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Terror antes del 11 S, más complicado que el 11 M, y aún lleno de mentiras

En 1980 una guerra secreta se libró sobre el Mediterráneo. Miles de muertos se cruzaron entre Libia, Italia y la OTAN. Los intereses impiden aún que se sepa la verdad… y no hay culpables.

Un avión en Ustica, una estación en Bolonia, cazas y flotas, un golpe de Estado… de todo menos lo que creemos saber.

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Estamos acostumbrados a pensar en el atentado del 11-S como el más sangriento de la historia del terrorismo, con más de 6.000 heridos y la muerte de casi 3.000 personas. Cambió el mundo. En España, que sepamos ahora, el mayor atentado o cadena de atentados han sido los del 11-M de 2004, con menos muertos pero gran impacto político nacional. Lo notable de los atentados terroristas no es que se cometan, ya que desde los crímenes anarquistas y socialistas del siglo XIX nunca ha faltado, en una u otra medida, una banda separatista, socialista, comunista o islamista dispuesta a “socializar el dolor”. Lo más notable es lo variable de sus consecuencias y la facilidad con la que los intereses políticos, económicos y de los servicios secretos niegan la naturaleza terrorista de algo o la afirman, y atribuyen la autoría a unos u otros, según convenga y al margen de la realidad.

El atentado de Lockerbie de 1988, un avión derribado y 270 personas muertas, fue durante décadas llamado “accidente” por ciertas fuerzas políticas e institucionales, que se indignaban si se hablaba de atentado… hasta que por último Gadafi reconoció que sí lo fue, y pagó por ello (y de poco le sirvió ante el miope rencor francés). Y más cerca aún, el 10 de febrero de 2009 el Tribunal Supremo asumió que el incendio del Hotel Corona de Aragón en Zaragoza, 30 años antes, sí había sido terrorismo; tras tres décadas se negación oficial absoluta, sabemos que no fue un casual incendio en la churrería, casualmente el día de la entrega de despachos en la Academia General Militar, casualmente con doña Carmen Polo de Franco allí alojada. Pero los políticos profesionales, los periódicos del régimen y los servidores secretos del Estado lo negaban con furia.

Pues bien, entre casualidades, mentiras y manipulaciones estos comienzos de agosto me recuerdan siempre una portada de periódico de 1980, ahí abajo en el comedor, contando que una masacre había sucedido en la estación de mi luego querida Bolonia. Ahora hace 36 años. Y ahí la manipulación, el engaño y las verdades oficiales aún no han cedido (por cierto, también en 1980 hubo un golpe, y de verdad, en Turquía). Tantas, tantas casuales coincidencias hacen pensar…

Los 70 terminaron en Italia con una gran tensión política, confusa entre en consociativismo de los partidos, la corrupción moral de los políticos, las sectas y los servicios secretos, y por supuesto los intereses económicos y exteriores. Confusa, violenta, incomprensible desde fuera si no se ponen en orden algunos hechos “casualmente” sucedidos.

Empecemos. El 7 de enero de 1978 Franco Bigonzetti y Francesco Ciavatta fueron asesinados en un atentado comunista con tra la sede del Movimento Sociale Italiano en via Acca Larentia, Roma. Los asesinos y su banda, aunque conocidos, jamás han sido condenados ni encarcelados. El mismo día, en las protestas, otro militante de la derecha, también de 19 años, Stefano Recchioni, fue ejecutado a sangre fría por el capitán de Carabinieri Eduardo Sivori, que nunca ha sufrido ninguna sanción ni judicial, ni disciplinaria, ni administrativa. El Estado italiano no era neutral; en consecuencia, algunos militantes de derecha pensaron que deberían pasar a la acción violenta directa NAR, como desde mucho antes, con muchos más medios y muchísimas más víctimas hacía la extrema izquierda. Entre ellos, Valerio Fioravanti y Francesca Mambro. Un error, pero que se entiende en su “casual” contexto.

La guerra fría volvió a calentarse desde 1979. Además en ese año Estados Unidos perdió Irán por la revolución de Jomeini. Y el 24 de abril de 1980 el intento de rescatar a los rehenes de la embajada fracasó, con el natural ridículo para Estados Unidos. En ese contexto, además, se jugaba una partida Este-Oeste en el Mediterráneo por el control de los países. Malta era motivo de disputa entre Italia y Libia, por eso. Pero con múltiples y complejas facciones y muchos matices... dando lugar a muchas casualidades, y a muchos muertos.

A finales de la primavera de 1980 estalló la “crisis de los bancos de Medina”, entre Italia, Malta y Libia, que se vendió a la opinión pública como la típica crisis pesquera. Hoy en día se sabe que la disputa era por los yacimientos petrolíferos que se suponían en la zona. Italia ofreció su apoyo al gobierno de Dom Mintoff, para librarse de la tutela libia; y Gadafi dejó claro que no iba a estar quieto.

El 1 de junio de 1980 Libia suspendió su suministro petrolífero a Malta. Mientras Malta había aceptado la tutela de Gadafi, recibía petróleo barato que luego en parte revendía. Malta quedaba así contra las cuerdas, sin esa financiación.

