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La encrucijada

La suerte está echada. En una España tantas veces juguetona con su propio suicidio, esperemos que esta vez la frivolidad se aleje e impere la cordura.

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Hace unas semanas, decía aquí que España se encontraba en una encrucijada. Que eran varios los caminos que se abrían ante ella, y que el 26 de junio los españoles teníamos que decidir cuál de ellos queríamos recorrer para quedarnos en su destino cuatro largos años.

Y describía los caminos, pero sin poner nombres a sus indicadores. Hoy toca hacerlo, al menos con uno de ellos, porque el 26 de junio puede dar lugar a algo más que a un mero cambio de gobierno: el primer acto de un cambio de sistema, que termine sustituyendo nuestro régimen de libertades por algo que ni sus propios introductores se atreven a definir.

Podemos es el letrero de ese camino que conduce al pasado, a esas imágenes en blanco y negro de una España instalada en el odio, el resentimiento y la confrontación. Una España asfixiada por la falta de libertad y atemorizada por la amenaza de un futuro de ruina y aislamiento. Da igual cuál sea el disfraz elegido (un corazón multicolor, el yugo y las flechas o la hoz y el martillo), el monstruo que se esconde detrás es siempre el mismo: un totalitarismo depredador que mata la libertad, hoy con la excusa de la justicia social.

El segundo tiene ese mismo punto de llegada, aunque a cuatro años vista. Es el camino de la pasividad y, como consecuencia, de más de lo mismo: de más corrupción y, por tanto, de más desconfianza en nuestra democracia como un sistema justo de convivencia. Y tras cuatro años más de esta nausea que hoy nos ahoga, el final del trayecto terminará trayendo de la mano a Podemos, aunque esta vez será un Podemos con una mayoría ya invencible.

El tercer camino es mucho más corto que todos los demás. De hecho, ni siquiera está construido. Lo ha parado el Ministerio de Caminos por falta de proyecto. Tan sólo está a la espera de ser absorbido por el mejor postor.

Pero resta un cuarto camino: el que tiene como meta una regeneración sincera del sistema, una catarsis propiciada por una profunda reforma institucional que sustituya a la actual partitocracia (corrupta, presente hasta el hartazgo en todos los ámbitos de la sociedad, castradora y cortoplacista) por un gobierno controlado por un poder judicial liberado de su servidumbre política, y alimentado por un proyecto ambicioso de país, pensado para generaciones y no para legislaturas.

Éste es el camino de los que abogan por curar lo enfermo, pero también por salvar lo sano, que es la libertad.

La suerte está echada. En una España tantas veces juguetona con su propio suicidio, esperemos que esta vez la frivolidad se aleje, impere la cordura y logremos superar la única prueba verdadera de la dignidad de un pueblo, que es la defensa a ultranza de su libertad. Porque si perderla es una tragedia, despreciarla es una degradación: allí, en la derrota, puede haber héroes; pero aquí, en el regalo, nunca hay más que idiotas o villanos.

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