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Nadie hablará de ellos cuando hayan muerto

Se acaban de terminar los Juegos Olímpicos y necesito vomitaros en vuestro regazo mis últimas conclusiones sobre el tema.

Carolina Marín, nuestra flamante "oro" en bádminton.

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Ya está, se acabó. Ya podemos volver a la actualidad normal deportiva. Perdón, a la actualidad del fútbol. Han sido tres semanas apasionantes. Apasionantemente hipócritas también, por qué no decirlo. Hipócritas todos: prensa, aficionados y deportistas. Llueve sobre mojado y tampoco seré al primero ni al último al que leáis esta sarta de perogrulladas. Atención, aviso: este es el momento en el que podéis dejar de leer y acudir rápidos a compartir el enlace diciendo que soy un cuñado. No hace falta que leáis más, porque ya sabéis lo que voy a escribir.

Los Juegos Olímpicos son como la democracia: les hacemos caso cada cuatro años y ambos vienen de Grecia.

Ya está, se acabó. Ya podemos (los que tenga suerte) volver a meter en las cámaras de criogenización a nuestros super deportistas hasta dentro de cuatro años; o, peor aún, enterrarlos en una cuneta. Los aledaños de las villas olímpicas deben de estar repletos de fosas de deportistas olvidados que jamás serán desenterrados ni entregados a sus federaciones. Los Juegos Olímpicos son como la democracia: les hacemos caso cada cuatro años y ambos vienen de Grecia.

Se acaban de terminar los Juegos Olímpicos y, seamos sinceros, ya casi ni nos acordamos de los nombres de los medallistas.

Se acaban de terminar los Juegos Olímpicos y, seamos sinceros, ya casi ni nos acordamos de los nombres de los medallistas. Pero os diré más, ¿y qué pasa con los que solo han conseguido diploma? ¿Y los que ni siquiera eso? Pobres infelices que jamás rellenarán ni un teletipo de la agencia de prensa de Folgoso de la Ribera. Qué triste. Pero bueno, centrémonos en los que sí han conseguido éxito, ya sea relativo o rotundo. Mi más sincera enhorabuena por sobrevivir dignamente a estos años de crisis y abandono de todo deporte que no reporte beneficios económicos. Enhorabuena por sobrevivir y seguir entrenando como los que más en un país donde se fomenta el sedentarismo, la cultura basura y los debates donde cuatro subnormales se gritan para ver quién se la mama mejor a Cristiano o a Messi, en función de si la empresa que le paga hace frontera con las dos castillas o con Andorra.

¿Y quién viene detrás de todos estos? ¿Y en qué se está invirtiendo? Nuestro éxito -deportivo- como país, en mi humilde opinión, yo diría que reside en el esfuerzo concreto de clubs, entrenadores y deportistas que, a título personal, se empeñan en triunfar y entrenar como verdaderos hijos de puta (vaya, lo siento señora, he vuelto a escribir la palabra puta, ya puede correr a restarle mérito a todo lo demás) por conseguir algo para su país. País este que le recompensará con una foto con el politicucho de turno, una portada de periódico, quizá una calle en su pueblo y, después de eso, todo una vida en el olvido.