El 11 de junio los refugiados políticos libios en Italia –enemigos de Gadafi, acogidos por Italia- empezaron a ser asesinados. Para mayor confusión, había una parte de los diputados, de los gobernantes y de las fuerzas de seguridad que habían recibido a esos refugiados en función pro-occidental y anti-Gadafi; pero una parte de la DC, además del PCI, y miembros de la Logia P2, controlaban la información militar del SISMI y eran partidarios de un acercamiento Italia-Libia económico y político, y por tanto de congraciarse con Gadafi, ocultando e incluso favoreciendo sus crímenes. Giulio Andreotti y el general Santovito, jefe de ese servicio secreto (pero no de otros, como el SISDE interior, y los policiales) pidieron que no se firmase de momento ningún acuerdo Italia-Malta.

“Casualmente” el 27 de junio fue derribado en el aire sobre la isla italiana de Ustica un avión de pasajeros DC9 de Itavia, que había salido de Bolonia y viajaba hacia el Sur con más de dos horas de retraso. Si hubiese cumplido su horario, en ese punto exacto habría estado a esa hora un Boeing 707 de Air Malta (el vuelo KM153). Casualidades. Durante décadas se ha negado que fuese una acción militar extranjera o un acto terrorista, pero hoy lo seguro es que fue una de las dos cosas, si no las dos, y que muchos periodistas y políticos mintieron a sabiendas.

El 10 de julio de 1980 dos pesqueros italianos, con 19 marineros, fueron capturados por Libia. No fueron liberados hasta dos años después.

El 18 de julio, en lo que técnicamente sería un acto de guerra pero los medios de comunicación y los políticos ocultaron, un MiG 23 libio se estrelló en las montañas de Calabria. La tensión era máxima, y a la vez se ocultó siempre la realidad a la opinión pública.

El 2 de agosto de 1980, hace 36 años y en el centro de estas casualidades, Italia representada por el subsecretario de Exteriores Zamberletti firmó en Malta un protocolo de colaboración entre los dos países, rompiendo con el protectorado libio sobre la isla. Era un triunfo político y económico que no gustó ni a Gadafi ni a sus aliados dentro y fuera de Italia.

El mismo día 2 de agosto, la nave de investigación petrolífera Saipem 2, del ENI, se colocó nada inocentemente sobre el bando de Medina. Era una señal para Libia por un lado y para Malta por el otro: Italia no cedía.

Casualmente, ese mismo 2 de agosto un atentado terrorista hizo volar la estación de tren de Bolonia. 85 muertos y 200 heridos. Muy rápidamente, los medios de comunicación progresistas, ciertas fuerzas políticas y una parte del aparato del Estado negaron que fuese un atentado libio, y lo atribuyeron a los NAR neofascistas, carentes por lo demás de capacidad para un acto así. Casualidades y niebla.

El 4 de agosto, casualmente, hubo un intento de golpe de estado contra Gadafi. Los militares sublevados, animados por algún servicio secreto occidental, fueron derrotados por las fuerzas leales y hasta por la intervención discreta de tropas de Alemania Oriental. Gadafi acusó a Italia, y tres italianos fueron encarcelados por espionaje en Libia, y sólo se les soltó seis años después. Tensión, pero sólo “casualidades”.

En medio de la tensión creciente, el 24 de agosto dos naves de la Marina libia amenazan al buque de prospección Saipem-2 y tratan de hacerle abandonar los bancos de Medina. La Marina italiana se dirige a la zona. Los cazas bisónicos F-104, con base en Sicilia, patrullan constantemente sobre Malta y sobre los buques, y se roza el conflicto armado.

El 27 de agosto, el personal militar libio que quedaba aún en Malta es expulsado de la isla. Malta había cambiado de campo.

Públicamente, el 2 de septiembre Italia garantiza la integridad territorial de Malta, en lo que sería un gesto de tutela... y de exhibición de la victoria política del verano. El 3 de septiembre, el primer ministro maltés Dom Mintoff viajó a Roma para confirmar la situación, y para firmar unas ventajosas cláusulas financieras que sólo después se hicieron públicas. El acuerdo entre Italia y Malta prevé además que las naves militares americanas y soviéticas no puedan usar los puertos de la isla.

Casualmente, el 4 de septiembre y a petición de Malta, el Consejo de Seguridad de la ONU se reúne para examinar la “situación ilegal” de Libia.

Pese a tantas coincidencias insólitas, la mentira aún perdura en esto. Muchas mentiras han sido ya derrotadas, éstas no. Aún no hay condenados por Ustica, y sólo se sabe que ciertos servicios y medios se empeñaron en ocultar la verdad. Por Bolonia fueron condenados Valerio Fioravanti y Francesca Mambro, de los NAR –cómodos para todos porque carecían de ningún apoyo ni horizonte político, eran víctimas sólo de la desesperanza-, que confesaron muchas otras cosas pero nunca esto. Cumplieron su condena y siguen negándolo. Muchos intereses se han acumulado para negar la relación entre esos atentados y la tensión política interior y exterior del momento, y para que paguen otros. Pero será reconfortante saber la verdad de Bolonia, cuando sea, como de Ustica, como del 11S, como del 11M. Sin casualidades.

Pascual Tamburri