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Mariano Slow: No se puede ser más lento

Me sangran los dedos al escribirlo, pero mientras los demás no demuestren lo contrario, Rajoy es el mejor.

Mariano Slow: No se puede ser más lento

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Si la ministra zamorana, disfrazada de galeguiña, Ana Pastor (sin ningún género de dudas, la mejor del gabinete Rajoy, con sus sombras tenebrosas en Angrois, Autopista del Atlántico y otros lodos) llega a Presidenta del Congreso, a hombros del regeneracionista Albert Rivera y Marta Rivera de la Cruz, me comeré este artículo como hoja de lechuga, con sal y pimienta.

Si además Rajoy recibe la sagrada investidura artúrica el próximo 5 de agosto, me comeré también el Marca, no entero, que sería indigesto, la crónica de la última etapa del Tour.

El método es desesperante, irritante, pero si funciona, no siendo yo Pedro ni Pablo, tendremos que aplaudir todos con las orejas. El método lo inventó el mago argentino René Lavand, apodado la Leyenda, una de las cumbres de la magia mundial y créanme que me cuesta profanar su nombre para describir el sistema político de Rajoy: “No se puede hacer más lento”.

El mago y filósofo René Lavand –háganse ustedes un regalo y vean sus videos en Youtube- perdió el brazo derecho a los nueve años; manejando las cartas y la vida solo con la zurda, llegó a ser un maestro de fama mundial, a quien tuve el honor de tratar y admirar; creador de la «lentidigitación», donde otros ilusionistas sorprenden por su rapidez (visto y no visto, el pañuelo, la carta o la moneda que aparecen y desaparecen), el lema de René Lavand era: “No se puede hacer más lento”. Y depositaba las cartas sobre la mesa, con su única mano prodigiosa, una a una, despacio, lento, más lento, para que nada, salvo la magia, engañara a los ojos del espectador.

Tal es Rajoy, nuestro lentidigitador, cofundador del movimiento Slow: va lento hasta cuando camina acelerado para los spots electorales. Nada que ver con la expeditiva negociación de Aznar en 1986, el Pacto del Majestic. Nada que ver con los nervios de Pedro Sánchez, amarrado a los remos de una galera sevillana, ambos manos en el remo, ambos ojos en Susana; nada que ver con Pablo Iglesias comiéndose las uñas. Rajoy es la Esfinge de Gizeh, a sus rivales no les gana; los desespera, los aburre, los agota: “No se puede hacer más lento”.

La proclamada urgencia de tener Desgobierno significa este marasmo y calma chicha, 40º a la sombra y todo el personal achicharrado, sin vacaciones, mientras el Buda de la Moncloa levita, como su colega Rodrigo Rato en los cursos de meditación zen. “Os vais a derretir”, dice Mariano, viendo cómo Domènech y Patxi López sudan la camiseta en la ascensión a Les Verriéres-de-Joux.

Más que manejar los tiempos, Rajoy los congela y sus rivales se derriten; la cosa tiene su arte, si no fuera que el país se desangra por el paro, la deuda y las pensiones, y el torniquete del turismo no llega para contener la hemorragia. Este país no se merece un presidente como Mariano Rajoy Brey, pero quizás tengamos que reconocerle, justicia histórica, que ganando a todos en mediocridad, es el mejor de la clase; superando a todos en tancredismo, consigue ser indispensable y necesario. Me sangran los dedos al escribirlo, pero mientras los demás no demuestren lo contrario, Rajoy es el mejor. Y el más lento.

El inolvidable filósofo René Lavand, la Leyenda, dejaba caer las cartas y acompañaba el gesto de su única mano, la zurda, con su hermosa frase: “No se puede hacer más lento”. Y cuando el espectador estaba fascinado, aún daba otra vuelta de tuerca al truco y añadía: “O sí, quizás se puede hacer aún más lento…”.

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