El arma arrojadiza contra Rajoy que se convirtió en su primera baza electoral
El Partido Popular ha ganado más de seiscientos mil votos en las generales. Podemos ha perdido más un millón. Lo primero lo explica el miedo a Podemos. Lo segundo, la decepción con Podemos.
@el_pais: “La Unión Europea reitera su petición de que España tenga un Gobierno `estable´".
El Partido Popular ha ganado más de seiscientos mil votos. Podemos ha perdido más un millón.
Lo primero lo explica el miedo a Podemos. Lo segundo, la decepción con Podemos.
En cuanto a la decepción, su causa es clara si tenemos en cuenta que ese millón de antiguos entusiastas no se fueron a otros partidos, sino que se abandonaron -derrotadas sus ilusiones- a la abstención. Y es que resulta muy difícil conservar la fe en unos paladines de los hambrientos que, recién llegados a la casa de los señores, no preguntan por la llave de la despensa, sino por la de las perreras.
Y en cuanto al miedo, el PP lo llamó voto útil, es decir, voto emigrado de otros partidos no por una libre adhesión, fruto de la evolución, sino por miedo. En este caso, el miedo a Podemos.
No le falta razón. No parece que los 600.000 nuevos votos del PP hayan provenido de flemáticos abstencionistas del 20-D que, dominados ahora por un repentino pánico a la inquietante pandilla de Pablo Iglesias, se hubiesen concienciado (a golpe de campaña o de Brexit) de que los bárbaros podían trepar las murallas de la democracia y arrasar su libertad.
El miedo que el domingo votó al PP provenía de otros partidos (el miedo nunca se esconde en la abstención porque, al menos en España, ésta es la patria que sólo eligen o la molicie o el más exigente de los idealismos democráticos). Era un pánico viejo que el 20-D había buscado refugio en otros partidos, pero que el 26-J los abandonó porque no se sintió seguro en ellos.
Y es que tanto veto a Rajoy hizo pensar a muchos que su partido había olvidado quién era el verdadero enemigo. O, lo que es peor aún, que llegado el momento de la verdad, los suyos se enzarzarían en una suicida guerra civil entre partidos hermanos (todos los partidos democráticos y constitucionalistas lo son) en lugar de unir sus fuerzas para conjurar el peligro común.
Lo que hemos aprendido es que el miedo puede ser más fuerte que la repugnancia. La pregunta es… ¿hasta cuándo?