mundial de la revolución, tipos disfrazados de Micky Mouse y Bob Esponja han sustituido a los pintorescos personajes que decían encarnar la auténtica insurrección.
Lejos queda ya aquel tiempo de rebelión popular, pero Manuel, con el puño cerrado, contará a sus nietos que perteneció a un histórico movimiento que transformó el mundo. Manuel, que siempre fue un soñador, es el ultimo romántico del 15-M.