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La otra Rocío Carrasco que ya se ha reconciliado con su hija rebelde

La tachan de fría y distante por no mostrar en público el dolor que tiene en privado. Dicen que no tiene sentimientos porque habla de su boda como el día más feliz de su vida...

Rocío Carrasco siempre está en el centro de la polémica

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Rocío Carrasco es la eterna mujer de hielo. Le señalan insistentemente como la mala madre incapaz de conmoverse ante lo cotidiano. Le cubren con el manto del odio, incluso cuando se asoma cercana y vivaraz desde la portada de la revista Hola. Es el blanco fácil en una diana a la que tiran a dar. Y lo consiguen, a pesar de que Rocío intenta mirar, desafiante, a un mundo repleto de prejuicios que abomina de lo ilógico o lo inesperado. Porque todo tiene que seguir el trazo de lo impuesto aunque e mismo sea curvo e inestable.

La critican ferozmente. Sobre todo en las redes sociales donde no hay filtro. Donde todo vale. Advierten en Rocío un hieratismo que, si bien ella magnifica con su hermetismo público, es irreal y desbordado. Es evidente que Rocío sí tiene sentimientos. Lo demostró al emocionarse, con la magnánima María Teresa Campos, al recordar a su madre. Como una hija más. Con la verdad desbordando su lagrimal. Porque Carrasco vive su drama en soledad. Junto al nuevo Fidel que viste con elegante sobriedad su nueva y trabajada anatomía. Porque no es extraño admitir que llora y lamenta la ausencia de su hija Ro. Pero lo que ella vive no es tan raro ni alarmante.

La otra mañana, sin ir más lejos, me quedé atónito al sintonizar Cámbiame, el programa-hada madrina de Marta Torné que transforma, con exquisita sensibilidad, a los Calimeros en bellezas perfectamente mundanas. Hasta allí acudió una joven insegura que, acompañada de su novio Vicent y de su abuela Maruja , necesitaba reforzar su autoestima con un cambio radical de imagen, que acertó la indómita Natalia Ferviú. La joven, presa de la angustia mediática, explicó que sus padres se divorciaron cuando ella tenía cuatro años y que, tras pasar una etapa junto a su progenitor, quería recuperar el cariño de su madre y del marido de esta, a quienes estaba profundamente agradecida. Emocionada, no dudó en confesar su arrepentimiento por los años perdidos: "siempre se han preocupado por mí y yo no les he correspondido en ningún momento", dijo con lágrimas en los ojos.

Y ahí estaban su madre y su padrastro expectantes ante el gran cambio. Sin criminalizar a una veinteañera rebelde que les obligó a vivir en el destierro de lo emocional. Me conmovió sus mirada chispeantes y, sobre todo, comprobar cuan de incondicional es el amor de una madre hacia un hijo. Hago apuestas sobre cuánto tiempo pasará hasta que estos protagonistas cuelguen su anonimato y se conviertan en Rocío, Fidel y Ro. Si me lees, que sé que lo harás, no pierdas más el tiempo.