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Inglaterra es Europa y no necesita demostrarlo más

Hace un siglo exacto, en el Somme, el imperio británico firmó con sangre su participación en el drama europeo. Los burócratas y mercaderes de Londres y Bruselas no pueden olvidarlo.

El Reino Unido es europeo y lo son todas sus partes. La Unión Europea no es Europa, sino una federación circunstancial de algunos Estados.

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El 23 de junio parece haberlo cambiado todo. ¿El Reino Unido se ha suicidado y corre hacia su ruina y la nuestra? ¿Es Europa más pequeña? Todo un mundo parece tambalearse para quienes viven sumisos a la corrección política de este siglo decadente, y lo mismo da que se etiqueten de social-demócratas o de liberal-capitalistas. Y sin embargo la espesa humareda de lamentos, miedos y opiniones hueras impide ver las dos cuestiones verdaderamente sobre el tablero.

Ante todo, ¿es la actual Unión Europea la única expresión de la identidad de Europa? Y en consecuencia, ¿los británicos, al votar su salida de la UE, dejan de ser Europa? Como se ve cuestiones serias, para nada económicas, materiales ni volátiles. Cuestiones que nunca se podrán responder mejor que estos días, a un siglo del 1 de julio de 1916.

En verano de 1914, acertadamente o más bien en un error histórico, el Gobierno británico de Lord Asquith declaró la guerra a Alemania e intervino en la Gran Guerra del lado de la Entente y de Bélgica. Su exiguo y vistoso Ejército profesional fue enviado al Continente como BEF, apenas un Cuerpo de ejército expedicionario en un país sin servicio militar. Más de un millón de británicos se presentaron rápidamente voluntarios para la guerra y empezaron a ser entrenados, incluyendo una gran mayoría de esa generación de jóvenes universitarios y al menos 184 diputados del Parlamento y todos los miembros de la Casa Real en edad militar. ¡Sobran las comparaciones con la España parlamentaria de 2016!

El 1 de julio de 1916, hace exactamente un siglo y ya con Lloyd George dirigiendo un Gobierno de coalición, a las 7.20 el Ejército británico detonó una enorme mina de 40.000 libras de explosivo ante su posición Hawthorn Ridge y bajo las líneas alemanas. A las 7.28 otras minas estallaron a lo largo de aquella parte del frente. Era el inicio de la batalla del Somme, en la que los británicos empeñaron el grueso de sus fuerzas de Tierra, aún cientos de miles de voluntarios pues los conscriptos aún no habían llegado al frente. A las 7.30, según los planes, la Infantería británica avanzó con la bayoneta calada a través de la tierra de nadie, afrontando la Artillería y las ametralladoras alemanas. La planificación y el bombardeo previo fueron insuficientes, los alemanes resistieron pese a su número muy inferior y los británicos sufrieron pérdidas espantosas. Como ejemplo, el 1er Regimiento de Terranova sufrió un 91% de bajas en un día. Ante Ovillers, la 8ª División Británica tuvo 5121 bajas frente a solo 280 del 180º Regimiento de Infantería alemán, que la detuvo. En combates sucesivos, las Divisiones australianas sufrieron 23000 bajas, y la División neozelandesa tuvo 8000 bajas, lo que era casi el 1% de la población de Nueva Zelanda entonces. ¿Poco implicados en el destino de Europa, los británicos?

La ofensiva del Somme, mal pensada y mal desarrollada, se lanzó para derrotar a Alemania y, sobre todo, para ayudar a Francia desangrada a su vez en Verdún y para rescatar a una Rusia que por su parte se había sacrificado más que generosamente ya por sus aliados, y con consecuencias terribles que habrían de venir después. 20 divisiones británicas en primera línea, y sus cientos de miles de bajas, significan una implicación nada marginal en la vida de Europa. Una Europa incomprensible por lo demás sin ellos, si entendemos que Jorge V estaba enfrentándose a su primo carnal Guillermo II y ayudando al primo carnal de ambos Nicolás II.

Hoy en día, reconciliados ya los enemigos de hace un siglo, conmemoramos aquel episodio terrible de la vida de Europa. Hoy sabemos que el heroico sacrificio de aquellas generaciones de combatientes, en todos los beligerantes, por un lado demostró la calidad humana de un Continente unido en las raíces y los principios, y por otro inició la decadencia del poder europeo en el mundo. A un siglo del Somme, Europa recuerda y conmemora unida su dolor, pero no puede ni debe pensarse que los británicos han dejado de ser lo que eran.

Europa es muchas cosas, una identidad polifacética y llena de contenido no precisamente mercantil. No es un espacio geográfico, porque la historia ha llevado europeos a los otros continentes y está trayendo masas de no europeos a Europa. Europa no es Mercado Común o una Comunidad Económica. Hace unos años ya contábamos cómo Franco Cardini a propósito de Austria y siendo irrevocablemente italiano había demostrado que la historia de Europa pudo ser distinta. Planteaba el historiador florentino una cuestión difícil de contestar: “¿es la Europa que vemos hoy y cuya historia conocemos la única fórmula posible? Una Europa unida por la idea de progreso y que asocia la riqueza a las cualidades morales; una Europa egoísta en las relaciones entre las personas…” Europa no es el Tratado de Maastricht y no puede identificarse con ninguna de las instituciones que existen. La Unión Europea no es Europa, sino una federación circunstancial de algunos Estados. Por eso, el Reino Unido es europeo y lo son todas sus partes, como europeas son Noruega, Suiza o Rusia sean o no UE, exista o no la UE. ¿O diremos que España no era Europa antes de 1986?

El Reino Unido, como en 1916 participó en el Somme, puede decidir en 2016 no participar en las instituciones de Bruselas. Si fue libre para entrar, será libre para salir. No por eso deja de ser Europa. No por eso se convierte en enemigo. Más bien conviene preguntarse ante este evento histórico si no conviene a todos los europeos separar nítidamente la identidad europea de la aceptación sumisa de una ideología progresista y/o materialista y de sus implicaciones institucionales y económicas. Sí conviene a los europeos que Europa tenga una definición no malignamente confusa, en la que sepamos quién está dentro y quién no puede estarlo, por muchos que sean los intereses en juego.