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Estrellados: las consecuencias públicas de un lavado de cerebro orquestado

Aquellos “mártires” que durante décadas criticaron la estrecha relación entre el régimen franquista y el Real Madrid, utilizan hoy los clubes catalanes como escaparates independentistas.

Estrellados: las consecuencias públicas de un lavado de cerebro orquestado

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Los soberanistas catalanes tienen que agradecer a Vicens Albert Ballester el invento de la bandera estelada. Ballester, un tipo cuyo éxito más importante fue firmar sus artículos periodísticos como “Vicime” (Viva la Independencia de Cataluña y Muera España), plagió la bandera cubana durante su estancia en La Habana.

Aquellos “mártires” que durante décadas criticaron la estrecha relación entre el régimen franquista y el Real Madrid, utilizan hoy los clubes deportivos catalanes como escaparates independentistas. Para los dirigentes, el deporte rey se ha convertido en un ejercicio obligatorio de cinismo y nacionalismo, a partes iguales.

En el F.C Barcelona, referente futbolístico mundial, Joan Laporta, antes de su estrepitoso fracaso en la política activa, utilizó la imagen del club que presidía para promover la agresiva campaña antiespañolista que los dirigentes independentistas pagaban con los impuestos de todos los catalanes.

Su sucesor, Rossell, vendió su candidatura como medio necesario para una despolitización del Barça. Apenas unos meses después, copiaba las miserias que habían caracterizado la presidencia de un Laporta investigado por varias irregularidades en su gestión.

Con Bartomeu, actual presidente del F.C. Barcelona, el club, como institución privada, firma el vergonzoso pacto por la independencia junto a otros equipos de la región. Los últimos presidentes del club blaugrana dan muestras de ombliguismo cateto y obvian que la marca Barça, con millones de seguidores fuera de la Comunidad Autónoma, está por encima de un nacionalismo que apesta a rancio en pleno Siglo XXI.

El ejemplo más ruin de politización futbolística lo escenificó un equipo benjamín del Barcelona, que en una competición internacional, se negó a saltar al campo representado por el himno español. Los niños, de apenas nueve años, sufrieron las consecuencias públicas de un lavado de cerebro perfectamente orquestado.

Pep Guardiola, referente del nacionalismo catalán, defendió la camiseta de la Selección Española en 47 ocasiones. En la actualidad, de manera hipócrita, enarbola la bandera estrellada mientras se traga en Alemania una emotiva despedida al grito de “Que viva España”. Para Guardiola, filósofo nacionalista, la “pela siempre es la pela”.

Luis Enrique, nacido en Gijón y actual entrenador del club, se extralimita en sus declaraciones y felicita a los aficionados por una decisión partidista de un juez que permite, en contra del informe de la Fiscalía, entrar la estelada en la final de la Copa de Su Majestad el Rey de España, disputada en el Estadio Vicente Calderón de Madrid. Cobrar una nómina del Barça conlleva acatar las imposiciones de los superiores.

En un comunicado especial, el F.C. Barcelona se congratula por la citada autorización judicial y deja a un lado la seguridad de los miles de abonados y aficionados que acompañaron al equipo.

Mientras tanto, en el Camp Nou, la directiva, tan preocupada por los estandartes, prohíbe a los aficionados visitantes portar banderas representativas de sus colores a la entrada en el Estadio. El concepto de libertad de expresión es muy voluble.

El problema no lo tiene el que grita enloquecido como un mono de feria, sino el que se convierte en cómplice con su silencio

El santuario blaugrana simboliza a la perfección la miseria moral del independentismo catalán, aplaude y jalea en el minuto 17:14 con más ardor que en el minuto 14, que sirve como homenaje al mito holandés Johan Cryff, quien supuso un punto de inflexión en la historia del fútbol moderno.

Conviene recordar que el problema no lo tiene el que grita enloquecido como un mono de feria, sino aquel que se convierte en cómplice con su cobarde silencio.

Tarde o temprano, el movimiento independentista pide explicaciones a los ídolos que después defienden los colores de la rojigualda, Iniesta, hoy héroe culé, se convertirá en villano traidor, al tiempo.

Usar los sentimientos del aficionado que paga su abono para conseguir objetivos políticos es un acto de vileza. Por mucho que se empeñen, el Barça es un club universal que mueve sentimientos por todo el planeta.

El deporte profesional, símbolo internacional de vanguardia y evolución, no encuentra aliados en unos dirigentes deportivos que usan al F.C. Barcelona como estandarte soberanista. Los sujetos que instrumentalizan unos colores para politizar el fútbol, andan como su bandera, estrellados.